Retrato Hablado

“Es el momento de contar historias que importan”

“Yo amo los buenos tiempos, pero en los buenos tiempos el arte es mediocre”, dice Oliver Mayer, dramaturgo, guionista y profesor.

Oliver Mayer, un mexicoamericano “sensible y poroso”, como se describe él mismo, sufrió acoso escolar por su gusto por Bach, “algo peligroso en una escuela pública”, sobre todo en una de Los Ángeles, California. Consciente de la angustia de sus padres, se incribió en un gimnasio de boxeo. Sostuvo una sola pelea amateur con el nombre de Baby Zárate (por su admiración al tepiteño Carlos Zárate). Su nariz quedó magullada, pero se detuvo el acoso. Desde entonces, sostiene Mayer, trata de equilibrar las dos caras de su linaje, “mi lado abierto, casi flotante, incluso un poco hippie, y el peleador”.

Su padre, Alexander A. Mayer, fue director artístico en los estudios Universal durante más de 20 años, y su madre, Gloria Mayer, estadounidense de origen mexicano y administradora de enfermería, promovió el interés de su hijo por el teatro. Alexander Mayer murió de un agresivo cáncer cuando Oliver tenía 17 años. Poco después fue aceptado en la Universidad de Cornell. “Desearía que mi padre hubiera visto eso”, lamenta.

Mayer escribió su primera obra en 1985, a los 20 años. Desde finales de los 90 ha dado clases de dramaturgia en la UC Riverside y en el Art Center College of Design. Después se incorporó a la Escuela de Teatro de la Universidad del Sur de California como maestro de licenciatura y maestría. Sus obras se han representado en el Joseph Papp Public Theater, el Mark Taper Forum (el principal teatro regional de la Costa Oeste, en Los Ángeles, del que fue director literario) y el INTAR, y fuera de Estados Unidos en el Royal Court Theatre de Londres y el Teatro Lírico de la Ciudad de México. Su archivo literario se encuentra en las bibliotecas de la Universidad de Stanford.

Las historias de Mayer, que retratan a estadounidenses marginales, se reconocen por su riqueza y el tratamiento de la violencia e incluso de los tabúes. Sus personajes, sostiene, reclaman activamente su identidad en momentos de intenso conflicto para que los propios espectadores se replanteen “sus expectativas sobre historia, género y estereotipo”.

En Cornell, estudió inglés y música vocal. Pasó un año en la Universidad de Oxford y obtuvo un máster en Bellas Artes en dramaturgia por la Universidad de Columbia. Mayer era barítono lírico, pero encontró algo aterrador en el canto. “Era como estar en una cuerda floja entre edificios”. Aunque desistió de cantar a un alto nivel, desarrolló un gran amor por la música.

En Oxford, el poeta John Stallworthy fue su mentor. “Cuando llegué a Inglaterra, los estadounidenses eran odiados por culpa de Reagan. Yo me sentía avergonzado de mi país. Me acosaron por ser estadounidense. Llegué al Worcester College, el mismo al que fue Boris Johnson, y recibimos un boletín que se refería a mí como el babuino estadounidense. Llevaba allí unas pocas semanas. Me sentía mal, pero hice caso a los consejos de mi madre y participé en una obra, The scarlet pimpernel. Nunca fui un buen actor, pero fue divertido e hice amigos. Luego escribí una obra para ellos, Gog, que terminó en el Fringe de Edimburgo y tuvo una reseña en The Scotsman. Me convertí en un dramaturgo profesional sin darme cuenta”.

-Hablando de los tiempos de Reagan, ¿cómo son estos días para los mexicoamericanos? ¿Estás incómodo de nuevo en tu propio país?

-Sí, pero es mi país y lo amo. Soy afortunado: estoy en una universidad maravillosa, pero muy nervioso por nuestro futuro cercano. Ser parte de la comunidad latina nos está desgarrando. En muchas familias, por razones políticas, unas válidas, algunas personas tomaron cierta decisión por cuestiones económicas o para evitar sentirse de lado, pero ahora ven que las familias están siendo afectadas por problemas migratorios o por la pérdida de sus trabajos. No creo que haya una familia en este país, latina o no, que no se vea perjudicada. Alguien que conocemos está sufriendo ahora. Y no tendría por qué ser así.

-¿Crees que el teatro y el arte tomarán un papel importante para ayudarnos a sobrevivir los próximos cuatro años, y tal vez más que eso?

-Yo amo los buenos tiempos. Todos lo hacemos. Pero en los buenos tiempos el arte es mediocre. Los malos son el momento para mostrar que merecemos estar aquí. Este es el momento de contar historias que importan. Las artes dramáticas estarán al frente de la resistencia.

-¿Qué estás trabajando, Oliver?

-En Vals entre las sombras, mi obra más importante en este momento (sobre la vida de Juventino Rosas), fue un encargo de la Latino Theater Company, en Los Ángeles. Estamos tratando de llevarla al Teatro Juárez, porque no creo que Juventino haya podido tocar ahí, sabes, por otomí y por pobre. Es hora de que se presente en el Juárez, aun todos estos años después. Vals entre las sombras, que se presentará en Mazatlán en marzo y espero que en el Cervantino en octubre. Tengo dos o tres piezas más, con ideas similares.

Mayer también escribe una nueva obra sobre Gonzalo Guerrero. Le pido que cuente su historia: “Naufragó en 1512, siete años antes de la llegada de Cortés. Estaba destinado a ir a otro lugar, pero el viento lo empujó a Cozumel. Su grupo se encontró con los mayas equivocados y terminaron muertos. Dos sobrevivieron: Francisco Aguilar, un sacerdote franciscano, y Gonzalo. Ambos fueron esclavizados. Hubo una pelea en el pueblo, y él peleó junto con los mayas. Era fuerte. Lo llevaron a una cacería y fueron atacados por un jaguar. Él se interpuso entre ellos y luchó contra el animal que le sacó un ojo, pero acabó muerto. Cuando despertó tuerto, ya no era un esclavo. Los mayas lo hicieron uno de ellos, lo perforaron y lo tatuaron de pies a cabeza. Se casó con una princesa y tuvo hijos. Luego llegó Cortés, que necesitaba traductores. Probó con Aguilar, que no sabía nada porque nunca habló con nadie. Luego supo que había otra persona: Gonzalo. Treinta años después, en Centroamérica, hubo una batalla. Al recoger los cuerpos, encontraron a un anciano tatuado, que parecía español. Era Gonzalo, y la obra se llama The man in the maze (El hombre en el laberinto)”.

“Supongo que sigo profundizando en mi propio linaje de maneras inesperadas. Durante muchos años estuve mucho más interesado en mi lado mexicano. Fue mi esposa quien me dijo: ‘¿Sabes?, también eres judío; deberías investigar eso’. Y también lo he hecho”.

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