Colaborador Invitado

México, una espiral de violencia cuyo combate debemos redefinir…

La invasión de Rusia a Ucrania debería movernos para reflexionar acerca de la importancia de la paz en nuestros días y valorar nuestra actitud de cara al prójimo.

Hace unos días nos despertamos con la noticia de la invasión de Rusia a Ucrania, algo que resulta preocupante debido a que se pensaba poco probable la intervención armada de una nación sobre otra, sin justificación creíble y ante la condena e indignación prácticamente unánime de la comunidad internacional y de muchos ciudadanos rusos.

Este simple hecho debería movernos, como habitantes del mundo, para reflexionar acerca de la importancia de la paz en nuestros días, valorar nuestra actitud de cara al prójimo, la forma en la que interactuamos con lo que nos parece diferente a nosotros, cómo dialogamos -sí es que lo hacemos- con el otro. Sin embargo, para nosotros los mexicanos este ejercicio debería estar más presente y resulta ser aún más necesario y urgente, sobre todo porque parece que en los últimos días se nos han presentado ciertas circunstancias y se han puesto de manifiesto ciertos datos, que deberían obligarnos a revisar nuestros hábitos y actitudes personales y como sociedad.

Pensemos en lo sucedido en Querétaro este sábado 5 de marzo en el Estadio Corregidora. Las imágenes son devastadoras, no cabe en la cabeza lo que algunos aficionados del Querétaro hicieron a los del Atlas. Es indignante pensar que se pueden cometer ese tipo de ultrajes a otras personas, inermes, indefensas por completo, de forma cobarde y en el anonimato de la muchedumbre. No se habla oficialmente de fallecidos, aunque las imágenes levantan suspicacias. Ojalá que el brazo largo de la ley alcance no solamente a los operadores, sino también a los autores intelectuales y a los responsables de la logística del encuentro y los dueños, además de las sanciones administrativas de las que pueda ser objeto dicha sede, ya que la respuesta de las autoridades deportivas solamente dieron un ejemplo de impunidad y de intereses económicos bien resguardados, poco empática con la afición, con las familias que vivieron ese horror, con la sociedad y el deporte al que se deben.

Si lo acontecido el sábado no nos dejó pensando que algo nos está pasando como sociedad, permítame compartir con usted otro dato importante, este lunes 7 de marzo el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, AC publicó su ranking (2021) de las 50 ciudades más violentas del mundo, con motivo del cual se concluye que México se ha consolidado como el epicentro mundial de la violencia urbana, dejando de lado a los países y ciudades que se encuentran bajo un conflicto bélico, aunque eso sea porque existen diferencias entre la muerte por homicidio y la muerte por causa de operaciones de guerra, de acuerdo con una clasificación de la Organización Mundial de la Salud.

El informe advierte que al menos en ocho de las catorce ediciones anuales que lleva realizándose, la ciudad más violenta del mundo ha sido mexicana (esto es, en los años 2008, 2009, 2010, 2017, 2018, 2019, 2020 y 2021), ocupando en esta ocasión el primer sitio la ciudad de Zamora, en el estado de Michoacán y de ahí, cual medallero, las siete posiciones siguientes también corresponden a localidades mexicanas (Ciudad Obregón, Zacatecas, Tijuana, Celaya, Juárez, Ensenada y Uruapan). Nuestro país es el que más entidades tiene en este ranking, logrando acumular un total de 18 ciudades violentas, seguido de Brasil con 11, Estados Unidos con 7, Sudáfrica con 4, Colombia con 4, Honduras con 2 y Puerto Rico, Haití, Ecuador y Jamaica con 1 ciudad cada uno de estos últimos países.

Según cifras de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), México registró 33 mil 308 homicidios en 2021, después de los dos años más violentos de su historia, con 34 mil 690 víctimas de asesinato en 2019 y 34 mil 554 en 2020, cifras que a pesar de representar una pequeña mejoría, resultan escandalosas y se suman a las que, en su momento destacó el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), en el sentido de que durante la última década se registró una tasa de más de 215 mil 999 homicidios dolosos perpetrados, es decir, aproximadamente un asesinato cada 23 minutos, teniendo una incidencia mayor a 68 por ciento en comparación con el periodo 2000-2009.

El Inegi ha reportado que en medio de la emergencia sanitaria, sólo en seis meses (enero-junio) de 2020 se registraron mil 844 homicidios de mujeres, lo que representa que cada día en el país son asesinadas 10 mujeres, es decir, una mujer cada dos horas y media, en promedio, según revela el informe Violencia Contra las Mujeres del propio SNSP.

Desafortunadamente, la política pública en lugar de mitigar estos efectos puede llegar a fomentarlos. Simplemente pensemos en la política de ‘control’ del crimen denominada “abrazos, no balazos”, por parte del gobierno federal, que ha derivado en los tres años más violentos de nuestra historia en materia de homicidios dolosos, sin considerar el número de personas desaparecidas, que ya vimos es una de las formas de operar del crimen organizado como en el reciente caso de San José de Gracia, Michoacán, o la agresión que puede significar para muchas familias mexicanas y, particularmente para muchas mujeres que son el sostén de su hogar, la desaparición de las escuelas de tiempo completo, por dar solamente dos ejemplos que directa o indirectamente fomentan este panorama.

Lo comentado hasta aquí y las cifras de muertos que acompaña el fenómeno de la violencia en nuestro país resulta brutal, parecen cifras de un estado en guerra, sé que no nos percatamos de ello en nuestra cotidianidad, hemos perdido la capacidad de asombro ante tales números, nos hemos ido acostumbrando a vivir con miedo, en medio de desigualdades y discriminaciones de todo tipo. También nos hemos vuelto un poco más indolentes y violentos nosotros mismos como sociedad civil; sin embargo, no podemos ni debemos caer en el juego de que la violencia es la mejor respuesta a la violencia. La violencia no es apta ni para vencer ni para convencer; siempre sale vencido el que la usa.

Nos hace falta replantear nuestros valores, pero no de una manera impuesta. Por el contrario, Adela Cortina diría que debemos tener la capacidad de argumentar y ejemplificar por qué es importante tal o cual valor, y por qué es mejor aplicar uno y no otro, saber el porqué de la escala de valores que uno profesa, permite blindar de la manipulación y de una actuación más emocional y visceral que racional. Dicho en otras palabras, la educación y el diálogo constante son fundamentales para construir una sociedad más resiliente y empática. Josemaría Escrivá destacaba a este respecto que sólo de la paz en las conciencias puede nacer la paz en los pueblos y entre los pueblos.

No podemos esperar erradicar la violencia sin fomentar el respeto a la vida de todas las personas sin distingo. Para ello es importante trabajar en la empatía, saber ponerse en el lugar del otro, comprender sus razones y sus sentimientos, aun cuando uno pueda o no estar de acuerdo, pero ser capaz de entender y respetar su dignidad como persona, esforzarse por conocer al otro y resolver las diferencias, tarea nada fácil para nuestro tiempo, pero totalmente necesaria.

Otro factor indispensable e inseparable para la construcción de la paz es la justicia. En este rubro es importante que el Estado retome su papel como garante de esta función y realice las medidas necesarias para evitar la impunidad de aquellos que no se encuentran dispuestos a transitar por vías más razonables y que ejercen algún tipo de violencia frente al dialogo, el respeto y la razón, esto es impostergable.

Juan Otero Varela

Dr. Juan Manuel Otero Varela

Profesor investigador y director académico del programa de Maestría en Derecho Administrativo en el Posgrado de la Facultad de Derecho de la UP; miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I; y miembro del Foro Iberoamericano de Derecho Administrativo.

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