Con un régimen cambiario flexible, cualquier país puede gozar de independencia monetaria, definida como la capacidad de conducir la política monetaria para propósitos internos, sin influencias monetarias externas.
Esa posibilidad se inserta en el principio económico de la ‘Trinidad Imposible’, según el cual es posible buscar, de forma congruente, solo dos de las siguientes tres metas: estabilidad cambiaria, libre movilidad de capitales e independencia monetaria, pero no las tres a la vez.
Así, los arreglos monetarios sostenibles requieren la renuncia de una de esas metas. Por ejemplo, los países miembros del euro sacrificaron la tercera y China ha tendido a hacerlo con la segunda. El intento prolongado de perseguir las tres ha desembocado, tarde o temprano, en grandes crisis de balanza de pagos, como la de México en 1994.
La independencia monetaria permite al banco central perseguir sus objetivos estatutarios, como la estabilidad de los precios. Esta ventaja contribuye a explicar por qué, durante las décadas recientes, gran parte de las economías ha optado por regímenes cambiarios flexibles.
En la práctica, las naciones abrazan la independencia monetaria en diferente grado, cediendo, en ocasiones, parte de ella a favor de otras alternativas. La evidencia empírica revela que más independencia conduce a una menor inflación.
Sin embargo, en ocasiones, la autonomía monetaria se ve limitada por el fenómeno conocido como ‘miedo a flotar’, que se manifiesta en la utilización de la tasa de interés de referencia e intervenciones en los mercados financieros, con los propósitos simultáneos de controlar la inflación y evitar movimientos bruscos en los tipos de cambio.
Los argumentos esgrimidos son variopintos, como la intención de proteger la ‘competitividad’ de las exportaciones ante una apreciación cambiaria, o evitar la inestabilidad financiera frente a una depreciación, entre muchos otros. Algunos estudios revelan que, para ciertos periodos, la variabilidad cambiaria de los países en desarrollo ha resultado menor que la de los desarrollados, porque los primeros han utilizado esos enfoques más que los segundos.
Por desgracia, la menor independencia monetaria puede debilitar la credibilidad de la política monetaria, al introducir confusión respecto al compromiso con sus objetivos.
Desde 2001, el Banco de México ha utilizado formalmente un esquema de objetivos explícitos, que permitió reducir significativamente la inflación. No obstante, la falta de convergencia al objetivo y la persistencia de las expectativas inflacionarias de mediano plazo por arriba de la meta parecen reflejar una credibilidad insuficiente de la política monetaria.
Entre otros factores, esta deficiencia podría obedecer a que el Banxico ha sacrificado, en algún grado, su independencia monetaria, al buscar apegar sus decisiones a las del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed). Diversas acciones del Banco de México parecen respaldar esta conjetura.
En 2011, el Banxico redujo la frecuencia de sus reuniones monetarias a ocho, como la del Fed. Además, en julio de 2015, reprogramó las sesiones restantes del año para unos días después de las correspondientes del Fed, a fin de tomar en cuenta los anuncios de ese banco central en sus propias decisiones. A partir de entonces, ha continuado esa práctica.
Asimismo, el Banxico ha tendido a seguir al Fed en la dirección de su política monetaria, aunque no en la magnitud ni la frecuencia de sus ajustes. Como ese instituto central, el Banco de México aplicó una larga fase de relajamiento que concluyó en diciembre de 2015, inició ese mes una de apretamiento y, en agosto de 2019, comenzó otra de laxitud.
Dos excepciones notables a ese ‘acoplamiento’ fueron el apretamiento monetario de la segunda parte de 2008, cuando el Fed aceleraba su relajamiento, y el inicio de la actual fase restrictiva nueve meses antes que ese banco central.
Más importante, desde marzo de 2013, el Banxico ha considerado la ‘postura monetaria relativa’ entre México y Estados Unidos como una consideración central para sus deliberaciones. Esta noción, que carece de un desarrollo teórico, tal vez porque resulta contraria a la independencia monetaria, no tiene una medición precisa, ya que, a lo largo de los años, el Banxico ha tomado en cuenta cualquier instrumento de política monetaria del Fed, incluyendo las compras masivas de activos y la ‘guía futura’.
El Banco de México debería determinar su postura monetaria en función del objetivo prioritario de combatir la inflación. Apoyar sus decisiones en el Fed genera el riesgo de reflejar dudas sobre la capacidad propia de alcanzar la meta.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).