Salvador Cacho fue el primer hijo de una pareja de internacionalistas de la UNAM entregados la mayor parte de su vida al servicio público. También fue el primer nieto de su familia materna y nació en un momento importante para ésta: el hijo favorito de su bisabuela recién había muerto en un accidente automovilístico. El niño fue una luz después de la tragedia. La bisabuela y su bisnieto se apegaron. Lo mimaba, quizá demasiado. Ella era una mujer inquebrantable, que vivió sola hasta los 102 años. “Todos los días a las nueve en punto estaba lista, peinada de chongo, con falda, blusa de seda y collar de perlas, y todos los días tenía algo que hacer”.
La infancia de Salvador Cacho era perfecta, hasta que cumplió cinco años y apareció Felipe, primo hermano de su mamá, varios años mayor, quien lo abusó sexualmente, varias veces, hasta los 14. No había escapatoria: el abusador estaba en las reuniones familiares. El abuso se tornó más violento con los años. Siete años después murió su padre, sin saber que su hijo había sido violentado.
Cacho estudió ciencia política en el ITAM. En quinto semestre, empezó a trabajar en el equipo de Alejandra Lagunes, que elaboraba estrategias de comunicación para el gobernador Enrique Peña, que aspiraba a la Presidencia. No llegó a Los Pinos porque montó su propia agencia de comunicación y marketing. “El trabajo para mí ha sido un ancla”, afirma.
En 2016, después de muchos años de trabajo emocional, se lo contó todo a su madre. Ella creyó en él. Después denunció al agresor. Los abogados que consultó le advirtieron que no tenía un caso; que los delitos habían prescrito (cinco años después de que la víctima hubiera cumplido la mayoría de edad, de acuerdo con el Código Penal Federal). Unos años después, cuando se eliminó de la ley la prescripción del abuso sexual infantil, Cacho volvió a buscar asesoría legal, y él y sus abogados resolvieron que, aunque algunos delitos habían prescrito, había episodios que conservaban vigencia. Cacho repasó sus diarios. Reabrió la herida y optó por una estrategia de denuncia que no incluyó todos los abusos de los que fue víctima, pero con la que tenía mayores probabilidades de ganar.
En abril, el agresor fue detenido y encerrado en el Reclusorio Oriente. En la audiencia Cacho lo miró de frente. “Acusarlo y verlo a la cara era necesario para terminar de sanar”, dice. Pero, de manera sorpresiva, el juez decidió dejarlo en libertad bajo fianza y retuvo su pasaporte, en espera del juicio. Luego lo dejó libre; dictaminó que los crímenes habían prescrito.
Después de dar ese paso, Salvador Cacho resolvió acusar a su agresor públicamente. Tras el juicio, contó su historia en redes sociales y dio varias entrevistas. Quiere romper el estigma de que los hombres violan, pero no son violados.
A finales de abril, Cacho y sus abogados apelaron la resolución del juez. “Espero que mi caso caiga en manos de alguien con sentido del deber ser, que sepa cómo tratar a las víctimas, que pueda hacer una revisión correcta de que los delitos por los cuales yo acuso a Felipe ‘N’ no han prescrito”.
Sigue: “Me han preguntado por qué hago todo esto, por qué me aviento este tiro. Denuncio porque estoy en mi derecho, porque en México estamos muy mal acostumbrados a no exigir que se nos respeten nuestros derechos, a que las víctimas tenemos que callarnos”.
Cacho lamenta que la prescripción le otorga beneficios al imputado y se los niega a las víctimas: “Hasta 2008 se reconoce que los derechos de las víctimas son iguales que los derechos del imputado. Pero si analizamos las modificaciones legales en torno al abuso sexual y al abuso sexual infantil, encontraremos muchos vacíos. ¿Dónde está el beneficio de la duda? El Estado me falla a mí y a miles de víctimas que se están animando a denunciar al no reconocernos como tales. Es indignante que si hoy me acusaran de un delito y me castigaran con 40 años de cárcel, pero mañana se modificara la ley y redujeran la pena a 20 años por ese crimen, entonces me podrían bajar la condena. Quiero que el juicio se reabra y que otro magistrado lo regrese al juez (Júpiter López Ruiz) y le diga que se equivocó porque hay una lucha de derechos”.
Cacho explica que de cada mil casos de abuso sexual infantil, 100 se denuncian, 10 llegan a un juez y uno consigue una sentencia. “Es muy desalentador que aun casos que se hacen mediáticos, como el mío, terminen así. Hay miles de niños desprotegidos. Al año hay 4.5 millones de víctimas en México. Cuatro de cada 10 niñas y uno de cada 10 niños van a ser abusados en México este año. No podemos permitirlo. Hay que exigirle cambios a los legisladores, que tomen éste como un tema prioritario y que dejen de privilegiar a los imputados en lugar de a las víctimas”.
-¿El camino que has andado será menos tortuoso para otras víctimas?
-El camino que yo ande, estoy seguro, lo van a tener que replicar. Espero que el suyo sea un poco más corto, que esta calle esté un poquito mejor pavimentada cuando alguien más tenga que transitarla.
Salvador Cacho ha dicho en todas las entrevistas lo que es su convicción: que lo que sucedió lo ha marcado, por supuesto, pero no lo define.
“A veces, la gente piensa que las víctimas tienen vidas destrozadas que nunca se recuperan, que se la pasan sufriendo. No es cierto. No todas las víctimas son así. No lloramos todo el tiempo y no, también nos llenamos de valor y salimos adelante. Cada caso es diferente, pero en el mío, necesitaba cerrarlo todo. Subí el Iztaccíhuatl, corrí un maratón, pasé por todos esos métodos, pero había otros procesos que tenía que concluir. Estoy decidido a agotar todas las instancias legales porque las cosas tienen que cambiar y si no las visibilizamos, si no las hablamos, si no metemos esta conversación en más espacios, entonces no hay manera de cambiarlas”.