La expresión “milagro económico” se refiere a tasas de expansión del PIB por habitante extraordinariamente elevadas que un país registra, de forma sostenida, por un periodo prolongado. Su surgimiento permite a una nación pasar, en pocos años, de un nivel de desarrollo bajo, a veces de miseria, a uno elevado, incluyendo casos del mayor avance material.
Algunos ejemplos modernos incluyen a Japón de 1945 a 1991, los cuatro “Tigres Asiáticos”: Hong Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur, especialmente de los años sesenta a los noventa del siglo pasado, Chile de 1977 a 1996, Irlanda de 1983 a 2007 y China desde 1980.
No existe una definición única de la duración y el ritmo de expansión de los milagros. Como propuesta, el economista Raymundo Chirinos (“Puede el Perú ser el nuevo milagro económico?” Monetaria, julio-septiembre de 2011) identificó las economías cuyo crecimiento del PIB por habitante se ubicó en los quintiles superiores para períodos de 10, 15 y 20 años, durante 1961-2002, excluyendo los casos de excesiva volatilidad y que no aparecieron en los tres horizontes de tiempo.
El autor detectó 19 países cuyo crecimiento per cápita calificó como milagro. Además de las anteriormente mencionadas, la lista incluye naciones como Botsuana, España, Portugal y Tailandia.
En este ejercicio, la tasa de crecimiento promedio anual del PIB por habitante fue 7.8 por ciento para el horizonte de diez años, 6.8 por ciento para el de quince, y 6.1 por ciento para el de veinte. Con base en estos datos, Chirinos planteó, como criterio práctico para determinar un milagro, un crecimiento per cápita de aproximadamente 7.0 por ciento durante una década.
Según esta regla, el “desarrollo estabilizador” de México no calificaría como milagro. De 1954 a 1970, lapso de vigencia del referido enfoque de política económica, el crecimiento promedio por habitante fue alrededor de 3.6 por ciento.
Por mucho tiempo, los economistas han buscado entender las condiciones que permiten a una nación prosperar aceleradamente. Su comprensión resolvería el problema del desarrollo si hiciera posible la imitación y, por tanto, facilitara la convergencia de todos los países a los más altos estándares de bienestar.
Por desgracia, las posibilidades de emulación son limitadas tanto por razones de su comprensión como de aplicación. Las diferencias predominan y no existe un camino único para el progreso.
El crecimiento económico sostenido depende de la intensidad y la calidad de los factores productivos, notablemente el capital físico y humano, así como de la productividad total de dichos factores. Esta relación es potente porque captura empíricamente, entre otros desarrollos, la forma en que ocurren los milagros económicos.
Sin embargo, cada país logra el éxito de manera distinta, incluyendo la importancia relativa de aspectos como la acumulación de capital, la tasa de ahorro, la importación de tecnología, la velocidad para innovar productos, las horas de trabajo, la participación laboral de la mujer, y la educación, entre muchos otros.
La dificultad para elaborar una interpretación general de los milagros aumenta si se desea caracterizar su entorno. Éste ha incluido circunstancias históricas particulares, como el fin de la Segunda Guerra Mundial para Japón y el de la guerra de 1950-1953 para Corea del Sur, tras de las cuales Estados Unidos impulsó la reconstrucción mediante la facilitación de la transferencia de tecnología y las importaciones, entre otras medidas.
En estos y otros casos, es posible encontrar, en diferente grado, políticas consideradas típicamente de “libre mercado”, como la protección de los derechos de propiedad, las bajas tasas impositivas, la desregulación, la privatización y la apertura al exterior. Sin embargo, en varios países, el gobierno ha buscado intervenir significativamente en la mecánica del desarrollo, por ejemplo, mediante el subsidio a industrias específicas y el apoyo a la consolidación de conglomerados empresariales, cuya aportación continúa siendo materia de debate.
Finalmente, aun si se contara con una lista única de políticas económicas conducentes al progreso, faltaría explicar por qué algunos países las siguen y otros no. Los economistas han investigado empíricamente la posible influencia de factores como la geografía, la cultura y las instituciones, definidas estas últimas, de forma vaga, como “reglas del juego”.
La evidencia estadística tiende a descartar las dos primeras en presencia de la tercera, como lo corrobora el desempeño contrastante de Corea del Norte y Corea del Sur. Si bien las instituciones que mejor parecen funcionar son las “incluyentes” es decir, las que permiten el acceso amplio a los recursos, su medición es complicada y, en todo caso, restaría entender por qué llegaron a establecerse.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).