México no ha sido una nación caracterizada por la inmigración, sino por la emigración. Según el Censo de Población y Vivienda 2020, el número de personas nacidas en el extranjero que radicaban en México ascendió a un millón 212 mil 252.
La escasa representatividad de los extranjeros se visualiza en el hecho de que esos individuos representaron el 1.0 por ciento de la población del país. Además, los inmigrados en México fueron aproximadamente una décima de los emigrados mexicanos a otras latitudes.
La baja proporción de extranjeros ha limitado el aprovechamiento de los beneficios potenciales de la inmigración. Además de las bondades no económicas, como la diversidad cultural, en cualquier país, la población inmigrada puede impulsar la mejoría económica.
Específicamente, a medida en que las economías se desarrollan y transitan por procesos de cambio y diversificación, surgen nuevas necesidades de capital humano. Es posible que los migrantes poco calificados complementen e incluso, eventualmente, sustituyan a los trabajadores locales, que pueden llegar a desempeñar labores más sofisticadas, como se ha observado en las etapas avanzadas de desarrollo de otras naciones.
Más importante para el progreso resulta la inmigración de mano de obra de alta calificación. El principal factor del crecimiento económico sostenido es el cambio tecnológico, derivado de la innovación y la aplicación de nuevos conocimientos.
Existe una amplia evidencia de que los inmigrantes altamente calificados, incluyendo, entre otros, a científicos, ingenieros, inventores, emprendedores y maestros, apoyan el adelanto económico. En particular, estos individuos difunden ideas del exterior, innovan, realizan descubrimientos, lideran y coordinan las actividades de otras personas y, de esta manera, impulsan la productividad.
Ninguna economía se ha beneficiado más de la inmigración de alta competencia que la de Estados Unidos, como lo demuestran, entre otros indicadores, las considerables proporciones de inventores, producción de innovación, patentes, premios Nobel en física, química, medicina y economía, y nuevos negocios asociados con los inmigrantes en ese territorio.
Dada su abundancia relativa en mano de obra poco calificada, México se vería especialmente favorecido con más inmigración altamente calificada. La pregunta obvia es: ¿por qué no ha atraído más inmigrantes? La respuesta simple consiste en que el país no ha ofrecido un entorno propicio para ese propósito.
Entre los posibles factores que determinan el atractivo de una nación a la inmigración de mano de obra calificada, destacan las oportunidades de interactuar, de forma cercana, con otras personas de capacidades similares o mayores. Tales condiciones, referidas en lenguaje técnico como ‘economías de aglomeración’, contribuyen a explicar por qué la población inmigrante de altas habilidades tiende a concentrarse en pocos países y, dentro de éstos, en ciertas regiones y ciudades.
Por ejemplo, de acuerdo con el Banco Mundial, mientras que las naciones de la OCDE representan menos de la quinta parte de la población mundial, éstas albergan dos tercios de los migrantes altamente calificados. Además, Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Australia son los destinos de cerca del 70 por ciento de esos migrantes. Asimismo, el talento se aglutina en torno a ciudades como Nueva York, Londres, Boston y San Francisco.
En la competencia por la mano de obra de alta calificación, México ha enfrentado debilidades estructurales, entre las que destacan un sistema educativo básico cuya calidad promedio es reducida y su cobertura limitada, universidades con prestigio medio o bajo para estándares internacionales, y una exigua inversión en investigación y desarrollo.
En consecuencia, la integración de México en la economía global se ha mantenido orientada a la fabricación de componentes y al ensamblaje de piezas en procesos manufactureros con tecnología importada. Al ser la mano de obra barata la principal ventaja, la innovación ha resultado minúscula.
Lejos de haberse acrecentado notoriamente el talento del exterior, el diferencial de sueldos, el ambiente intelectual poco desafiante y el aumento de la escolaridad han hecho que la emigración mexicana sea, cada vez más, de alta calificación, lo cual ha beneficiado, en particular, a Estados Unidos. Así, una significativa proporción de personas nacidas en México con grado de doctorado vive actualmente en ese país.
México debería aprovechar su cercanía con Estados Unidos para construir un entorno accesible y atractivo para la inmigración y retención de profesionales. Ello requiere, entre otros aspectos, una estrategia gubernamental que destine suficientes recursos para transformar de fondo el sistema educativo e impulsar, de manera permanente, la inversión en investigación y desarrollo.