En su discurso dentro del Simposio Económico de Jackson Hole organizado la semana pasada por el Banco de la Reserva Federal (Fed) de Kansas City, el presidente del Fed, Jerome Powell, expuso su visión sobre la evolución y las perspectivas de la inflación y la política monetaria de Estados Unidos. En su ponencia, destacaron cinco puntos.
El primero fue el reconocimiento del error del Fed de haber interpretado el repunte inflacionario, iniciado en 2021, como reflejo de un “choque de oferta” de corta duración, respecto del cual la política monetaria no tendría nada que hacer.
En la opinión de Powell, el ascenso de la inflación anual, que medida con el Índice de Precios del Gasto de Consumo Personal (PCE), indicador preferido del Fed, alcanzó un máximo de 7.1 por ciento en junio de 2022, obedeció a “aumentos rápidos en la demanda de bienes, cadenas de suministro estresadas, mercados laborales apretados y fuertes incrementos de los precios de las materias primas”.
Estos factores configuraron una expansión de la demanda agregada por encima del de la oferta, desbalance típico de los fenómenos inflacionarios. Sin embargo, llama la atención la omisión de Powell en cuanto al papel de las políticas monetaria y fiscal laxas. En particular, el acomodamiento monetario mediante la reducción de la tasa de referencia a niveles virtualmente de cero y, sobre todo, la excepcional inyección de liquidez durante 2020 y 2021, junto con la extraordinaria expansión fiscal, fueron indispensables para la aceleración de la inflación.
El segundo punto consistió en el señalamiento de que “la inflación trajo consigo dificultades sustanciales, especialmente para quienes menos podían afrontar los mayores costos de los productos básicos”.
Esta afirmación, reiterada en esencia por Powell en otras exposiciones, reflejó el carácter social del objetivo de la estabilidad de precios que, como mínimo, demanda empatía frente a quienes más sufren los daños inflacionarios. Además, esta conciencia ayuda a evitar que la autoridad monetaria “se pierda” en las usuales distinciones entre los subcomponentes de los índices de precios, que frecuentemente operan como excusa para ignorar los perjuicios inflacionarios padecidos por la población.
El tercer punto residió en el señalamiento de que, ante las elevadas presiones en el crecimiento de los precios, el Fed decidió responder con una política monetaria firme y confirmar su compromiso incondicional de regresar la inflación al objetivo de 2.0 por ciento. En la reunión de Jackson Hole de 2022, Powell advirtió que la estabilización podría requerir “dolor” en términos de desempleo y un menor crecimiento económico. Detrás de ese temor, yacía la supuesta relación inversa entre desempleo e inflación, conocida como “Curva de Phillips”, pieza analítica esencial de la mayoría de los bancos centrales.
El viernes pasado, Powell reconoció que, afortunadamente, la desinflación no implicó un sacrificio económico notable. Mientras que la inflación anual registró un descenso hasta alcanzar 2.5 por ciento en junio pasado, el desempleo subió de 3.5 por ciento en julio de 2023 a 4.3 por ciento en julio de 2024, más acorde con el promedio histórico.
Este desenlace confirmó que el costo social de la desinflación suele ser inverso a la credibilidad del banco central. La fe del público en el Fed se fincó en su determinación de afrontar los posibles costos, así como en la aplicación de una política monetaria perseverante, y se manifestó en el mantenimiento de las expectativas de inflación de largo plazo ancladas en el objetivo.
El cuarto punto consistió en la percepción de Powell de que los datos recientes han aumentado la confianza de que “la inflación está en una trayectoria sostenible de regreso al 2.0 por ciento.” Adujo que el mercado laboral se ha normalizado, por lo que difícilmente sería una fuente de inflación en el futuro próximo.
Así, Powell concluyó que “ha llegado el momento de que la política (de tasas) se ajuste”. Advirtió que las fechas y el ritmo del aflojamiento dependerían de los datos, la perspectiva y el balance de riesgos, mientras que añadió un tono de cautela, al observar que “es demasiado pronto para hacer evaluaciones definitivas (del episodio)”.
El último punto involucró una recomendación de oro para los bancos centrales: “Los límites de nuestro conocimiento, tan claramente evidentes durante la pandemia, exigen humildad y un espíritu cuestionador centrado en aprender lecciones del pasado y aplicarlas de manera flexible a nuestros desafíos actuales”.
Los puntos anteriores ofrecen enseñanzas para el Fed y otros bancos centrales. Convendría que el Banco de México los aprovechara para abandonar su infundada seguridad en sus pronósticos y, en su lugar, adoptar una estrategia monetaria orientada al objetivo de inflación y no a otras consideraciones.