Secretario de Gobierno de la CDMX
De acuerdo con Mitofsky, el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, pasó de una aprobación de 55. 6 por ciento el primero de junio de este año, a una de 65.9 por ciento al mes de noviembre. Y de una reprobación del 44.2 a una del 33.7 por ciento en el mismo lapso. Es decir, estamos hablando de seis meses de ascenso ininterrumpido en el respaldo ciudadano. Y de disminución del rechazo en el mismo sentido proporcional.
La encuesta de El Financiero del mes de octubre ubica la aprobación del Presidente en un 60 por ciento y la desaprobación en un 38 por ciento.
Pero una reciente medición difundida por El Universal coloca la aprobación de la gestión presidencial en un 68 por ciento y la desaprobación en sólo un 27 por ciento. Más aún, para un eventual ejercicio de Revocación de mandato, un 76 por ciento votaría la ratificación del Presidente y sólo un 22 por ciento, por la revocación.
En todo caso, el dato duro es que el Presidente llega al arranque de un posible proceso de revocación de mandato con una elevada aprobación, una baja reprobación y una muy alta intención de voto a favor de su ratificación.
Este dato tiene gran relevancia en diversos sentidos.
Por un lado es un contundente desmentido para quienes hacen política afirmando que la sociedad mexicana rechaza al Presidente.
En segundo lugar, obliga a analizar las razones del elevado posicionamiento de un gobernante que no cuenta con la ayuda de los medios de comunicación.
En tercer lugar, devela las razones por las que la belicosa oposición no desea que se realice el ejercicio de revocación de mandato.
Sobre el primer punto sería conveniente recordar el reciente artículo de Sara Sefchovich en el que hace un extraordinario esfuerzo para tratar de convencer a sus lectores de algo absurdo: que el Presidente no debe proponer a mujeres que coincidan con su proyecto para los distintos cargos públicos para los que tiene facultad de proposición (como gobernadora de Banxico o ministra de la Corte) porque la sociedad mexicana “no necesariamente coincide” con lo que piensa el Presidente. Al absurdo que un gobernante proponga a quien se oponga a su proyecto se suma una muy probable falsedad: que la sociedad mexicana no coincide con el Presidente. Lo que nos dicen las encuestas es que la sociedad mexicana muy probablemente no coincide con los opositores al Presidente.
Ahora bien, en relación con el segundo punto los más apasionados detractores se rompen la cabeza sin poder llegar a comprender algo sumamente sencillo: después de muchas décadas tenemos un gobierno que no está organizado para el saqueo de los bienes públicos, no apoya su ejercicio gubernamental en la desaparición y tortura de sus opositores, no ha recurrido al aumento de impuestos o al déficit para financiar sus proyectos, aumentó las transferencias económicas y el gasto social y a pesar de las dificultades presupuestales está cerca de concluir la construcción dos cosas que anhelaron sus antecesores: una refinería y un aeropuerto. Esto quizá de luz sobre las razones de un elevado apoyo popular para un gobierno que enfrentó el terrible desgaste de los efectos devastadores de una pandemia.
Finalmente sería bueno reflexionar sobre las consecuencias de la revocación de mandato. Aunque los consejeros del INE han insistido en los formatos de firmas y en sus declaraciones en reducir dicho ejercicio a la sola “revocación de mandato por pérdida de confianza”, lo cierto es que esa forma de la participación ciudadana puede tener otra consecuencia, de acuerdo a lo que indica la ley y la más elemental lógica: la ratificación del Presidente para “que siga” en su cargo. Y esto es precisamente lo que da lugar a un hecho paradójico: no son los opositores los que piden la consulta de revocación, sino los simpatizantes del Presidente. Y es que la revocación de mandato tiene dos posibles consecuencias: o sirve para quitar a un mal gobernante o sirve para fortalecer a un buen gobernante que enfrenta el acoso de los intereses ilegítimos.