En mayo de 2023, la inflación anual de Estados Unidos, medida con el Índice de Precios de Gastos de Consumo Personal (PCE), guía preferida del Banco de la Reserva Federal (Fed), descendió a 3.8 por ciento, lo cual significó una disminución de 3.1 puntos porcentuales respecto al máximo registrado once meses antes. Tal reducción reflejó, mayormente, la contracción de los precios internacionales de los energéticos.
En contraste, la inflación anual “subyacente”, definida como aquella que excluye alimentos y energía, se ha recortado poco y, en meses recientes, ha mostrado resistencia a la baja. Así, en mayo de 2023, este indicador fue 4.6 por ciento, similar al promedio de los seis meses anteriores y sólo 0.8 de punto porcentual menos que el máximo observado en febrero de 2022.
El problema de la terquedad de la inflación subyacente estriba en que ésta capta la tendencia de largo plazo de la inflación general y los niveles recientes representan más del doble del objetivo oficial de 2.0 por ciento.
En repetidas ocasiones, el presidente del Fed, Jerome Powell, ha sugerido que el principal problema detrás de la persistencia de la inflación subyacente es el elevado crecimiento de los salarios.
Para fundamentar lo anterior, Powell suele dividir la inflación subyacente en tres partes, a saber: la de bienes, la cual, en su opinión, ha decrecido por la atenuación de las restricciones de oferta; la de servicios de vivienda, la cual estima que disminuirá con el tiempo, a la luz de las menores rentas nuevas observadas; y la de servicios diferentes a la vivienda, que representa más de la mitad de la subyacente y ha bajado escasamente. Como el costo más importante de esta última es la mano de obra, infiere que el motor inflacionario son los salarios.
Este razonamiento incurre en el error de postular una causalidad a partir de datos puramente coincidentes: la mano de obra como factor preponderante de los servicios y los incrementos salariales mayores que en el pasado. Como es bien sabido, la concurrencia de hechos no es prueba de causalidad en ninguna dirección.
En particular, en Estados Unidos, varias razones ponen en duda la vieja teoría de que los aumentos salariales desencadenan el crecimiento sostenido de los precios. Desde el punto de vista lógico, esta hipótesis requeriría un alto poder de negociación de los sindicatos, lo cual contradice la realidad, ya que en ese país tales organizaciones han ido perdiendo fuerza.
Más que el origen de la inflación, las variaciones salariales parecen ser su resultado, ya que éstas típicamente buscan reflejar, entre otras consideraciones, la pérdida del poder adquisitivo. Ello se confirma con el hecho de que, de 2021 hasta hace poco, el cambio anual de las compensaciones laborales promedio por hora se situó por debajo de la inflación, lo que implicó un considerable deterioro de los salarios reales.
Además, dos investigaciones recientes sobre la experiencia estadounidense debilitan la hipótesis laboral de la inflación. La primera es del Banco de la Reserva Federal de San Francisco, donde se demuestra que, si bien los incrementos salariales han actuado como choques de oferta sobre los precios de los servicios diferentes a la vivienda, el impacto ha sido pequeño y ha ocurrido de forma lenta en plazos largos. El trabajo concluye que la repercusión de los salarios sobre la inflación subyacente y general ha sido insignificante.
El segundo estudio es de los economistas Olivier J. Blanchard y Ben S. Bernanke, quienes encuentran que, contrario a la preocupación tradicional de que la inflación estaría estimulada primordialmente por un mercado de trabajo apretado, la mayor parte del incremento de la inflación que empezó en 2021 ha provenido de choques de precios derivados de la fortaleza y cambios en el nivel y la composición de la demanda agregada, así como de restricciones de la oferta.
La teoría de la inflación basada en las remuneraciones laborales parece la otra cara de la moneda de una, casi igualmente popular, basada en la “avaricia”. Según esta visión alternativa, la inflación sería producto principalmente de los crecientes márgenes de ganancia de los empresarios. De forma análoga a la primera, esta “explicación” confunde causas con efectos, al desconocer que, en un ambiente inflacionario, tanto los salarios como las utilidades nominales tienden a subir, a ritmos diferentes que van cambiando con el tiempo.
Finalmente, tiene razón el presidente Powell en afirmar que los actuales aumentos salariales son incongruentes con la estabilidad de los precios. Para que sean compatibles, se requiere que la política monetaria mantenga una postura suficientemente restrictiva para hacer que la inflación converja al objetivo. Una consecuencia de ese éxito será la moderación de las presiones salariales.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).