La sustitución del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) por el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), en julio de 2020, obedeció a una renegociación de las condiciones de intercambio de bienes y servicios entre los tres países, bajo la presión de Estados Unidos.
El expresidente Donald Trump caracterizó, de forma repetida, el TLCAN como el “peor acuerdo comercial de la historia”, argumentando que propiciaba el “abuso” de la economía estadounidense por parte de otras naciones.
Como manifestaciones de los presuntos perjuicios, señalaba el elevado déficit comercial de Estados Unidos, especialmente con China y México, y la pérdida de empleos manufactureros en ese país. Amenazó con abandonar el TLCAN si no se concertaba un nuevo pacto, atendiendo a sus exigencias.
En gran medida, la crítica de Trump reflejó una visión equivocada del comercio internacional, como si fuera un “juego suma cero”, en el cual para que una parte gane la otra tiene que perder. Ignoró que el intercambio comercial es una especie de cooperación que ocurre porque las partes involucradas buscan beneficiarse y permite a los países prosperar mediante el aprovechamiento de la especialización.
En términos generales, el T-MEC mantuvo el espíritu del TLCAN que buscaba eliminar obstáculos al comercio, lo cual incluyó, entre otros aspectos, reglas de liberalización de áreas no contempladas previamente, como el comercio digital. Sin embargo, también incorporó restricciones proteccionistas, algunas de las cuales afectaron principalmente a México, como el contenido mínimo de trabajo con salarios elevados en la producción automotriz y los estándares laborales y ambientales.
Desde el punto de vista de Estados Unidos, el T-MEC permitiría “corregir” los mencionados inconvenientes, mediante la disminución del déficit comercial y el regreso de empresas a su territorio, con un incremento del empleo.
A poco más de tres años de iniciado el T-MEC, tales objetivos difícilmente se han cumplido. La razón de fondo radica en que los fenómenos aludidos no reflejan deficiencias de los tratados comerciales.
En primer lugar, el déficit comercial de mercancías de Estados Unidos acentuó su tendencia de ampliarse observada durante las últimas tres décadas, sólo moderada recientemente. De esta manera, durante la primera mitad de 2023, este desbalance aumentó, en términos nominales absolutos, 30.8 por ciento, respecto a igual lapso de 2020.
El mayor déficit comercial de Estados Unidos ocurrió a pesar de una contracción del déficit bilateral con China, la cual fue más que compensada por la expansión de los correspondientes déficits bilaterales con México y otras naciones.
Los datos anteriores confirman que la balanza comercial obedece a factores macroeconómicos y no a la política comercial. Específicamente, un déficit de bienes y servicios refleja el exceso de gasto sobre ingreso y, por identidad contable, el exceso de inversión sobre ahorro interno.
Una manera de disminuir el déficit comercial de Estados Unidos consiste en apoyar el ahorro interno, por ejemplo, disminuyendo el desequilibrio fiscal. Por ello, los aranceles y otras sanciones impuestas a China no han aminorado el déficit comercial total de Estados Unidos y sólo han generado una desviación del comercio.
En segundo lugar, existe cierta evidencia de relocalización de operaciones de algunas empresas manufactureras a Estados Unidos, con una adición atribuida de empleo. Por ejemplo, la organización Reshoring Initiative estima que 364 mil puestos fueron relocalizados en 2022, lo cual incluye trabajos anteriormente realizados en otros países, así como los creados por empresas extranjeras en Estados Unidos.
No obstante, la relocalización no parece haber impulsado la producción manufacturera, la cual desde 2022 se ha mantenido relativamente estancada. Además, la aportación de la relocalización al empleo no ha sido extraordinaria. De junio de 2020 a junio de 2023, el crecimiento del empleo manufacturero fue inferior en cinco puntos porcentuales al del empleo total no agrícola.
Hasta ahora, la relocalización, como el nearshoring, parece prevalecer más en los planes que en las acciones ejecutadas de las empresas. En cualquier caso, su posible magnitud dependería de la prolongación de la guerra comercial con China, país que reemplazó el mayor número de empleos manufactureros de Estados Unidos desde su incorporación a la Organización Mundial de Comercio en 2001, así como de los subsidios estadounidenses a la fabricación de ciertos insumos, como los semiconductores, más que al T-MEC.
Ni el TLCAN causó los “daños” atribuidos por Trump, ni el T-MEC puede “remediarlos”. El principal efecto de ambos acuerdos ha sido la expansión del comercio, la cual ha propiciado la competencia y la productividad y ha favorecido con creces a los consumidores.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).