Durante el primer trimestre de 2023, la economía mexicana continuó su fase de recuperación iniciada en la segunda mitad de 2020. Con base en cifras ajustadas por estacionalidad, el PIB aumentó 1.0 por ciento respecto al trimestre inmediato anterior. En su composición, el sector más dinámico fue el de los servicios, el cual representa casi dos tercios del PIB, seguido por el industrial, cuyo peso asciende a más de una cuarta parte del PIB.
El reciente dinamismo de la producción y de sus componentes significa un notable empuje de corto plazo a la economía. El crecimiento trimestral del PIB superó el de los dos trimestres previos, mientras que el de los servicios resultó el más elevado desde el tercer trimestre de 2020.
Sin desconocer el vigor que reflejan estos ritmos de variación, conviene asociarlos con el nivel que ha alcanzado la actividad económica. Desde una óptica de mediano plazo, esta medida dista mucho de ser estelar. Específicamente, el PIB en el primer trimestre de 2023 fue sólo 1.1 superior al de 18 trimestres antes.
Hay que recordar que, a partir del cuarto trimestre de 2018, la economía comenzó una tendencia declinante, la cual se agudizó en el segundo trimestre de 2020, con el colapso derivado del brote del Covid-19.
El relativamente bajo nivel de la actividad económica pone de manifiesto que el repunte del PIB desde la pandemia ha sido lento y, sobre todo, generalmente débil. La implicación del estancamiento productivo de los últimos cuatro años en el bienestar de la población es decepcionante, ya que se ha traducido en una considerable reducción del ingreso medio por habitante.
Por componentes, la reanimación del PIB desde la pandemia se ha sustentado principalmente en los servicios, cuyo nivel en el primer trimestre de 2023 se ubicó ligeramente por arriba del máximo previo a la pandemia.
Sin embargo, el nivel registrado por la industria continuó siendo inferior al de cuatro años antes. Esto último ocurrió a pesar del fortalecimiento de la producción manufacturera, en gran medida, gracias a la recuperación económica mundial y, especialmente, de la de Estados Unidos, a través del vigor del comercio exterior.
Desde hace tiempo, la producción no manufacturera ha representado una carga en la mejoría industrial de México. En particular, su componente más importante, la construcción, mantiene niveles muy por debajo de los de 2018. Esta debilidad contribuye a explicar por qué la inversión privada ha sido el componente más retardado de la demanda agregada. Los niveles de inversión privada, inferiores a los de cuatro años atrás, restringen las posibilidades de crecimiento prolongado.
El examen anterior sugiere cautela respecto a sobrevalorar uno o dos datos de aumento extraordinario de la producción. En particular, conviene evitar, al menos, tres peligros básicos que suelen surgir cuando predomina una visión de corto plazo.
El primero es aritmético y consiste en ignorar la base de comparación. El desplome del PIB en el segundo trimestre de 2020 fue tan hondo que se necesitan tasas de incremento sustanciales para su corrección. El dinamismo del PIB en el primer trimestre de 2023 forma parte de esa restitución, pero difícilmente cambia la tendencia de mediano plazo.
El segundo radica en elaborar evaluaciones de desempeño económico positivo porque, junto con el dinamismo productivo reciente, México se visualiza como un “refugio financiero” atractivo respecto a otros países de la región. Estas consideraciones pueden evidenciar oportunidades de rendimientos financieros, pero no una mejoría en la trayectoria absoluta de la economía.
El tercero reside en interpretar prematuramente los datos del PIB como demostración de que las expectativas de mejora estructural se empiezan a concretar. El factor de optimismo más socorrido es el multicitado fenómeno del nearshoring, el cual se ha convertido en una virtual panacea de progreso, que pasa por alto los posibles costos sobre el comercio derivados de su origen proteccionista, a pesar de que, hasta ahora, no existe evidencia clara de su existencia en México.
El problema de peligros como los mencionados descansa en el riesgo de incurrir en complacencia en materia de política económica. La prosperidad nacional depende de una alta expansión económica continuada, no de recuperaciones cíclicas que, necesariamente, son efímeras.
En esos términos, el punto de referencia deberían ser las economías “campeonas” en crecimiento, no los países atrasados, que permiten el espejismo de la superioridad. Para acortar el rezago, México requiere un marco de políticas económicas favorables y consistentes, incluyendo aspectos como un sólido Estado de derecho, reglas del juego estables y una amplia apertura a la inversión.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).