Durante las últimas cuatro décadas, China ha registrado un desarrollo económico espectacular que ha mejorado sustancialmente el nivel de vida de su población.
Después de un largo período de retroceso, a partir de 1979, bajo la conducción del nuevo líder Deng Xiaoping, esa economía cambió de rumbo al adoptar una estrategia gradual de privatización, liberalización de obstáculos a los negocios y apertura al exterior.
Inició, así, un acelerado proceso de industrialización basado en las exportaciones, la entrada de capitales externos y la adopción de nuevas tecnologías. Además, el gobierno impulsó la urbanización y la infraestructura que han facilitado la movilidad de la mano de obra, las comunicaciones y el comercio internacional.
Según las cifras oficiales, en los cuarenta años que concluyeron en 2018, el crecimiento promedio anual del PIB, en términos reales, fue 9.5 por ciento, lo cual constituye una expansión sin precedente para una economía grande. En la actualidad, el PIB nominal chino, medido en dólares corrientes, se ubica en segundo lugar, sólo superado por el de Estados Unidos
El progreso sostenido de ese país ha permitido un aumento extraordinario del ingreso por habitante y una drástica disminución de los índices de pobreza.
Sin desconocer los indudables logros materiales de China, en los años recientes se ha acrecentado el escepticismo de los especialistas acerca del grado de veracidad de las cifras sobre la actividad productiva, en especial el PIB, reportadas por las autoridades.
Entre los factores que han provocado esas dudas sobresalen las tasas iniciales inusitadamente elevadas de crecimiento económico y, desde la crisis global de 2007-2008, el patrón suave de la atenuación de ese dinamismo.
Específicamente, la variación anual del PIB pasó de 14.2 por ciento en 2007 a 6.6 por ciento en 2018. El descenso ha sido lento a partir de 2012, a pesar de que algunos indicadores sugerían una marcada desaceleración durante 2014-2015.
La reciente disminución tersa del vigor del PIB resulta aún más clara si se examinan los datos trimestrales. Por ejemplo, en 2018, el dinamismo económico anual se redujo cada tres meses, en promedio, una décima de punto porcentual y hasta septiembre de 2019 lo ha hecho en dos décimas. Las fluctuaciones al alza y a la baja han sido inexistentes.
Las suspicacias de los observadores se han acentuado, al menos, por tres razones. La primera es que, en China, la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), encargada de estimar el PIB, publica los datos trimestrales de crecimiento doce días después de concluido el trimestre, lo que constituye un lapso extremadamente corto para estándares internacionales.
La segunda causa consiste en que las autoridades establecen metas de crecimiento por año, las cuales, por lo general, son alcanzadas de forma cercana.
La tercera razón se refiere a las deficiencias metodológicas en el cálculo del PIB. Hasta el año pasado, la ONE dependía de los gobiernos locales para la colección de datos regionales. Sin embargo, esas autoridades obtienen promociones en función de sus metas de inversión y PIB, lo cual genera un incentivo para inflar las cifras. La ONE tenía la tarea de eliminar ese sesgo al alza depurando los datos.
Este tipo de observaciones ha llevado a los observadores a concluir que la información oficial del PIB se produce cuidadosamente con fines políticos. Esta falta de credibilidad ha abierto la puerta a expertos y empresas a generar mediciones alternativas de la actividad económica.
Tal vez el caso más conocido se refiera al índice Li Keqiang, construido en referencia al actual premier, quien al parecer reveló, de forma confidencial, que las cifras del PIB no eran confiables y, en su lugar, usaba el volumen de carga ferroviaria, el consumo de electricidad y los préstamos bancarios desembolsados, variables que integran el mencionado indicador.
Esta y otras mediciones han sido utilizadas por muchos para concluir que el crecimiento económico de China se ha sobrestimado. Los cálculos arrojan diferentes resultados y su mérito, obviamente, depende de la solidez de los estudios. Entre estos destaca un reciente análisis de la Institución Brookings según el cual la variación anual del PIB de 2008 a 2016 se sobrestimó, en promedio, dos por ciento.
Si bien no es posible conocer con exactitud el tamaño actual del PIB, las estimaciones más pesimistas no invalidan el innegable progreso alcanzado por China. Los desafíos de esa nación son amplios e incluyen no sólo una mayor transparencia y calidad de sus estadísticas, sino el avance adicional en la liberalización económica y el fortalecimiento de las bases para la estabilidad financiera.