El presidente Trump dice que la palabra “tariff” (arancel, o tarifa que dicen en estos días) es la palabra más bonita del idioma inglés. Es, ciertamente, una palabra que apela a los peores sentimientos de la base votante del presidente naranja. Odian a México cuando piensan en el Cinturón de Óxido, la región central de los Estados Unidos que construyó la industria del automóvil y que prácticamente desapareció en la medida en que los Estados Unidos abandonó la manufactura y se volcó a los servicios y la tecnología.
México es el símbolo de todos los males de la Unión Americana. En sus series televisivas nos pintan como un país polvoso, con un filtro amarillo en la luz solar. Su ficción nos dibuja como el país sin ley al sur, donde todo se puede; a donde huyen los criminales; de donde viene la droga, los migrantes y la competencia desigual e injusta contra los pobres muchachos del Midwest, cuyo único pecado es demandar un salario digno para mantener a su blanca, anglosajona y protestante familia.
Estados Unidos, en la visión de algunos, tenía que dejar la manufactura y crecer en el sector servicios. Simplemente es la trayectoria que siguen los países en su desarrollo. Aún México, con todo su potencial manufacturero, crece mucho más en la economía de servicios que en la manufactura. Hay quien asegura que ese también será el futuro de China, y de otras naciones que han dado el brinco del desarrollo.
No comparto esa visión. Las dificultades para atraer negocios manufactureros de los Estados Unidos desde al menos hace 50 años, tienen todo que ver con una política de protecciones excesivas, tanto en su mercado interno, como en su mercado laboral. América para los americanos, pero solamente los que nacieron al norte del Río Bravo.
Quizá son más proteccionistas en lo comercial que antimigración. Les encanta la idea de tener inmigrantes baratos. Les parece maravilloso tener vecinos de tro color de piel en Seattle, no en México, a quien echarle la culpa de su mal diseño de política económica y de sus errores obvios como sociedad. Les resulta rentable achacar la pobreza de sus compatriotas menos afortunados en enemigos externos, como lo harían los fascistas.
La Dra. Sheinbaum ha amenazado con responder ante los posibles incrementos arancelarios de la doctrina Trump con aranceles igualmente altos. Definitivamente, esa es una medida que los antecesores de Marcelo Ebrard, en la Secretaría de Economía, hubieran aplaudido. Ildefonso Guajardo hizo lo mismo en circunstancias parecidas. En el corto plazo, es la estrategia óptima de retaliación: de esa forma, los exportadores de maíz, árboles de navidad, maquinaria y equipo, y otras cosas que vienen de Estados Unidos, ponen presión a sus legisladores para poner menos énfasis en las protecciones de mercado.
En el mediano y largo plazo, como bien apuntó la Dra. Sheinbaum, ambos países pierden en una guerra comercial. También los diplomáticos chinos en Estados Unidos han hecho advertencias similares. Y, lo malo, es que con tanto poder que lograron los republicanos MAGA en la elección pasada, es muy posible que no tengan que atender a los llamados a la cordura que les hagan legisladores de regiones que dependan económicamente de sus negocios con México.
Estados Unidos, México y Canadá tienen que trabajar en su competitividad como región. Estarnos sacando los ojos a punta de protecciones comerciales no sirve de nada. Los gobernadores canadienses, y su primer ministro Trudeau, no lograron nada haciendo comentarios antimexicanos en los últimos días. Trump los agarró igual, a golpes de trapo, como a nosotros.
Ojalá que Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Juan Ramón de la Fuente logren, por vías pacíficas y diplomáticas, apaciguar a la bestia naranja.
Y, qué buena suerte tenemos que nos estén acusando de favorecer a las inversiones chinas. Esa acusación se les va a regresar como un búmeran. Cuando los proteccionistas americanos toquen las llagas de la esclerósica reforma judicial, de nuestra posición anticientífica en organismos genéticamente modificados, de nuestros monopolios estatales de energía, y de nuestra permisividad con grupos criminales, ahí sí se nos va a complicar la vida en serio.
Ojalá tomemos esta oportunidad que nos da la estupidez del gobierno trumpista, como una última oportunidad para regresar a ser una república funcional. Eso nos ayudaría a mantener nuestro estatus comercial de primer proveedor del principal mercado de bienes y servicios del planeta.