Una actividad habitualmente demandada por el público a los economistas en cualquier país, en especial ante un nuevo año, es la formulación de pronósticos sobre la evolución futura de la economía.
Como resultado, muchos profesionales dedican gran parte de su tiempo a producir predicciones económicas, las cuales suelen ser detalladas no solo porque abarcan un gran número de variables para diferentes horizontes, sino porque ofrecen cuantificaciones precisas.
Por ejemplo, la Encuesta sobre las Expectativas de los Especialistas del Sector Privado, recabada mensualmente por el Banco de México, incluye previsiones sobre la inflación, el crecimiento del PIB, las tasas de interés, el tipo de cambio, la desocupación y el déficit público, entre otras variables, al menos para el año en curso y el siguiente, con una exactitud a nivel de centésimas.
El elevado interés que en múltiples auditorios suscitan los pronósticos económicos es asombroso, sobre todo, si se tienen en cuenta las siguientes dos limitaciones.
En primer lugar, el grado de acierto de las predicciones es sumamente bajo. El error es el evento más común y puede ser considerable tanto para plazos largos como cortos. Lo anterior lo revelan las persistentes brechas entre las previsiones y la realidad medidas en los índices de sorpresas elaborados para diferentes economías por algunas corredurías.
La falla de los vaticinios es particularmente significativa en el caso de los cambios de tendencia respecto al pasado, como sucede con el PIB en los ciclos económicos. Por lo común, el inicio y el final de las recesiones no son captados por los pronosticadores sino hasta mucho después de su ocurrencia.
El hecho de que, como regla general, los pronósticos económicos resulten equivocados es reflejo de la complejidad de la economía, la cual depende de un sinnúmero de decisiones de millones de seres humanos que interactúan entre sí y responden a incentivos.
La ciencia económica es potente para fundamentar algunas grandes predicciones que tarde o temprano se cumplen en cualquier sistema de mercado. Un ejemplo destacado es la relación inversa entre el precio de un bien y su cantidad demandada.
Sin embargo, es imposible que un modelo de previsiones incorpore con certeza todos los elementos que pueden influir en la conducta de los individuos y las empresas, incluyendo aquellos que se encuentran fuera de su control, como las catástrofes naturales, las tensiones geopolíticas y los cambios en la política económica.
En segundo lugar, el ejercicio de autocrítica sobre el desempeño de las predicciones es prácticamente nulo. A pesar de la recurrente falta de tino de los pronósticos, sus autores evitan hacer pública la trayectoria de sus errores, posiblemente con el fin de obviar evaluaciones adversas o no desprestigiar su actividad.
Salvo esporádicas y no muy difundidas excepciones, este vacío tampoco es llenado por analistas ajenos a esta actividad. La falta de crítica es lamentable ya que impide mejorar la práctica de los pronósticos, por ejemplo, limitando su alcance y pretendida exactitud y enfatizando el razonamiento detrás de su construcción.
Esta aparente complacencia parece congruente con la tendencia observada entre los especialistas de no separarse mucho del promedio de las predicciones. Al parecer, los incentivos enfrentados por los expertos penalizan desproporcionadamente los errores fuera del 'consenso', lo que conduce al contagio de las fallas y a la lentitud en las correcciones.
Si esto es así, ¿por qué son tan populares los pronósticos económicos? Es difícil explicar la benevolencia del público con estas adivinanzas en un mundo donde cualquier servicio se evalúa y los errores repetidos se castigan.
Tal vez la respuesta se encuentre en el deseo de la población y los negocios de reducir en algo la incertidumbre inherente a la economía con escenarios de lo que puede pasar, a sabiendas de que éstos son solo opiniones, aceptables o no, sobre el futuro que en sí mismo es impredecible.
Tales conjeturas buscan poner en congruencia las trayectorias de las variables involucradas a partir de ciertos supuestos, los cuales pueden modificarse con el tiempo, por lo que su principal valor no es predictivo sino informativo.
A propósito de nuestro país, la mediana de los pronósticos de los analistas ubica el crecimiento económico de México durante 2020 en aproximadamente 1 por ciento. Si bien esta previsión difícilmente refleja lo que va a ocurrir, confirma que continúa el pesimismo, lo cual subraya la necesidad de corregir el rumbo de la política gubernamental para mejorar las expectativas y, principalmente, los resultados.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).