Joseph Alois Schumpeter fue ministro de finanzas de Austria, cargo que ocupó entre marzo y octubre de 1919. Se le acusó en la prensa de corrupción, pero nadie nunca presentó cargos en su contra. Sus posiciones como ministro de la hacienda austriaca fueron duras, en un momento en que su país sufría por las reparaciones de la Primera Guerra Mundial.
En 1919, Schumpeter ya se había hecho un nombre en la profesión económica. Sin embargo, su principal trabajo sobre la innovación y su efecto en la economía, ocurrió en los años después de su paso por el gobierno austriaco.
Lo nuevo acaba con lo viejo. El progreso ocurre en olas de destrucción creativa. Las empresas, negocios y tecnologías del pasado, de repente desaparecen, y toman su lugar las nuevas.
La alianza entre Donald Trump y Elon Musk me recordó a Schumpeter. El economista austriaco vivió una era en la cual la tecnología y la política estaban cambiando al mundo. La Gran Guerra no había dejado resueltas las controversias entre las partes. Y, el progreso científico e industrial, estaban dominándolo todo.
Los grandes veleros del siglo XIX, llenos de mástiles y con muchas velas, dieron lugar a la máquina de vapor. La navegación cambió en ese momento. Hoy, estamos viviendo un fenómeno similar con el automóvil eléctrico. Así como los grandes barcos de vela eran verdaderas joyas tecnológicas, los reemplazó una tecnología relativamente simple. Lo mismo está ocurriendo con los automóviles de gasolina y su reemplazo por los eléctricos. El motor de combustión interna fue una maravilla tecnológica, una verdadera joya, que le dio forma al siglo XX, a nuestras vidas, a nuestras ciudades. Engranes planetarios, cajas de cambios automáticas, operación silenciosa, cada vez más eficientes en el consumo de combustible. En comparación, los coches eléctricos son como una versión a escala de juguetes para niños. El gran salto tecnológico de estos vehículos es la batería.
Los chinos, inteligentemente, han dominado el espacio minero, de refinación y tecnológico para la producción de baterías de auto. Los coches eléctricos procedentes de ese país, que han tomado los mercados del mundo por asalto desde hace un par de años, ya metieron en problemas a empresas como Volkswagen. Estamos viendo una ola de destrucción creativa schumpeteriana: Musk y sus Teslas no pueden competir con los vehículos chinos, ni en precio, ni en calidad. Al menos, eso es lo que piensa mi amigo y colega economista Roberto Charvel, inversionista temprano en empresas tecnológicas a través del fondo MatterScale, en San Francisco, California.
Lo único que valida a Elon Musk es que siente que es el innovador schumpeteriano de los Estados Unidos actuales, y el dinero y fama que ello le trae. Sam Harris, en su famoso podcast Making Sense, decía el otro día que Musk está muy ofendido porque las armadoras tradicionales de los Estados Unidos no lo invitaron a una cumbre que celebraron recientemente.
Por eso Musk quiere que Trump sea presidente, junto con otros súper ricos del Valle del Silicio. Empresas como SpaceX, como X (antes Twitter), como Tesla y Neuralink, en las que está metido Musk, necesitan billones (en castellano) de dólares del Tesoro americano. Necesitan las protecciones comerciales que Trump está ofreciendo.
Ya el anaranjado aspirante republicano dijo que su primera llamada es con la Dra. Sheinbaum. Y que le va a sorrajar una amenaza de aranceles del 25 por ciento si no resolvemos sus problemas de migración, crimen de inmigrantes y fentanilo.
Estas cosas también estarían en la mesa con la señora Harris. Eso, y el trato a inversionistas extranjeros, las controversias en energía y alimentos genéticamente modificados. Pero, me da la impresión, la discusión será más llevadera con la demócrata que con el republicano.
El gobierno mexicano cree que tendrá una relación buena en cualquiera de los dos casos. Sienten que a Trump ya lo domamos una vez, y que Harris es “papita”. Hoy escuché a Valeria Moy, del IMCO, diciendo en el radio: “Hemos irritado a nuestros socios comerciales. No será una caminata en el parque”. El semanario inglés The Economist piensa lo mismo.
Los chinos de MG quieren hacer coches aquí. Eso le preocupa a analistas del comercio bilateral mexicano, exnegociadores, y también le causa bronca al hombre rubio del color del achiote que podría ser presidente en EUA a partir de esta semana. Tenemos un buen código postal ¿Cómo le haremos para que los socios, los inversionistas, los residentes y los visitantes estén todos a gusto aquí? Buena pregunta.