Originaria de una familia católica de La Laguna, Brenda Crabtree vivió de niña en Erlangen, una ciudad universitaria en Núremberg, Baviera, donde estaba la planta de Siemens, la empresa en la que su padre trabajó durante 40 años.
Su madre, que sufrió una enfermedad bipolar, vivió lo suficiente para enseñar a sus hijas a hacer valer su opinión. La crianza en ese pueblo, y la formación del Colegio Alemán, reforzaron el alcance de sus convicciones. “En mi vida y en mi carrera, eso hizo la diferencia. Si pudiera explicar mi historia de alguna manera, sería cómo he enfrentado los infinitos ‘no’ que me han dado como respuesta a casi todo. Me dijeron que no iba a poder estudiar medicina porque no tenía el promedio, me dijeron que no iba a poder entrar a nutrición porque no aceptaban a nadie que viniera de un hospital privado. Me dijeron que no iba a poder mantener a mi familia como investigadora. Las mujeres en la ciencia pasamos muchísimas barreras y, al final, la toma de decisiones en los institutos de salud está tomada por hombres”.
Crabtree se vio favorecida, sin embargo, por la descendencia inglesa y alemana de sus familias paterna y materna. “Tengo que deletrear mi apellido todos los días de mi vida”, señala, pero lamenta que sus apellidos constituyan una ventaja en un país desigual como el nuestro.
Nunca quiso ser cirujana, pero se enamoró de la medicina. Para su beneficio, no pesaron sobre ella las expectativas de nadie. No estudió el posgrado en Australia, donde fue aceptada, por la delicada condición de su madre, pero se preparó en el Hospital ABC en medicina interna. Terminó su preparación en infectología en el Hospital Nacional de Ciencias y Nutrición Salvador Zubirán, y, a pesar de haberse formado en una institución privada, permaneció ahí después, dedicada a la investigación.
Antes fue becada para una estancia en Barcelona, con uno de los más respetados veihacheólogos del mundo. “Conocer la atención a las personas con VIH, las cuestiones sociales alrededor de los usuarios de drogas intravenosas, la inequidad, la pobreza extrema, la migración, las vulnerabilidades sociales que llevan a las epidemias como el VIH o el Covid, fueron para mí un llamado”.
En el Hospital de Nutrición, junto a Juan Sierra, jefe del Departamento de Infectología, Crabtree se preparó como investigadora. El doctor Sierra fue su mentor. Gracias a su trabajo en conjunto, la clínica pasó de atender 400 pacientes a más de 2 mil; han visto egresar a cientos de residentes y, después de tres intentos, lograron colocar al hospital como el sitio de investigación para México de la AIDS Clinical Trials Group, “las ligas mayores en materia de VIH”, explica Crabtree.
En Europa, la doctora aprendió que el 40 por ciento de las personas que vivían con VIH lo padecía debido al uso de drogas intravenosas tras el boom de la heroína en los 80. A diferencia de México, las mujeres tenían, y tienen, una vida sexual muy libre, además de que disponen de lo necesario para prevenir infecciones de transmisión sexual.
-En cuanto a cuidados médicos e investigación sobre el sida, ¿dónde estamos parados frente al resto del mundo?
-Tenemos los tratamientos con los cuales las personas pueden tener una excelente calidad de vida y una muy buena expectativa. La investigación está centrada en la prevención. Luego está el tema de las vacunas.
-¿Por qué se ha perpetuado la epidemia del VIH en México?
-Latinoamérica es la región más desigual del mundo; aquí conviven la violencia de género, el hecho de que las mujeres se contagian en su casa porque existe el abuso y la violencia, por la migración masiva que multiplica el sexo transaccional. La incidencia ha aumentado en la última década por las determinantes sociales. Una mujer en México no puede negociar el uso del condón.
-Con el cambio de la administración federal hubo una crisis por la escasez de ciertos medicamentos para el VIH en 2019. ¿Se resolvió del todo?
-En 2019 se hizo una negociación muy buena en la que participó mi jefe, varios activistas, Urzúa que entonces era secretario; se hizo una compra masiva de antirretrovirales y se ahorraron millones de pesos. Se hizo muy bien, el problema es que hasta donde sé, no se le ha dado continuidad.
Cuando Brenda Crabtree decidió posponer los estudios doctorales para tener a su primera hija, se topó con su siguiente dosis de no: “Que no iba a poder con el trabajo, que no podría vivir de la investigación, que no podría seguir siendo médico. Nunca me ha pasado por la cabeza que no puedo. Tuve una segunda niña y no he perdido la energía, la vitalidad ni las ganas de bailar flamenco o salir a caminar a la montaña”.
En 2019, se postuló para presidir el congreso anual de la Asociación Internacional de Sida, que se celebró en México. El presidente en turno, Anton Pozniak, buscaba una mujer que hubiera dedicado su vida profesional al VIH. Crabtree lo consagró a las mujeres en la ciencia. “Las mujeres somos menos citadas en los journals científicos, somos las que menos apoyos recibimos para conducir ensayos clínicos. Por eso y por cada no que me han dicho y que les han dicho a otras mujeres, procuro ayudar a mis residentas y utilizo mi posición de privilegio y mi liderazgo para enseñarles que sí se puede, que podemos ser madres, médicas e investigadoras y hacer deporte y tener pasatiempos. Mi vida y mi tiempo son para ellas, para mis hijas y para las mujeres”.
Y para las personas que viven con el virus, por supuesto: “Dedicarte al VIH en automático te convierte en un activista”.