Razones y Proporciones

Mis recuerdos de Robert E. Lucas, Jr.

El autor reseña algunas razones de su afecto y agradecimiento, concentrándose en los años en los que fue estudiante de doctorado en economía en la Universidad de Chicago.

Robert E. Lucas, Jr., quien falleció la semana pasada, fue el macroeconomista más importante de los últimos 50 años. Sus aportaciones transformaron la manera de interpretar la economía, su evolución de largo plazo y sus fluctuaciones, así como los efectos de las políticas gubernamentales sobre las decisiones económicas.

Muchas teorías y modelos llevan el nombre de Lucas por su investigación sobre la dinámica económica en ámbitos tan diversos como la inflación y el desempleo, la política fiscal y monetaria, los precios de los activos, el tamaño de las empresas, el desarrollo económico y el capital humano.

Se han escrito muchos ensayos sobre Lucas, poniéndolo a la par de los otros dos gigantes de la macroeconomía del siglo XX, John Maynard Keynes y Milton Friedman. Tales comentarios destacan por su número, multiplicado desde su muerte, pero, sobre todo, por la simpatía y admiración hacia su figura.

Sin duda, lo que coloca a Lucas en una dimensión especial entre los genios de la economía fue su sencillez y apertura como ser humano. Fue profundamente generoso con su tiempo y en compartir sus conocimientos.

Su partida ha dejado un enorme vacío en la profesión y, especialmente, en los que tuvimos el privilegio de interactuar con él. Ello nos llena de tristeza; pero, al mismo tiempo, proporciona un motivo para recordarlo. Me gustaría ilustrar algunas razones de mi afecto y agradecimiento, concentrándome en los años en que fui estudiante de doctorado en economía en la Universidad de Chicago hace cuatro décadas.

Mi primera deuda con Lucas es como alumno. Tomé los tres cursos que él impartía en la secuencia de macro. Lucas era un extraordinario profesor, con grandes dotes didácticas. Enseñaba cómo analizar temas complejos de forma sencilla y rigurosa para derivar conclusiones relevantes. Aunque su exposición se sustentaba en técnicas matemáticas que podían llegar a ser complicadas y hasta pioneras en economía, ponía por delante la importancia de los datos y la realidad a explicar.

Disfruté la forma con la que nos enseñaba a pensar sobre problemas sustantivos. Sus laboratorios, con modelos estilizados, sin redundancias innecesarias, eran una potente herramienta de aprendizaje, cuyas soluciones discutía a fondo en clase. Sus artículos continúan siendo un deleite de lectura porque Lucas poseía un fino e inigualable estilo de escribir.

Aunque su inteligencia podría intimidar, su interacción era afable. A veces sus desarrollos matemáticos eran espontáneos, sin importarle el riesgo de equivocarse, lo cual en ocasiones ocurría. Era un profesor elegante, siempre de traje, con un maletín que abría al llegar al aula, y lo primero que sacaba no eran sus notas sino un gran cenicero de cristal para fumar.

Mi segunda deuda se deriva de que fue mi principal asesor de tesis. Es bien sabido que más de la mitad de un programa doctoral suele consistir en la elaboración de la tesis. La faena puede ser agotadora y hasta frustrante, pero el apoyo y la orientación de Lucas me la hizo ligera y fascinante.

Ante la gran devaluación del peso de 1982, pensé que un posible tema de tesis sería explicar las condiciones que preceden al rompimiento de un régimen cambiario fijo. Lo empecé a trabajar como econometrista, estimando la probabilidad de una devaluación y elaboré un pequeño documento que le llevé a Lucas para su revisión. Su reacción fue inmediata: “esto no tiene economía.”

Como alternativa, me compartió unas notas y me sugirió tomar una ruta que él no había abordado en un artículo sobre tasas de interés y tipos de cambio publicado en 1982. Su recomendación fue modelar una economía pequeña y abierta, analizando la posibilidad de una devaluación y la consecuente actividad especulativa. A partir de ahí, inicié un viaje intelectual donde las matemáticas y la economía se amalgamaron.

En esa travesía, que en Chicago duró casi dos años, tuve el privilegio de ver a mi asesor los martes en la tarde, por una hora, para compartirle mis avances y pedirle su consejo. De los grandes “atorones” matemáticos, tarde o temprano, Lucas me ayudó a salir.

Una nota adicional sobre su grandeza. Durante esos años, me aficioné a derivar todos los desarrollos matemáticos de sus documentos de trabajo. En un artículo sobre “Dinero en la teoría de las finanzas”, encontré un par de errores algebraicos sobre los que le comenté y me agradeció en su publicación en 1984.

La tercera deuda es con su persona. Le encantaba convivir con sus estudiantes y compartimos momentos de fiesta. Lo llegué a consultar sobre mi vocación académica y mi deseo de regresar a México. Su sabiduría fue total, como la de un verdadero amigo.

Al despedirme de él en Chicago, le dije algo que he repetido con frecuencia: trabajar con él había sido el mayor honor de mi vida profesional. Hasta ahora es cierto y estoy seguro que lo seguirá siendo.

El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).

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