San Luis de la Sierra, un pueblito en el estado Falcón, Venezuela, vio nacer a un hombre que a su vez vería nacer a un gran violinista. Moisés Medina logró dejar ese lugar y estudiar lo suficiente para colocarse como gerente general de la General Motors. Moisés conoció a Celeste Vegas y juntos se asentaron en Maracay, en el centro del país, donde nació el menor de sus dos hijos, Moisés hijo.
Una niña le había nacido antes a la pareja. A ella le gustaba bailar. Su madre la inscribió en una escuela de danza, sólo que no era de danza, sino de música. A los tres años, el pequeño Moisés llegó de la mano de su hermana a la Escuela de Música Federico Villena. Celeste lo recogía del preescolar y lo llevaba derechito al kínder musical, donde el niño aprendió las notas musicales, diferentes ritmos y a tocar el xilófono y la flauta dulce.
Conforme los alumnos avanzaban, aprendían materias complejas –armonía, contrapunto, fuga, dictado musical– después de aprobar teoría y solfeo, un embudo en el que se filtraba la mayoría.
Hasta que Moisés Medina entendió el valor de la negra, de la semifusa, de la semicorchea, de la corchea, las claves de sol y de fa, se le permitió elegir un instrumento, pero él no pudo decidirse entre la flauta, el violín, el piano y la percusión, de modo que tomó clases de todos. “Los maestros pensaron que no iba a durar ni tres meses”, cuenta Medina. Pero aguantó así cuatro años. Primero dejó la percusión: “Un día toqué en una orquesta, y que Dios y los percusionistas me perdonen, pero no me pareció tan energética como el violín. No sé cómo explicarlo sin ofender a ningún instrumentista, pero me gustó más el violín, para no entrar en detalles. Había tantos espacios de silencio… y había que contar 150 compases para tocar una nota, y después 200 compases más”.
Después abandonó la flauta, que lo mareaba. Terminó los cursos reglamentarios de piano y se quedó con el violín. A la edad de 12, el muchacho entró al sistema de orquesta. En la Federico Villena estudiaba sus materias y, en paralelo, iba a sus ensayos de orquesta, donde tenía otro maestro de violín.
En 1993 audicionó para la Orquesta Infantil Nacional de Venezuela, que pertenece al famoso Sistema, y quedó como principal de segundos violines. Todo a partir de ahí corrió muy rápido. Viajaba tres veces al año, mucho para un chico de esa edad, para su familia y para la escuela. A los 14, hizo otra audición, para la Orquesta Sinfónica de Aragua. Moisés Medina cobraba ahí un sueldo, a través de su madre, porque era menor de edad. “Era muchísimo dinero. Imagínate que un padre de familia mantenía con eso a esposa e hijos”, dice.
La siguiente audición fue la de la Orquesta Simón Bolívar, la gran creación de Abreu, una de las más importantes de América Latina. Pasados seis meses, el gerente de la orquesta de Aragua lo llamó para que buscara sus cheques sin cobrar. Moisés Medina le pidió a su madre que los retirara. “Era un dineral; sueldo completo más el fideicomiso de un retroactivo. De eso, no vi nada. Cuando le pregunté a mi mamá qué habia pasado, me contestó: ‘con veintitantos y todavía me debes’”.
No fue fácil la vida de Medina en Caracas, “donde todo va a 200 km por hora. Extrañaba mi casa, a mi familia, pero lo bueno que tiene la música no es que te haga olvidar, sino que te hace conectar lo que tocas con lo que sientes”.
Moisés Medina vivía en Parque Central, un multifamiliar de ocho edificios de 30 pisos con 25 departamentos cada uno, una ciudad dentro de otra. Parque Central está muy cerca del teatro donde la orquesta ensayaba y tocaba. Ahí, Medina tocó con algunos de los gigantes de la música venezolana, como Pacho Flores y Gustavo Dudamel. “Esa fue una gran orquesta porque tocamos juntos desde 1994 hasta el 2000. Éramos una pandilla de 80 muchachos pa’rriba y pa’bajo. Ahora, esos 80 están por todo el mundo. Es la única orquesta que creció junta y por eso sonaba así. El crecimiento fue orgánico en edad, en lo musical, en experiencia y eso se sentía a la hora de tocar… Imagínate a dos futbolistas jugando juntos 19 años; ya no tienen que verse, se adivinan. Así, en la orquesta, yo sé en qué momento exacto Gustavo (Dudamel) iba a hacer algo con su batuta, y tenía la misma conexión con mis otros compañeros”.
Después de dos décadas en la Bolívar, Moisés Medina emigró. En 2018 llegó a México con un vuelo de regreso a Caracas que nunca abordó. Tenía seis conciertos navideños programados con Alondra de la Parra. “Por supuesto traía mi maleta bien cargadita porque tenía dentro de mí quedarme”. Y poco a poco se abrieron las puertas. Primero audicionó para ser parte de la Sinfónica de Yucatán. “Tuve que dar clases particulares para pagar renta y comida, pero tengo amigos maravillosos que me apoyaron y estoy por nacionalizarme mexicano este año”.
Después del contrato con la Orquesta Sinfónica de Yucatán, llegó el de Minería y luego Armonía Social, de la mano de Alondra de la Parra. “Está muy bajita la educación musical acá en México, pero va a crecer muchísimo porque hay mucho mucho talento por descubrir y apoyar”, sostiene.
Coordinador académico y artístico de Armonía Social, Medina explica que este proyecto brinda educación musical gratuita a niños y jóvenes de la Península de Yucatán, Quintana Roo y Campeche que tengan algún conocimiento musical. El plan es extenderlo a la Ciudad de México, Morelos y León. El evento cumbre para los alumnos es el Festival PAX, creado por De la Parra. “Motiva mucho a los niños tocar junto a grandes violinistas, pianistas o trompetistas”.
Pero sabe que las familias son la clave del éxito del proyecto. “Voy a hacer una orquesta de papás para que se integren todavía más. ¿Te imaginas en la casa al niño diciéndole al papá que está desafinado, que practique más. Lo que vemos en las clases es la punta del iceberg, lo que sucede en la casa es un universo paralelo”, relata emocionado el violinista casi mexicano.