Durante 2021, la inflación anual ha aumentado significativamente hasta alcanzar 7.1 por ciento en la primera quincena de noviembre. Esta tasa es la mayor desde abril de 2001 y ocurre después de siete meses de registros cercanos a seis por ciento.
El agravamiento inflacionario es preocupante porque representa una considerable desviación del objetivo prioritario del Banco de México, de procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional.
No sobra recordar que la razón de ser de ese mandato estriba en que la inflación alta genera efectos adversos en la población, especialmente sobre los segmentos más vulnerables, y puede entorpecer el funcionamiento de la economía.
De hecho, el crecimiento generalizado de los precios en México ya ha erosionado la capacidad de compra de los salarios y ha disminuido el valor de los ahorros de la gente que no tiene acceso a instrumentos que los protejan contra ese fenómeno.
Como era de esperarse, los principales perjudicados han sido los retirados, los pensionados y, particularmente, las personas más pobres, las cuales mantienen la mayor parte de sus ahorros en efectivo. La inflación es un impuesto no legislado muy regresivo, cuya confiscación genera pérdidas permanentes.
Adicionalmente, no puede descartarse un desaliento añadido a la inversión productiva, que ha mostrado una tendencia declinante desde mediados de 2018, porque se han amplificado las dudas sobre los niveles a los que puede llegar la inflación.
En efecto, según cálculos del Banxico, la estimación de la ‘prima por riesgo inflacionario’, que mide la incertidumbre sobre esa variable reflejada en las tasas de interés de largo plazo, se encuentra en los niveles máximos desde que se tiene registro. La posible volatilidad de la inflación puede desincentivar los proyectos de capital, al dificultar el cálculo adelantado de los rendimientos reales.
En su informe trimestral dado a conocer a principios de diciembre, el Banco de México reiteró su percepción de que los ‘choques’ que han incidido sobre la inflación anual son “principalmente transitorios.”
Tradicionalmente, este instituto central ha usado el término ‘transitorio’ para describir periodos, de duración variable, en que se espera que la inflación supere la meta explícita de tres por ciento. En fechas recientes, se ha intensificado su utilización, con la característica de que su connotación temporal se ha extendido mucho.
Específicamente, a principios de 2021 la noción de transitoriedad se basó en la expectativa de un incremento de la inflación anual en el segundo trimestre, concentrado en abril, como resultado de los “efectos base de comparación” de la baja de los precios de los energéticos en igual lapso del año anterior.
Posteriormente, la perspectiva de alta inflación se ensanchó a varios trimestres y, en sus pronósticos más recientes, el Banxico ha estimado que las presiones inflacionarias podrían ceder hasta finales de 2022. Naturalmente, esta visión puede cambiar, en cualquier dirección y magnitud, en los siguientes ajustes de las predicciones.
El problema con la ambigüedad en el uso del término ‘temporal’ es que ha llegado a abarcar horizontes cada vez más largos, lo cual contradice el significado común de un fenómeno rápidamente reversible.
Su aplicación con significado móvil corre el riesgo de interpretarse como una minimización de los problemas económicos y sociales derivados del crecimiento acelerado de los precios. La elevada inflación puede arraigarse, e incluso magnificarse, si su permanencia conduce a un mayor deterioro de las expectativas del público.
Ante peligros como éstos, en su testimonio ante el Comité Bancario del Senado de Estados Unidos a finales de noviembre pasado, el presidente del Banco de la Reserva Federal, Jerome Powell, reconoció que “probablemente sea un buen momento” para retirar el término ‘transitorio’ de las explicaciones de inflación de ese país.
Tal observación es muy valiosa considerando que la actual inflación estadounidense representa una excepción, al estar precedida de tres décadas de estabilidad de precios. En contraste, la inflación mexicana se ha mantenido alta, en especial desde principios de 2017, periodo durante el cual ha promediado 4.7 por ciento.
En México, la realidad ha invalidado repetidamente la caracterización de la inflación elevada como un fenómeno transitorio. La persistencia del acelerado aumento de los precios y sus niveles no vistos en más de veinte años demandan una respuesta monetaria excepcionalmente firme que corrobore la credibilidad del compromiso del Banco Central con su objetivo prioritario.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).