Retrato Hablado

'El sistema de educación médica es poco humano y muy militar'

Mi pleito con la medicina, hasta ahora, no está resuelto al cien por ciento, dice la investigadora Fernanda Pérez-Gay.

Nacida en una familia envuelta en letras –padre escritor, madre editora–, Fernanda Pérez-Gay Juárez, sin tomar distancia, trazó su propia senda.

A la literatura, la historia y el teatro pertenecen los suyos, quienes con el ejemplo la enseñaron a regocijarse en la lectura. Adolescente, devoró las obras de la literatura latinoamericana. Parecía que estudiaría Letras, imitando el recorrido familiar, pero encontró El genoma humano, de Matt Ridley. Las maravillas de la biología y la evolución y el misterio del ADN la estremecieron. Justo a tiempo, a su tiempo, inició en la UNAM la carrera de Ciencias Genómicas, orientada a la investigación. "No sé muy bien por qué, a lo mejor como un reto porque era muy difícil el examen", Pérez-Gay aplicó a Medicina. Exploraría la ciencia médica y más adelante se movería a Ciencias Genómicas o Ciencias Biomédicas, pensaba entonces.

Enamorada de la anatomía, la bioquímica, la embriología, las células y los tejidos del cuerpo, decidió quedarse, "quizá también un poco influida por mi familia", que tenía un enorme interés literario en el cerebro. "Eran lectores de Oliver Sacks y amigos de Bruno Estañol, y hablaban tan maravillados del cerebro y las neurociencias que no había forma de no interesarse".

En principio, la estudiante pensó que se desviaría hacia la neurología clínica, fascinada por las estructuras cerebrales, pero cambió de parecer tras los años clínicos de rigor, en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición. Más bien, se inclinaría por medicina interna y clínica neurológica. Para el cuarto año, después de las rotaciones obligatorias, la tragedia de nuestro sistema de salud pública le dio de lleno: las carencias de los hospitales y la inclemente vida de los médicos residentes le llenaron de dudas. "Me sentí un poco perdida".

Ignoraba Pérez-Gay de qué manera le cambiaría la vida un programa de intercambio de la UNAM para estudiar un semestre en el extranjero. Pronto estaría haciendo maletas para hacer una breve estancia de investigación en Montreal.

Pérez-Gay completó el internado en el General Gea González, "un hospital de batalla". "Hay mucho bullying entre los médicos y es muy duro verlo. Los residentes están exhaustos, apaleados emocionalmente. Falta humanidad en el trato hacia ellos y así me explico la falta de humanidad en su trato con los pacientes. No generalizo, hay médicos muy humanos, pero ése es nuestro sistema de educación médica. Nunca estuve muy de acuerdo con ese sistema porque es muy jerárquico, muy militar".

Además, confía la doctora, le costaba lidiar con el dolor, la enfermedad, la muerte, que la arrastraron a una crisis profesional. "Si no quería ser médica, ¿entonces qué?".

Terminó el servicio social, también en el terreno de la investigación, bajo la tutela del doctor Jesús Ramírez Bermúdez, neuropsiquiatra del Instituto Nacional de Neurología. Pérez-Gay Juárez observaba la forma en que los pacientes esquizofrénicos procesan las emociones y cómo entienden los estados mentales de los demás. En aquel momento, uno de sus tíos paternos padeció una grave enfermedad neurodegenerativa y poco después, una tía materna sufrió un aneurisma cerebral. Ambos fueron tratados en Neurología. "Para mí, fue una especie de colapso y de confirmación: no tengo estómago para ver pacientes enfermar, degenerarse y morir".

Después pensó en regresar a Montreal para hacer una maestría y convertirse en psiquiatra, y aplicó a la Universidad de McGill, con un especialista que también analizaba el lenguaje de los esquizofrénicos. En 2013, comenzó el posgrado en neurociencias y se sumergió en la investigación. Después de algunos desencuentros con su supervisor, volvió a sentirse confundida. Buscó a Stevan Harnad, un psicólogo cognitivo que conducía líneas de investigación sobre las categorizaciones que hace el ser humano y cómo esas categorías transforman su percepción del mundo. Como la joven carecía de bagaje en ciencia cognitiva, tuvo que aprender una serie de nuevos conceptos, teorías, habilidades y análisis estadístico, además de programas computacionales que monitorean la actividad del cerebro. Inmersa en la neurociencia cognitiva, decidió extender el programa de maestría a doctorado y se encargó de administrar el laboratorio y a entrenar a algunos estudiantes.

En paralelo, primero en la revista Limulus y luego en el periódico de la Universidad de McGill, escribió columnas de ciencia y tecnología. Las conferencias y las entrevistas a investigadores le permitieron atravesar la soledad del doctorado. "La divulgación científica me ayudó a salvar la sensación de que no servía de nada lo que hacía, que estaba encerrada en un laboratorio sin ventanas, sin aportar nada a la sociedad".

Colaboró con medios mexicanos como La Razón y la Revista de la Universidad y, poco antes de terminar el doctorado, ganó una convocatoria del FONCA para realizar un proyecto relacionado con la intersección entre arte, ciencia y tecnología. El resultado fue Sinapsis, conexiones entre el arte y tu cerebro, una serie de videos y ensayos. "Eso me estableció como divulgadora". Al mismo tiempo, cobraron vida sus proyectos científicos.

Éste es el primer año de Fernanda Pérez-Gay Juárez como investigadora postdoctoral en McGill. También fue nombrada profesora titular en Neurociencias. Es, sin embargo, también un año de incertidumbre para ella porque es el momento para que se consolide como investigadora independiente y para que elija sus propias ideas para investigar, a pesar de que no tiene una posición en una universidad.

-¿Libraste tu pleito con la medicina?

-Todavía no. Mi pleito con la medicina, hasta ahora, no está resuelto al cien por ciento. Sigo pensando qué fue lo que me hizo alejarme de la medicina clínica.

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