A partir de 2003, el objetivo nominal de inflación del Banco de México (Banxico) ha sido 3.0 por ciento anual. Sin embargo, a lo largo de estos años, el aumento promedio de los precios se ha situado en 4.4 por ciento. Además, la inflación anual media alcanzó 5.3 por ciento durante 2017-2022, versus 3.5 por ciento durante 2011-2016.
El persistente rebasamiento inflacionario respecto a la meta podría obedecer a varias causas, entre las cuales parece destacar el debilitamiento de la importancia de ésta, mediante dos modificaciones al Régimen de Objetivos de Inflación (IT, por sus siglas en inglés), adoptado por el Banxico formalmente en 2001.
El primer cambio ocurrió en 2002, cuando este banco central estableció un intervalo de variabilidad de más y menos un punto porcentual alrededor de la meta de 3.0 por ciento. Según las publicaciones oficiales, tal intervalo pretendía reflejar “cierto margen de incertidumbre” sobre el cumplimiento del objetivo, derivado de factores que se encuentran fuera del control del banco central.
Con independencia de la aparente arbitrariedad de su tamaño, considerando la invocación de elementos “fuera de control”, la incorporación del intervalo tuvo como consecuencia que, en la práctica, éste remplazara a la meta. Así, en su Informe Anual de 2001, el Banxico señaló que buscaba la convergencia con una inflación de “aproximadamente” 3.0 por ciento.
De forma lógica, el Banxico empezó a considerar como adecuado cualquier resultado inflacionario dentro del intervalo mencionado. La dilución del objetivo contribuye a explicar por qué las expectativas de inflación de mediano y largo plazos por parte de los analistas nunca se han anclado en 3.0 por ciento, sino por arriba de este nivel.
La convivencia del objetivo y el intervalo ha causado confusión sobre la obligación del Banxico en materia inflacionaria. Mientras que, en sus publicaciones, este instituto central ha insistido en que su objetivo es 3.0 por ciento, la mayoría de los observadores ha traducido la promesa como una inflación no mayor a 4.0 por ciento.
El problema de esta contradicción no radica en la diferencia entre ambas referencias, en sí misma intrascendente para la economía, sino en el posible daño a la credibilidad de la autoridad monetaria. Si es ambigua, la meta de inflación difícilmente puede servir de ancla de la política monetaria, supuesto fundamental de cualquier régimen de IT.
El segundo cambio se introdujo en 2018, mediante la adopción de un Régimen de Objetivos de Inflación con Base en Pronósticos (IFT), en el cual los pronósticos del banco central funcionan como mecanismo de comunicación y meta intermedia para cumplir con el objetivo de inflación.
Dentro de este esquema, los ajustes en política monetaria obedecerían, entre otros aspectos, a nuevos pronósticos oficiales que alteran la convergencia prevista de la inflación al objetivo. Por ejemplo, un apretamiento adicional respondería a una posposición pronosticada de la meta de inflación.
La aplicación del IFT en México ha exhibido varias limitaciones. Su admisión ha ocurrido sin un pronunciamiento formal de la Junta de Gobierno (JG) del Banxico. Además, los pronósticos han sido “una caja negra”, al publicarse sin justificación alguna.
Al igual que la de otros pronosticadores, la capacidad predictiva del Banxico ha sido pobre, lo que ha conducido a interminables postergaciones de la convergencia de la inflación a 3.0 por ciento. La ausencia de correlación clara entre la inflación futura y los pronósticos ha invalidado el posible papel de éstos como guía.
Asimismo, el enfoque en los pronósticos contribuye a explicar por qué las discusiones de la JG en las recientes reuniones monetarias, según se consigna en las minutas, se han centrado en si la inflación ha alcanzado su punto de inflexión y si está cerca la tasa de interés monetaria “terminal”, en lugar de la estrategia de llevar la inflación al objetivo.
Finalmente, no ha sido clara la utilidad del IFT. Por ejemplo, en el anuncio de política monetaria de marzo de 2023, el Banxico observó que la inflación había “disminuido más de lo previsto” y la revisión de pronósticos no alteró la fecha de convergencia de la inflación a 3.0 por ciento.
A pesar de ello, la JG decidió incrementar la tasa de interés, señalando que las expectativas de inflación de los analistas para 2023 y 2024 “se incrementaron nuevamente”, lo cual puso en duda los pronósticos del Banxico como criterio de decisión.
El intervalo de variabilidad y el IFT parecen haber sido dos alteraciones que, lejos de ayudar, han complicado la tarea de alcanzar, de manera sostenida, la estabilidad de los precios. Haría bien el Banxico en eliminar ambas variaciones al IT y orientarse a convencer al público de que su compromiso es con el objetivo permanente de inflación de 3.0 por ciento.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).