Un sinnúmero de especialistas asigna gran parte su tiempo a elaborar pronósticos económicos. Esta dedicación responde al deseo de los individuos y las empresas de visualizar, en la medida de lo posible, el entorno futuro y, de esta manera, planear mejor sus actividades.
El interés de la sociedad por las predicciones económicas aumenta, en especial, a principios del año y se manifiesta en la explosión de comentarios de múltiples analistas sobre las tendencias avizoradas. Detrás de estas descripciones, se supone que existen estimaciones formales.
Por ejemplo, en sus Perspectivas Económicas Mundiales, publicadas en enero de 2023, el Banco Mundial pronosticó que, para este y el siguiente año, la economía global crecerá 1.2 y 0.2 puntos porcentuales menos que lo estimado para 2022, mientras que México disminuirá su dinamismo económico 1.7 y 0.3 respecto a su correspondiente referencia.
Las proyecciones numéricas del PIB y otras variables, provenientes de diferentes fuentes, son revisadas con frecuencia, por lo que su vigencia es generalmente corta. Mientras que pocas instituciones, como el Banco Mundial, lo hacen sólo dos veces al año, la mayoría de los pronosticadores modifican sus cálculos con periodicidad mensual o, incluso, menor.
Las predicciones económicas suelen basarse en ejercicios estadísticos de prolongación de tendencias, “calibradas” con algunos factores que podrían afectar las decisiones del público. Una ilustración de un elemento relevante para los próximos años es el apretamiento monetario por parte de los bancos centrales y su factible impacto sobre los sectores productivos que responden, en mayor grado, a movimientos en la tasa de interés real, como la inversión y la vivienda.
Dado que su elaboración depende de la información disponible, la cual varía interminablemente, los cambios en los supuestos y, por tanto, en las previsiones pueden llegar a ser significativos.
Así, los pronósticos económicos son un producto en continuo estado mutante. Su carácter perecedero refleja el hecho de que es imposible conocer el futuro de cualquier realidad, para lo cual la economía no es la excepción.
La evolución económica refleja la interacción de millones de personas que responden, en diferentes lugares y maneras, ante un sinfín de eventos, como variaciones en las decisiones económicas y políticas de los gobiernos propios y ajenos, así como eventos fortuitos, como fue el caso de la pandemia del Covid-19.
Para ponderar la magnitud de lo desconocido respecto al futuro económico, hace cien años, el economista estadounidense Frank Knight propuso distinguir entre riesgo e incertidumbre.
En términos simples, el riesgo se refiere a posibles resultados, positivos o negativos, a los que se les puede asignar una probabilidad numérica, basada en la experiencia pasada, como podría ser la intensidad de la temporada de lluvias. En este sentido, los riesgos constituyen una “incertidumbre cuantificable”.
En contraste, la incertidumbre, propiamente dicha, consiste en la posibilidad de eventos sobre los cuales se sabe tan poco que no puede asignárseles una probabilidad de modo sólido. Incluso, abarca sucesos en los que no se contempla su posibilidad hasta que ocurren.
En la opinión de Knight, el proceso económico se determina, mayormente, por la incertidumbre, la cual carece de bases objetivas para su valuación y se sustenta en adivinanzas en las que cualquier punto de vista resulta tan válido como el de muchos otros.
La caracterización económica formulada por Knight invita a descartar las expectativas de los analistas como fundamentos de seguridad. En buena medida, estos ejercicios se basan en apreciaciones subjetivas que, sin remedio, están sujetas a error.
En cualquier momento y dirección, la realidad puede diferir sustancialmente de lo previsto y la experiencia revela que, incluso tratándose de estimaciones de períodos ya transcurridos, como un trimestre o un año, las fallas pueden ser notables.
La precariedad de las predicciones económicas requiere, en particular, evitar dos valoraciones que, aunque frecuentes, pueden resultar desafortunadas. La primera reside en la observación de que, en ocasiones, la incertidumbre disminuye o aumenta. Esta percepción puede referirse a algunos riesgos y no a la incertidumbre, la cual, en el sentido de Knight, no es medible.
La segunda radica en descartar como “imposibles” ciertos resultados. Ello tiende a ocurrir a partir de la tendencia de los especialistas de operar en grupo, evitando separarse del “consenso”, así como de extrapolaciones mecánicas.
La principal utilidad de los pronósticos económicos no parece consistir en conocer el futuro, ya que solo por casualidad coinciden con la realidad, sino, más bien, en saber lo que otros piensan del mismo para actuar de forma estratégica.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).