Por segunda ocasión consecutiva, la semana pasada la Junta de Gobierno del Banco de México decidió incrementar en 25 puntos base el objetivo de su tasa de interés de referencia, para dejarlo ahora en 4.50 por ciento.
Ante los riesgos del elevado crecimiento de los precios, este órgano colegiado volvió a considerar necesario “reforzar la postura monetaria” para propiciar la convergencia de la inflación a la meta.
Algunos analistas han externado su desacuerdo, aduciendo que el diagnóstico de la inflación es equivocado y que la “restricción” monetaria es peligrosa. Esas objeciones parecen reflejar malentendidos sobre la inflación y la política monetaria, los cuales pueden agruparse en tres categorías.
La primera tiene que ver con la inflación. Se argumenta que el actual fenómeno inflacionario es resultado de “choques” de oferta, ante la caída de la producción asociada al Covid-19. Se plantea que tales perturbaciones son temporales y que la inflación anual refleja sólo una baja base de comparación. Como esas fuentes están fuera del control del Banco Central, se concluye que la política monetaria no tiene nada que hacer.
El alegato descrito revela una visión parcial de la inflación. La pandemia ha involucrado no solo choques de oferta sino también de demanda, resultantes de la decisión de los consumidores de abstenerse de muchos servicios, en particular de viajes y esparcimiento, a fin de evitar el contagio.
A medida que ha avanzado la vacunación y se han generalizado las precauciones, el consumo se ha recuperado con cierto vigor. En contraste, la producción se ha reanimado más lentamente, entre otras causas por la caída de la inversión y los costos de reapertura.
Lo anterior sugiere que prevalecen las presiones de demanda, especialmente en el sector terciario, que representa casi dos tercios del PIB. Ello podría contribuir a explicar la tendencia alcista de la inflación anual de servicios, excluyendo vivienda y colegiaturas, que en julio pasado alcanzó 5.2 por ciento.
Lejos de ser transitorias, las actuales presiones parecen formar parte de un régimen de inflación más elevada desde 2017. De entonces a la fecha, la inflación anual ha promediado 4.6 por ciento, y la subyacente, que excluye los componentes más volátiles, 4.0 por ciento, ubicándose por encima de las correspondientes medias del quinquenio previo y de los catorce años anteriores para los cuales ya estuvo vigente la meta.
El aumento de precios es significativo, aun sin considerar los efectos de base de comparación. La inflación acumulada durante los primeros siete meses del año alcanzó 7.0 por ciento, en términos anualizados.
Un segundo grupo de objeciones afirma que la actual postura monetaria es “excesivamente” restrictiva. Se alega que los bancos centrales de muchos países, mayormente los desarrollados, mantienen sus tasas de referencia cercanas a cero o, incluso, negativas. Se colige, así, que el Banxico debería situar su política como la de economías “semejantes”.
La consideración de las medidas de los grandes bancos centrales, en especial del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, es útil para estimar el posible impacto de la postura monetaria de nuestro país. Sin embargo, ello no implica que el Banxico deba emular a esos u otros institutos centrales.
El fenómeno inflacionario es diferente en cada nación y las políticas monetarias extraordinariamente expansivas involucran riesgos. México debe enfocarse en su propia realidad, reconociendo que el periodo de baja inflación es todavía corto y la convergencia a la meta no se ha logrado.
Además, el diferencial de las tasas de interés de mediano y largo plazos de México respecto a Estados Unidos refleja, en gran medida, el riesgo país, relacionado con la debilidad de las políticas públicas. Esta compensación puede aumentar si los inversionistas perciben que el Banco Central está siendo más tolerante con la inflación.
Un último grupo de reclamos sostiene que la política monetaria del Banxico ha frenado el crecimiento económico e, incluso, ha generado pobreza. Esta extraña aseveración parece pasar por alto el cúmulo de equivocaciones y deficiencias de política económica, ajenas al Banco Central, que tienen postrada a la economía mexicana.
Las decisiones recientes del Banxico no han implicado una restricción monetaria sino una disminución en su carácter expansivo. Con acierto, han enviado una señal para apuntalar el objetivo.
Finalmente, la inflación es un impuesto muy regresivo que afecta desproporcionadamente a los más pobres. Pretender compensar las trabas al crecimiento mediante una política monetaria que subestime el daño de la inflación es una peligrosa apuesta con graves riesgos sociales.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).