Irlanda tiene uno de los ingresos por habitante más elevados del mundo. Su trayectoria hacia la prosperidad no ha sido uniforme, lo que ha incluido altos y retrocesos. Sin embargo, tal vez su principal clave de éxito ha consistido en el reconocimiento y corrección a fondo de sus errores.
Tras independizarse del Reino Unido en 1922, este país adoptó un modelo de industrialización "hacia adentro" que incorporó, entre otros elementos, el proteccionismo comercial, la estatización de empresas y la creación de monopolios. Aunque hubo avances, estos se opacaron con las ineficiencias y la falta de competitividad.
Como reacción, en 1958 esta nación decidió emprender una estrategia orientada "hacia afuera", mediante la reducción de barreras al comercio, el recorte impositivo a las utilidades de las empresas exportadoras, la liberalización de la inversión extranjera, y el aliento a la educación, entre otras acciones.
El nuevo rumbo se afianzó en 1973 con la entrada a la Comunidad Económica Europea, antecesora de la Unión Europea (UE), basada en un mercado único con libre movimiento de bienes, servicios y personas.
Estas acciones establecieron los fundamentos para el proceso de convergencia de Irlanda con las economías avanzadas. En particular, inició el desarrollo de las industrias de alta tecnología auspiciadas con la entrada de compañías trasnacionales.
Empero, el progreso relativo fue limitado, debido al manejo macroeconómico inadecuado. Entre otras razones, para hacer frente a los efectos adversos de los choques petroleros de 1973 y 1979, el gobierno aplicó una política expansionista de gasto corriente, financiado con aumentos de impuestos y un elevado endeudamiento público, lo que impulsó la inflación.
Además, la adhesión del país al Mecanismo de Tipos de Cambio (ERM, por sus siglas en inglés) en 1979, que establecía bandas de fluctuación para las paridades, resultó en una sobrevaluación de la libra irlandesa que desencadenó una crisis de balanza de pagos.
En 1987, Irlanda rectificó estas inconsistencias con un programa que combinaba la disciplina fiscal con medidas liberales adicionales. Específicamente, el gobierno redujo gradualmente el impuesto sobre la renta corporativa hasta 12.5%, disminuyó drásticamente su gasto corriente, eliminó obstáculos a la competencia, desreguló las aerolíneas y, mediante acuerdos sociales, flexibilizó el mercado laboral.
Los efectos de estas disposiciones se vieron reforzados con los apoyos de los fondos de la UE para la infraestructura. Además, el país se sometió a los criterios de convergencia para la entrada al euro en 1999.
El nuevo marco de política permitió aprovechar al máximo las ventajas de la globalización. Así, de 1990 a 2007, Irlanda registró una expansión económica espectacular, con un crecimiento promedio anual del PIB superior a 6%, lo que le hizo merecedor al apodo de "Tigre Celta", en referencia a las exitosas economías asiáticas.
Desafortunadamente, durante 2008-2009, este país contribuyó a la crisis financiera global con la implosión de una burbuja en los precios de los bienes raíces, alimentada por una expansión excesiva de crédito, lo que llevó a una recesión en ambos años.
El paquete gubernamental de emergencia incorporó una garantía a todos los pasivos y la absorción de cartera de los bancos. Estas acciones y el debilitamiento de la postura fiscal elevaron drásticamente la razón de deuda pública a PIB y presionaron considerablemente el costo de refinanciamiento.
En 2010, Irlanda requirió un cuantioso apoyo temporal por parte de organismos multilaterales. El gobierno aplicó severas medidas que incluyeron, entre otras, la disminución de su nómina, el recorte de los generosos beneficios de seguridad social y el aumento de los impuestos. La flexibilidad laboral permitió a los empleadores reducir los salarios, lo cual incrementó el empleo.
Además, se han reducido significativamente los niveles de apalancamiento del sector público, de los bancos y de los hogares. El saneamiento ha permitido que a partir de 2014 la economía irlandesa recupere su dinamismo registrando altas tasas de crecimiento y se han empezado a suavizar las medidas de austeridad.
Irlanda tiene tareas pendientes como la necesidad de reducir aún más el endeudamiento público y fortalecer los balances de los bancos. Sin embargo, si se atiende a la historia, sus perspectivas lucen muy favorables.
México no debería olvidar el potencial de éxito de las políticas liberales, las cuales no se fincan en el intervencionismo estatal, sino en los mercados, la competencia y la inserción en la economía mundial.
Exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006)