Presidente de E Y E México
Nuestro glorioso Ejército Mexicano y la Marina Armada de México, son de las instituciones más admiradas y respetadas en México.
En efecto, la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental (ENCIG) 2021 del INEGI, revela que más del 70 por ciento de la población mayor de edad tiene mucha confianza en el Ejército y la Marina.
La historia de nuestro país ha sido esculpida por los militares. El general Porfirio Díaz accedió al poder gracias al apoyo del ejército y estableció un período de estabilidad y crecimiento en México sustentado en el poder militar del gobierno.
La Revolución trajo el derrocamiento del caudillo militar y el surgimiento de movimientos revolucionarios armados, que después años de lucha revolucionaria derivaron en cacicazgos regionales militares, cuya violencia continuó hasta que Venustiano Carranza expide la convocatoria al congreso constituyente que habría de redactar la Constitución de 5 de febrero de 1917, -vigente hasta nuestros días-, aunque con innumerables modificaciones.
Aunque Carranza fue el primer Presidente bajo la nueva Constitución, que instauró la transmisión pacífica del poder por medio de elecciones democráticas, la verdad es que el país estaba regido por la dictadura de los caudillos militares de la Revolución cuya permanencia en el poder la lograban no con votos, sino con armas y soldados.
Los gobiernos posrevolucionarios requerían controlar los cacicazgos regionales, someter a los caudillos militares y generar condiciones para la gobernabilidad del país. En 1929, el presidente Plutarco Elías Calles creó una institución política para aglutinar a todas las fuerzas del país: El Partido Nacional Revolucionario (PNR), padre del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que regulaba la participación política de los militares y caciques que regían las regiones del país y que tenían incluso un sector militar dentro de la organización del partido.
En los años 40 el sector militar desaparece dentro del PRI y un civil, Miguel Alemán, llega a la Presidencia de la República, que ha estado en manos de civiles hasta nuestros días. De 1940 a 1968 se registra estabilidad social y los militares son separados definitivamente del poder político, por lo que los mandos militares se sujetan a tareas de rutina y a la vida interna de los cuarteles.
A partir de 1968 se presentan tres momentos claves en los que el gobierno civil debe apoyarse cada vez más en la fuerza de las armas para mantener el orden público.
En primer término, el movimiento estudiantil y sindical de 1968, que culminó con la tragedia estudiantil de Tlatelolco y que marcó una desafortunada vuelta del poder militar a la escena política.
En segundo término, el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994, el cual es contenido inicialmente con una fuerte respuesta del Ejército Mexicano. La presencia de la guerrilla se multiplica en Chiapas, Guerrero y Oaxaca y el gobierno Federal le deja al ejército las tareas seguimiento y contención.
En tercer término, el mayor involucramiento del Ejército Mexicano en tareas de seguridad pública y la lucha contra el narcotráfico que ha generado una mayor presencia de personal militar en cargos procuración de justicia y seguridad pública.
¿Pero cuáles son las labores propias del Ejército Mexicano? La mayoría de los mexicanos saben que el Ejército se encarga de la defensa del territorio y la soberanía nacional, de garantizar la seguridad interior y de instrumentar el Plan DN-III en caso de desastres naturales.
Según la Ley Orgánica del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, el ejército tiene las misiones generales siguientes:
I. Defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación;
II. Garantizar la seguridad interior;
III. Auxiliar a la población civil en casos de necesidades públicas;
IV. Realizar acciones cívicas y obras sociales que tiendan al progreso del país; y
V. En caso de desastre prestar ayuda para el mantenimiento del orden, auxilio de las personas y sus bienes y la reconstrucción de las zonas afectadas.
A pesar de lo anterior, la presente administración federal ha involucrado crecientemente al ejército en labores que no son propias de su función, como lo es la construcción de infraestructura y otras labores administrativas.
En cuanto a la infraestructura, se ha encargado al ejército la ejecución y supervisión de grandes obras de infraestructura de la 4T como el Aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya, las sucursales del Banco del Bienestar y, recientemente, la construcción del Acueducto El Cuchillo II en Nuevo León, entre otras.
En mi opinión, el Presidente, en su papel de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, se está extralimitando en sus facultades al mandatar al ejército labores para las cuales existe plena capacidad de los sectores público y privados civiles.
Si bien la participación coyuntural del ejército en el combate al narcotráfico y la inseguridad pública puede ser justificable, aunque su permanencia es debatible, el involucramiento del ejército en las obras de infraestructura no se justifica.
Lo anterior no obedece a falta de capacidad, que la tiene nuestro ejército, sino al enfoque de trabajo del sector militar, basado en un mando indiscutible y el monopolio de la fuerza.
El sector infraestructura está sujeto a condiciones financieras, económicas, técnicas, jurídicas y, sobre todo, ambientales, que deben cumplirse si se quiere generar una plataforma sólida para el desarrollo del país. Dichas condiciones no son precisamente materia de nuestro ejército, el cual está siendo utilizado por el Presidente para sus obras emblemáticas por el prestigio y confianza que los mexicanos le tenemos a nuestro ejército.
Creo que el presidente NO debe utilizar a una institución tan amada por lo mexicanos para la ejecución autoritaria de las obras, sobre todo por el desgaste que los gobiernos civiles han impuesto a nuestras fuerzas armadas en el combate al narcotráfico y la inseguridad pública.
Afortunadamente, la percepción de los mexicanos sobre nuestro ejército es de plena confianza, que no debería verse empañada al exponer ahora a nuestro ejército a riesgos de corrupción y fallas en las obras que, tristemente, aún están presentes en nuestro sector de infraestructura.