María Salguero creció en la parte oriente del Centro Histórico, una zona de ambulantaje, violenta y hostil. Sus padres supieron mantenerla a salvo de malas compañías, y le prohibieron relacionarse con algunos vecinos que realizaban actividades ilícitas, sobre todo robo a negocios y a transeúntes.
A los cinco años, sus padres se separaron, pero el apoyo de ambos fue vital para que no descuidara la escuela. María Salguero era una mala estudiante. No era dedicada, pero sí indisciplinada. "Eso fue durante la primaria, la secundaria y la preparatoria".
Ni su padre ni su madre la llevaron a inscribirse a la universidad. Fue sola, fastidiada de vender ropa y jugos en la calle. En Bachilleres se dio cuenta de que era mala para las ciencias sociales, pero destacaba en matemáticas, física y química.
De niña, cuando visitaba en Zacatecas a la familia de su mamá, miraba los cuarzos y se preguntaba qué clase de roca serían. Observaba de cerca las piedras para encontrar los 'brillitos' que ahora sabe era agua que había cristalizado en las rocas. Ingresó a la carrera de geofísica, en el Politécnico. Quería saber más sobre los terremotos, los huracanes, los tsunamis y otros fenómenos naturales. Quería seguir con la maestría en Sismología de Terremotos, pero todo se detuvo cuando una clienta de su madre robó la computadora que guardaba su tesis.
En ese momento, se cumplía el primer aniversario del incendio de la guardería ABC y se organizaron manifestaciones en la Ciudad de México. María Salguero se involucró con otros activistas para exigir a Felipe Calderón que recibiera a los padres de los niños. Después, pendiente de la marcha por la justicia, la paz y la dignidad de Javier Sicilia, empezó a saber de las desapariciones que ocurrían por todo el país. Después de escuchar varias historias similares, María Salguero y el activista Alberto Escorcia se dedicaron a construir una base de datos de desaparecidos en la plataforma Ushahidi, que mapea información en zonas de catástrofe y conflicto. "Entonces me dediqué a poner coordenadas a los datos".
Escorcia y Salguero encontraron patrones de desaparición: las niñas se perdían hacia el centro del país y los hombres en edad productiva en Tamaulipas, Veracruz, Baja California y otros estados con presencia del crimen organizado. "Era muy evidente".
Justo cuando armaban la base de datos de los desaparecidos, recibieron información sobre niñas que, después de perderse, terminaron siendo asesinadas. María Salguero recuerda a una mujer muy joven y pobre, secuestrada para robarle a su hijo en 2013. "Leí de niñas y adolescentes desaparecidas en el Estado de México y entendí que los feminicidios no son un fenómeno aislado, exclusivo del Estado de México o Ciudad Juárez; sucede en la Ciudad de México y en todo el país".
A finales de 2014, con un grupo de mujeres que querían visibilizar precisamente la prevalencia de feminicidios en Juárez, Salguero se plantó frente a la Secretaría de Gobernación. "Esa y otras circunstancias me empujaron a hacer el mapa de feminicidios. No quería quedarme cruzada de brazos frente a esa barbarie".
Hasta 2015, Salguero divulgaba el mapa de feminicidios bajo el pseudónimo de Princesa Batori. Quería ayudar, no recibir crédito, asegura. Ni siquiera sus padres sabían en qué andaba. "Pensaban que me la pasaba pendejeando en la computadora", hasta que Marco Antonio Coronel, un reportero de Televisa, la buscó en su casa para hacerle una entrevista a partir de la difusión del mapa de feminicidios en Google Maps, una herramienta mucho más sencilla y accesible de las que utilizaba antes. "Nunca pensé que podía causar gran impacto", dice.
"Mi papá estaba más preocupado. Mi mamá sólo me dijo: 'Adelante y que Dios te proteja'. Él no quería que me juntara con activistas porque le temía al gobierno. Le tocó vivir lo de 1968, por eso tenía un miedo fundado".
Gracias al mapa, María Salguero se tituló y desde entonces se dedicó a la ciencias de datos. "Los mapas me han dado sorpresa tras sorpresa".
Después de mapear, aprendió a desarrollar el contexto alrededor de sus mapas: "Me impactó mucho el caso de una pareja que iba caminando por la calle. Ella llevaba en brazos a un bebé de ocho meses. Los rafaguearon. Murieron los tres. Comprendí que había que separar el contexto de la violencia familiar de la violencia comunitaria y de la violencia que generan el crimen organizado y otras actividades".
La Comisión Nacional de Búsqueda la reclutó luego, "pero fue un desastre, no tanto por mi jefe (Roberto Cabrera), sino porque no nos pagaban". Trabajó también con Karla Quintana y después se incorporó al Banco Nacional de Datos e Información sobre Casos de Violencia contra la Mujer, dependiente de la Secretaría de Gobernación. "No había fecha para que me contrataran, pero eso sí, querían mi trabajo todo gratis".
Esa labor, sin embargo, le abrió las puertas de la Fiscalía de Sonora, donde dirige la Unidad de Análisis y Contexto. Le desplegaron las carpetas de investigación para que pudiera mejorar sus indagaciones. "Encontré feminicidas que eran sentenciados en cinco días por juicio abreviado porque se integran bien las carpetas de investigación".
-¿Mantienes tus proyectos anteriores?
-Por supuesto.
-No los sueltas.
-Nunca. Pero yo no me hacía trabajando en esto. Yo no soy experta en feminicidios, aunque así se me considere. Pienso que hay muchas mujeres más preparadas que yo, pero quiero aportar haciendo mejores análisis que sirvan para hacer política pública preventiva. Ojalá se pueda...