El apogeo y la debacle de la economía brasileña durante el presente milenio ponen de manifiesto la necesidad de preservar, en cualquier circunstancia, un marco sólido de política económica.
Tras sufrir un prolongado período de hiperinflación, a finales del siglo pasado, Brasil implementó un exitoso programa de estabilización que incluyó la disciplina fiscal, la liberalización cambiaria y un esquema de objetivos de inflación en el Banco Central. Como resultado, la inflación descendió rápidamente a niveles de un solo dígito y se sentaron las bases para una mayor expansión económica.
Así, durante la primera década del presente siglo, Brasil experimentó tasas muy elevadas de crecimiento, con lo que se convirtió en la economía estelar de América Latina. Ese progreso estuvo apoyado por el auge de los precios internacionales de las materias primas.
La importancia de los bienes primarios para la economía brasileña se refleja en su elevada participación dentro de las exportaciones, la cual ha alcanzado 50 por ciento. El principal destino de las ventas externas ha sido China, cuya notable vitalidad económica contribuye a explicar la fuerte demanda por esas mercancías.
En Brasil, las entradas sustanciales por exportaciones fortalecieron los ingresos públicos, al tiempo que se captaron considerables flujos de capitales foráneos y la moneda se apreció. Sin embargo, como suele ocurrir en las épocas de abundancia, el gobierno no hizo lo necesario para hacer sostenible el dinamismo.
Por ejemplo, las autoridades no evitaron el sobrecalentamiento de la economía, ni aprovecharon la bonanza para atender las fragilidades de las finanzas públicas, afectadas por un Estado grande, un sistema impositivo complejo y crecientes obligaciones de seguridad social.
Por el contrario, el gobierno incrementó el gasto público en proyectos de baja rentabilidad. El dispendio se hizo más evidente durante la presidencia de Dilma Rousseff de 2011 a mediados de 2016. En contraste con su predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, que procuró mantener las finanzas públicas en orden, Rousseff generó desequilibrios mediante un creciente intervencionismo estatal.
Los precios de las materias primas empezaron a descender al inicio de su gobierno y precipitaron el desplome durante la campaña para su segundo mandato. En ello influyó la desaceleración económica de China, así como las perspectivas sobre el inicio de la normalización monetaria estadounidense.
En parte por su orientación ideológica y en parte para compensar el menor dinamismo económico, Rousseff aplicó una política fiscal muy expansiva, mediante aumentos de salarios mínimos, generosas prestaciones para la burocracia, subsidios y exenciones tributarias a sectores específicos, reducciones de precios de alimentos y servicios públicos, y aceleración del crédito de la banca de desarrollo, entre otras acciones.
Adicionalmente, el Banco Central aflojó considerablemente su política monetaria, sin tener ancladas las expectativas de inflación, lo que suscitó el escepticismo de algunos observadores sobre la independencia de esa institución.
Las resultantes presiones inflacionarias condujeron a un apretamiento monetario. Empero, el desequilibrio fiscal se incrementó y se ha mantenido elevado, tanto por el surgimiento de un déficit primario, que excluye el servicio de la deuda, como por este componente, el cual se agravó por el aumento transitorio de las tasas de interés. Desde 2015, la razón de deuda pública a PIB muestra una trayectoria insostenible.
Los escándalos de corrupción relacionados con Petrobras y el deterioro fiscal llevaron a las tres grandes calificadoras a degradar la deuda en moneda extranjera de esa corporación y, al poco tiempo, la del gobierno, a nivel 'basura'.
La destitución de la presidenta acusada de distorsionar la información sobre las finanzas públicas y el encarcelamiento de Lula por cargos de corrupción reflejaron una profunda crisis política, la cual, junto con los desbalances financieros, desencadenaron, en 2015 y 2016, la recesión más profunda en casi un siglo.
Durante esos años, el real se debilitó sustancialmente y escasearon los capitales. Los gobiernos posteriores han buscado enmendar los errores con algunas reformas y desde 2017 se ha registrado una moderada mejoría económica.
México debe aprovechar la experiencia brasileña mediante la aplicación de una estrategia que evite subestimar los riesgos y privilegie la prudencia, así como la certidumbre y la aplicación igualitaria de las reglas del juego, las cuales son indispensables para recuperar la confianza de los inversionistas.
* El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).