Durante los últimos cinco años, tres perturbaciones han afectado la evolución y las perspectivas del comercio internacional.
La primera ha sido la guerra comercial entre Estados Unidos y China iniciada en 2018. La administración del expresidente Trump impuso aranceles a muchos productos provenientes de China, con la pretensión de hacer regresar a las empresas que operaban en ese país a su territorio y, de esta manera, recuperar los “empleos perdidos,” así como reducir el déficit comercial.
China respondió con gravámenes similares a las importaciones de bienes estadounidenses. El conflicto se exacerbó y, en 2020, ambos países llegaron a un acuerdo en el que China se comprometió a ciertas metas de importaciones “voluntarias”, las cuales básicamente no cumplió.
El gobierno del presidente Biden ha profundizado este enfoque proteccionista, aduciendo razones de seguridad tecnológica y nacional. Por ello, ha mantenido los aranceles y ha introducido nuevas restricciones al intercambio con China, incluyendo límites a las exportaciones y prohibiciones a las inversiones en ese país.
El segundo choque fue el brote de la pandemia del Covid-19 en 2020 y las medidas sanitarias, que ocasionaron disrupciones en las cadenas globales de suministro. Éstas se manifestaron en la carencia de múltiples insumos y productos, desde semiconductores hasta electrodomésticos. A más de tres años de su erupción, la pandemia ya no es una emergencia y, en general, las cadenas de suministro se han regularizado.
La tercera perturbación ha sido la invasión rusa de Ucrania en 2022, que generó un incremento de las sanciones económicas de Estados Unidos y otras naciones sobre Rusia, las cuales abarcan, entre otras, limitaciones al comercio, la convertibilidad monetaria, las transferencias bancarias y la disponibilidad de activos. Por su parte, Rusia se involucró en una disputa sobre el suministro de gas con la Unión Europea y redujo el flujo de este combustible hacia la región, aunque los países europeos han encontrado fuentes alternativas de abasto.
Los choques anteriores han tenido, al menos, tres efectos sobre el comercio internacional. El primero consistió en una contracción del intercambio mundial de bienes durante la primera mitad de 2020, cuando fueron más agudas las medidas para hacer frente a la pandemia. Esta disminución coincidió con el más pronunciado desplome del PIB global desde la Gran Depresión.
Afortunadamente, en la segunda mitad de ese año, la economía mundial inició una fuerte reanimación, la cual estuvo acompañada de la revigorización del intercambio comercial. De hecho, a pesar de la retórica prevaleciente entre muchos observadores sobre una presunta “crisis” en las cadenas de suministro, el comercio internacional hizo posible atender, de forma razonable, el abrupto incremento de la demanda mundial de bienes, impulsada, en gran parte, por la expansión de las políticas monetaria y fiscal de las naciones desarrolladas.
El segundo efecto se ha presentado en la recomposición del comercio internacional, al tiempo que éste ha continuado extendiéndose. Las causas de los reacomodos han sido la mencionada guerra comercial y, en menor medida, la invasión rusa. Ambos choques han ocasionado desviaciones del comercio con el fin de evitar las trabas.
Las tensiones comerciales han significado costos para Estados Unidos y China, incluyendo mayores precios de las importaciones y el debilitamiento industrial. Además, Estados Unidos no ha logrado sus objetivos iniciales, ya que la reubicación de plantas a su circunscripción ha sido insignificante y, al depender de factores macroeconómicos, en lugar de disminuir, se ha ampliado el déficit comercial.
Desde 2018, mientras que la participación de China en las importaciones de Estados Unidos se ha contraído drásticamente, ha tomado su lugar un grupo de naciones asiáticas que comprende, entre otras, a Vietnam, Taiwán, Tailandia, India, Corea del Sur y Japón. Con mucho, el mayor “ganador” en esta recomposición ha sido Vietnam. Por su parte, la participación de México ha aumentado mínimamente.
El tercer impacto ha sido el surgimiento de una corriente en la política comercial de muchos países, según la cual la fragmentación geoeconómica, basada en dos bloques en torno a Estados Unidos y China, constituye un fenómeno altamente probable.
A esta postura han contribuido las iniciativas del gobierno estadounidense de promover el nearshoring y el friendshoring y, principalmente, su intento de combatir cualquier ventaja tecnológica de China. Hasta ahora, ese “desacoplamiento” ha sido limitado. Sin embargo, de profundizarse, el mundo perdería parte de los beneficios potenciales de la globalización, lo cual dañaría, en especial, las posibilidades de progreso de las naciones pobres.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).