Despertador

Entre la vida y la economía

Si queremos cuidar la vida y la economía, no podemos ir al trabajo como antes. Más actividad exige más protección.

Parece que estamos ante un dilema irresoluble. ¿Qué salvamos? ¿La vida o la economía? Si protegemos la vida confinándonos indefinidamente hundimos la economía. Si echamos a andar la economía ponemos en riesgo la vida. Más aún, el confinamiento total indefinido haría imposible la producción de alimentos, afectando la vida por otras vías. Y salir de casa para desarrollar actividades productivas podría ser un sinsentido: conseguir ingresos y alimentos para luego enfermarse o incluso morir. Debe encontrarse la solución al dilema.

Voces sensibles señalan que la pandemia no ha terminado, que los contagios continúan, que las muertes se siguen sumando.

Otros advierten que crecen el desempleo, la pobreza y la quiebra de empresas.

Con las cifras de letalidad, los grupos políticos presionan para regresar al confinamiento total. Con las cifras económicas, las grandes empresas presionan para regresar a la normalidad

En diversos lugares del país, disminuye el número de camas ocupadas y entonces aumenta la movilidad y la apertura de locales comerciales. Pero entonces vuelven a incrementarse los contagios. En países europeos disminuyeron los contagios por el confinamiento riguroso, pero sus economías decrecieron entre 10 y 20 puntos. Liberaron por eso la movilidad de la gente, pero ahora sufren nuevos rebrotes de la pandemia. Parece un cuento de nunca acabar.

Y es que hasta el momento no hay vacuna ni tratamiento general autorizado.

No hay más alternativa que hacer las dos cosas. Echar a andar la economía al tiempo que se cuida rigurosamente la salud y la vida.

Esto significa que formas y métodos deben cambiar. La transición será larga.

Si queremos cuidar la vida y la economía, no podemos ir al trabajo como antes. Más actividad exige más protección.

Serán importantes las medidas que tomen las personas, los gobiernos y las empresas. De su velocidad y rigor dependerá que mejoren tanto las cifras de la salud como las cifras de la economía.

Es vital la parte del deber cívico. Eso también es construir ciudadanía. Toda protección cuenta. Cada quien debe actuar como si el otro fuera portador y como si uno mismo fuera portador. Es indispensable el uso de cubreboca y careta, y de ser posible, lentes de protección también; mantener sana distancia incluso con parientes, amigos y compañeros; limpiar rigurosamente todo lo que entre a la casa, particularmente alimentos; cambiar de ropa y bañarse al regresar del trabajo; tener tapete de cloro a la entrada del hogar; lavarse las manos constantemente. También son indispensables otras medidas: bajar de peso, hacer ejercicio, vitaminarse, alimentarse sanamente. No fumar y no tomar alcohol ni refrescos. Hay que fortalecer pulmones, corazón y sistema inmunológico.

El gobierno, por su parte, debe hacer entregas masivas de cubrebocas, caretas, gel para manos y realizar constantes sanitizaciones en instalaciones públicas.

Es necesario el acercamiento territorial del personal, para orientar, informar, detectar brotes y llamar la atención a quien no use medios de protección.

Es momento de llevar el Internet hasta las comunidades más pobres, para incorporarlas a educación y trabajo por otras vías.

En los centros de trabajo deben garantizarse la sana distancia, lavabos para las manos, disponibilidad de gel, uso de cubrebocas y caretas, sanitizaciones constantes y ventilación de espacios cerrados.

Es importante alentar el trabajo en casa, con derechos laborales. Con ciertas condiciones, talleres familiares. Consumo local, para evitar largos traslados. Gel para manos en todos los mostradores. Realizar de forma virtual todas las reuniones posibles.

Los medios no deben quedarse en la nota sensacionalista. Es necesaria una campaña cívica para difundir las nuevas prácticas.

¿Queremos echar a andar la economía y cuidar la vida? Entonces es hora de la conciencia cívica para lograr una actividad protegida.

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