El nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, enfrenta enormes desafíos que debe atender eficazmente, ya que el país se encuentra en una situación económica de suma fragilidad.
La lista de padecimientos incluye una economía en recesión, una inflación anual superior a 140 por ciento, que rápidamente va en ascenso, una razón de deuda pública a PIB de aproximadamente 90 por ciento, con altas probabilidades de impago, un déficit fiscal consolidado cercano a 10 por ciento, un acceso nulo a los mercados internacionales de capital, y una proporción de la población en pobreza de alrededor de 40 por ciento.
Estos problemas no son atípicos en la evolución de largo plazo de la economía argentina. Más bien, representan una agudización de las vicisitudes padecidas por casi un siglo, las cuales llevaron a esa nación, de ser una de las diez más avanzadas en términos de PIB per cápita, a una de ingreso medio.
En particular, la historia moderna de Argentina ha estado plagada de crisis financieras recurrentes, con erupciones de inflación, cuya tasa anual ha llegado a rebasar 3,000 por ciento, devaluaciones abruptas de la moneda e incumplimientos de la deuda pública. La inestabilidad financiera ha convivido con un crecimiento económico promedio modesto.
La mayoría de las crisis financieras se ha derivado de una tendencia de excesivo gasto público, primordialmente a favor de grupos de interés, que se ha traducido en importantes déficits fiscales, los cuales han sido financiados, en buena parte, por el banco central. La incongruencia entre la indisciplina fiscal y monetaria y los regímenes de tipo de cambio predeterminado ha conducido a crisis de balanza de pagos, a pesar de los controles cambiarios.
Además, el crecimiento económico ha estado restringido por políticas gubernamentales adversas a la productividad, como barreras al comercio exterior, pesadas regulaciones, distorsiones de precios, e ineficiencia de los servicios públicos.
En el pasado, algunas administraciones han buscado corregir estas limitaciones, mediante la aplicación de diferentes programas, que generaron avances en el control de la inflación y la capacidad productiva. Sin embargo, su falta de profundidad y los costos sociales asociados llevaron al alejamiento de algunas de ellas. Tal fue el caso del régimen de tipo de cambio fijo, instaurado en 1991 mediante una “caja de conversión”, que restringía la emisión monetaria del banco central. El sistema fue gradualmente flexibilizado, hasta ser abandonado once años después, en medio de una debacle económica.
El amplio margen de la victoria electoral de Milei parece haber confirmado la validez de su plataforma de acciones, como respuesta a la insatisfacción de la mayoría de la población con el desempeño económico del país. En esencia, las propuestas buscan regresar al Estado a sus funciones básicas y facilitar el libre funcionamiento de los mercados.
Con acierto, Milei ha colocado, en el centro de la discusión política, la raíz de los problemas de la inestabilidad financiera: los déficits fiscales y su financiamiento monetario. Por ello, propone un fuerte ajuste del gasto público y una simplificación del sistema tributario. Asimismo, ofrece conducir la economía a la “dolarización”, es decir, a la adopción del dólar como la moneda de curso legal.
En principio, la dolarización no constituye la mejor opción para una economía, porque puede conllevar significativos costos de ajuste ante choques externos. Por este y otros inconvenientes, la mayoría de las naciones ha preferido otorgar independencia al banco central, estableciéndole, como objetivo prioritario, la estabilidad de los precios, y permitiendo la flotación de la moneda en los mercados internacionales.
Desafortunadamente, en Argentina esta opción no parece viable, ya que el banco central ha perdido toda credibilidad. De ahí que recurrir al dólar y, de esta manera, a la política monetaria estadounidense, constituya una forma extrema en que el gobierno busque mostrar su compromiso con la estabilidad. La implementación de este sistema enfrenta serios problemas, destacando, entre ellos, la escasez de dólares para la conversión de los pasivos públicos y privados de pesos a dólares.
Finalmente, el programa de Milei incluye otras iniciativas, como una reforma laboral, la apertura comercial, una reforma energética y diversas medidas en las áreas de salud, educación, pensiones, seguridad e infraestructura, entre muchos otros. Bien instrumentadas, estas trasformaciones pueden incrementar el crecimiento potencial de la economía.
En diferente grado, varias de las ideas de la plataforma de Milei han sido anteriormente aplicadas en Argentina y su éxito ha resultado, en muchos casos, insignificante o pasajero. Toca al nuevo presidente cambiar la historia de tropiezos reformistas y, esta vez sí, lograr que ese país emprenda una prolongada trayectoria de progreso.
El autor es xsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006)