En los análisis económicos se han multiplicado las alusiones al reciente incremento de la inflación global. Desde el punto de vista agregado, la creciente atención a ese fenómeno parecería poco justificada.
Según el Banco Mundial, la inflación anual global, medida con los índices de precios al consumidor (IPC) de los países, se redujo poco menos de un punto porcentual entre enero y mayo de 2020. A partir de junio de ese año, la inflación se incrementó y, hasta febrero de 2021, se mantuvo en alrededor de 1.5 por ciento.
Desde marzo de 2021 se ha observado un gradual incremento, alcanzando 2.4 por ciento en abril pasado. Este último dato se ubicó solo tres décimas de punto porcentual por arriba del promedio de las inflaciones de los ocho años previos. Así, el aumento de la inflación global ha sido contenido y no se ha distinguido claramente de los estándares históricos.
En contraste, desde el punto de vista de la composición nacional, el suceso reviste más importancia. A diferencia de otros episodios, durante el presente año las economías avanzadas han acrecentado su inflación más que las emergentes, si bien las segundas han continuado superando en nivel a las primeras.
Más peculiar resulta el hecho de que Estados Unidos lidere el actual impulso inflacionario. En mayo de 2021 la inflación general anual de ese país alcanzó cinco por ciento, más de tres puntos porcentuales por arriba de la registrada tres meses antes y la más elevada desde septiembre de 2008.
En principio, podría argumentarse que el alza de la inflación anual estadounidense refleja, principalmente, factores transitorios, entre los cuales destacan la baja base de comparación y el repunte de los precios de las materias primas.
Debe reconocerse que, durante marzo–mayo de 2020, las variaciones mensuales del IPC fueron negativas, lo cual disminuyó el punto de partida para las correspondientes inflaciones anuales del presente año. No obstante, las variaciones mensuales de los citados tres meses en 2021 han sido muy altas, implicando, en promedio, un aumento anualizado de más de ocho por ciento.
Asimismo, si bien el ascenso de los precios del petróleo se ha transmitido a la inflación general anual, la subyacente, que excluye alimentos y energía, se ubicó en 3.0 y 3.8 por ciento en abril y mayo, respectivamente, muy por encima de su promedio histórico.
La situación cambia poco si se examina el índice de precios del gasto de consumo personal (PCE, por sus siglas en inglés), que el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos prefiere utilizar como principal indicador de la inflación. La razón de esta preferencia es técnica y consiste en que, a diferencia del IPC, el índice PCE toma en cuenta la sustitución que hacen los consumidores ante cambios en los precios relativos de los productos y servicios
Durante marzo–mayo de 2021, la inflación anual, medida con este índice, fue en ascenso por arriba de dos por ciento, hasta alcanzar 3.9 por ciento. Igualmente, la subyacente ha rebasado tres por ciento en los últimos dos meses.
En sus comunicaciones, el Fed ha sostenido que las presiones sobre la inflación son temporales. Aparte de los factores mencionados, ese Banco Central ha señalado, como una causa esencial, la vigorosa reactivación de la economía estadounidense, la cual ha excedido la de otras avanzadas.
Sin duda, no es descartable la posibilidad de que la mayor inflación resulte pasajera. A diferencia de las economías emergentes, como México, por muchos años la inflación en ese país se ha mantenido relativamente apagada y se ha ubicado, casi siempre, por debajo de la meta.
Sin embargo, existen riesgos. La estrategia de la política monetaria anunciada en agosto pasado en Estados Unidos establece la intención de elevar la inflación “moderadamente” por arriba del objetivo, a fin de que “en promedio a lo largo del tiempo” coincida con éste. La nueva interpretación del mandato dual comprende también un aumento “amplio e incluyente” del empleo.
Además de que estos propósitos involucran ambigüedades que pueden producir incertidumbre, el peligro es que el público perciba que la mayor tolerancia del Fed a la inflación convierta las actuales presiones de precios en permanentes, desanclando considerablemente las expectativas de inflación.
Si esa eventualidad ocurriera, el Fed se vería forzado a apretar abruptamente su postura monetaria, lo cual podría descarrilar la recuperación económica, así como desencadenar ajustes sustanciales en los precios de los activos financieros, incluyendo, desde luego, las monedas de los mercados emergentes. Afortunadamente, hasta ahora, tal contingencia luce remota.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).