El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que entró en vigor en 1994, resultó extraordinario, al menos, por dos razones. Fue el primero en el que una economía emergente acordaba condiciones de liberalización de obstáculos al comercio con economías desarrolladas.
Además, el interés que despertó contribuyó a desencadenar un número creciente de tratados comerciales. Según la Organización Mundial de Comercio (OMC), el 1 de agosto de 2023, estaban en vigor 360 pactos comerciales regionales, ocho veces la cantidad registrada 30 años antes.
La esencia de cualquier tratado comercial es convenir reglas para facilitar el comercio entre los países signatarios, comúnmente mediante la reducción y eliminación de aranceles, cuotas y otras barreras al intercambio de bienes y servicios.
A mediados de 2020, el TLCAN fue remplazado por el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), el cual modificó algunos aspectos del primero, como las reglas de origen automotrices, e incluyó disposiciones sobre temas previamente no cubiertos, como el comercio digital, los derechos laborales y el medio ambiente. Varias de las nuevas cláusulas imprimieron un carácter proteccionista al T-MEC.
Tomando en cuenta el objetivo de impulsar el comercio, el TLCAN y su sucesor pueden considerarse exitosos. El comercio en América del Norte se ha cuadruplicado en términos nominales brutos desde 1994. Si bien no es posible saber cuánto habría crecido el intercambio regional en ausencia del acuerdo, este dinamismo es sustancial.
Más importante, el TLCAN no parece haber causado una desviación significativa del comercio, que induciría ineficiencias y pérdidas de bienestar, peligro comúnmente asociado a los tratados comerciales. Ello es natural al sustentarse el comercio, en buena medida, en la cercanía geográfica y las contrastantes ventajas comparativas, en especial, entre México y Estados Unidos.
La preponderancia de la creación de comercio sobre la posible desviación parecería estar reflejada en la gradual disminución de la participación del intercambio de bienes y servicios de la región en el comercio mundial, particularmente durante el presente siglo. Ello ha obedecido a la presencia cada vez mayor de fuentes alternativas en las importaciones de los países miembros.
Específicamente, a raíz del ingreso de China a la OMC a finales de 2001, este país incrementó espectacularmente su participación en las importaciones estadounidenses de bienes, tendencia que se ha revertido parcialmente desde 2018 con la guerra comercial entre ambas naciones.
Asimismo, desde la Gran Recesión de 2008, otras economías asiáticas y México han aumentado su proporción dentro de las compras de Estados Unidos. En junio de 2023, la aportación de México fue 15.9 por ciento, mayor a la de cualquier país y más de dos puntos porcentuales por arriba de las de Canadá y China.
Los ascensos relativos descritos han ocurrido a expensas, principalmente, de un prolongado declive de la contribución de Canadá, que recientemente se ha detenido. Al parecer, la pérdida de terreno comercial de esta nación se ha derivado de un cambio en la composición de la demanda estadounidense y, sobre todo, una desventaja respecto a las economías con menor costo de mano de obra.
La diversificación de las importaciones se ha observado también en México desde el inicio del TLCAN. Mientras que la participación de las exportaciones de mercancías a Estados Unidos se ha mantenido relativamente estable, en torno a un promedio de 83.0 por ciento, la correspondiente proporción de las importaciones mexicanas provenientes de ese país descendió de 70.0 por ciento en enero de 1994 a un promedio de 43.4 por ciento durante la primera mitad de 2023.
En estos años, han ganado peso relativo las compras mexicanas provenientes de Asia, particularmente de China. La integración de México en la producción manufacturera estadounidense ha propiciado una extensión de las cadenas de suministro de Norteamérica fuera de la región.
El principal beneficiario de la apertura formalizada en el TLCAN ha sido el consumidor de los tres países, al tener acceso a una mayor variedad de bienes y servicios a menores precios. Igualmente, el proceso de apertura ha impulsado la productividad de las empresas involucradas en el comercio, lo cual ha sido especialmente notorio en las ubicadas al norte de México.
Como era de esperarse, el TLCAN y el T-MEC no han sido una panacea. Contrario a las predicciones iniciales de algunos entusiastas, el aumento acumulado del PIB de México durante estos años ha sido muy inferior al de Estados Unidos y Canadá. La trayectoria divergente del ingreso medio de nuestro país respecto al de sus socios comerciales pone de manifiesto la falta de reformas internas para aumentar el crecimiento económico potencial.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).