En un reciente estudio, la destacada economista búlgara, Stefanie Stantcheva, expuso las razones por las que al público estadunidense le desagrada la inflación¹. Con base en dos encuestas levantadas entre diciembre de 2023 y enero de 2024, esta profesora de la Universidad de Harvard documentó las características de la percepción de la gente sobre la inflación como un fenómeno inequívocamente negativo.
Para el público, la inflación no es la medida fría con la que los economistas describen el cambio en el nivel general de los precios, sino una anomalía que impacta adversamente su vida y les produce estrés, enojo e indignación.
Con cuestionarios remunerados a fin de asegurar el interés de los encuestados, la profesora Stantcheva indagó los efectos de la inflación identificados por éstos en su carácter de consumidores, trabajadores y dueños de activos financieros.
La inflación socava el estándar de vida de los consumidores porque los obliga a reducir la cantidad o la calidad de los bienes a comprar, o a posponer tales adquisiciones. Este sacrificio es grave porque lo experimentan de forma cotidiana.
Desde el punto de vista de los trabajadores, la inflación erosiona el poder adquisitivo de los salarios, porque éstos se mantienen estancados o crecen menos que el aumento de los precios. La mayoría de los entrevistados no identificó la existencia de revisiones salariales como ajustes ante la inflación, sino que, en todo caso, cualquier incremento lo consideró un reconocimiento del desempeño o progreso en la carrera laboral.
El rezago salarial respecto de la inflación se visualiza socialmente inequitativo, porque se cree que ha sido más agudo para los trabajadores de menores ingresos y los salarios de éstos aumentan por debajo de los de mayores ingresos.
Finalmente, la inflación hace que los ahorros se devalúen, aspecto que no se percibe aplicado a las deudas. En particular, aunque los empréstitos también se deprecian con la inflación, el aumento de los precios es interpretado exclusivamente como una dificultad para servir esas obligaciones.
Las encuestas revelaron, como consenso claro, la precepción de una ausencia de efectos positivos de la inflación. Tal vez porque no siempre ocurre como evento concomitante, los entrevistados no advirtieron, como posible beneficio, que la inflación esté acompañada de un mayor crecimiento económico, como el observado desde mediados de 2020.
Por el contrario, la mayoría interpretó la inflación como síntoma de crisis y reflejo de un desempeño económico y político desfavorable. La tendencia fue hacia sobrestimar la inflación y a ser pesimista sobre el futuro del crecimiento de los precios.
La autora de la investigación encontró una gran polarización en la interpretación sobre las causas y las implicaciones para combatir la inflación, como reflejo de las diferencias políticas y los niveles de ingreso. Por ejemplo, mientras que los republicanos tendieron a culpar al gobierno por la inflación, los demócratas señalaron a los empresarios como causantes del rezago salarial, por presumiblemente ejercer suficiente discreción en la fijación de las remuneraciones, con independencia de las fuerzas del mercado.
Estas caracterizaciones llevaron a los entrevistados a considerar el control de la inflación como una prioridad máxima, superior a la de otras metas económicas y sociales. Al respecto, las indagaciones pusieron de manifiesto dos evaluaciones del público sobre el aumento de precios que resultan de especial relevancia para los bancos centrales.
En primer lugar, la gente atribuye un mayor peso a la inflación que al desempleo, lo cual refleja, entre otros factores, una inevitable asimetría: mientras que el desempleo está concentrado poblacionalmente, la inflación afecta a todos los ciudadanos.
En segundo lugar, la mayoría no reconoce la existencia de un compromiso entre inflación y desempleo, lo que los lleva a imaginar la posibilidad de controlar el aumento de los precios sin costos sociales. En todo caso, mientras que los de mayores ingresos son más proclives a pensar que la política monetaria fue muy laxa, esta relación es menos frecuente entre las personas de bajo ingreso.
Es indudable que no todas las percepciones del público sobre la inflación coinciden con la visión de los economistas e, incluso, algunas están invalidadas por los datos. Sin embargo, ese no es el punto del estudio.
La gran enseñanza del trabajo de la profesora Stantcheva es de humildad para los expertos y, en especial, para los responsables de política monetaria, quienes tienen la tarea de entender y medir mejor las razones de la aversión del público a la inflación, adecuar su estrategia a este rechazo, y ampliar sus esfuerzos de comunicación.
¹Stantcheva, Stefanie. Why do We Dislike Inflation? Brookings Papers on Economic Activity, March 14, 2024.