Ya son la constante. De acceso abierto o restringido, arquitectónicamente bien planeados o no, se perciben como ambientes de colaboración, lugares que reflejan apertura y, sobre todo, detonadores de interacciones espontáneas, casuísticas, valiosas.
Los espacios abiertos bien diseñados ofrecen ambientes variados, iluminación óptima, ventilación idónea, servicios de toda índole y mensajes inspiradores. Arquitectos y operadores se esmeran por balancear lugares por aquí y por allá que permitan trabajar funcional y armónicamente.
Lo que nadie controla es el vecino incómodo. Ese que llega con ‘sus formas’ a usar ‘su’ espacio.
Aquél cuyo volumen de voz hace imposible no ‘estar’ en su conversación. Ese que decide usar un lenguaje florido discordante, que come folklóricamente o que se extiende como oxígeno.
¿Qué le quisieran decir muchos a ese vecino circunstancial de espacio que —voluntaria o involuntariamente— te está incomodando en ese coworking? Aquí tres esenciales para la reflexión:
1) Ten respeto a la concentración ajena.- En su esencia, la coexistencia en espacios abiertos pretende estimular la colaboración y la apertura. Y sí. Ofrece visibilidad mayor de quien está, pero no otorga licencia para la interrupción no solicitada.
Con muros o sin ellos, cada persona tiene sus tiempos, sus ciclos de eficiencia y sus maneras de mantenerse en foco de lo relevante. Además de identificar objetivamente los propios, hay que desarrollar una sensibilidad profesional para considerar los ajenos.
2) Nadie debe escuchar los detalles de tus conversaciones.- Ni tu música, ni tus pleitos, ni los aspectos sensibles de tus asuntos. Participar en un Zoom con el audio abierto, elevar la voz como si estuvieses en una sala privada o transitar con la cámara abierta son ejemplos de actos que rayan en la imprudencia multifactorial.
Y por cierto. Los extremos de tu emocionalidad circunstancial conviene manejarlos con más moderación que catarsis. Y es que en coworkings la interacción discreta nunca sobra y, en algunos casos, el cuidado de la secrecía es más que recomendable.
3) Tus pausas de socialización no necesariamente son los mías.- El que tú estés en la disposición de conectar con terceros o seas afecto a la conversación extensa de pasillo, no implica una apertura permanente de los otros.
Coexistir en espacios abiertos sí facilita la interacción —programada o espontánea—tanto entre colegas, como con otras personas que ahí coexistan, pero siempre es posible que te quieran decir algo que para los latinos no es fácil digerir: ‘no estoy disponible para ti’.
Cierto. En los espacios abiertos de trabajo es imposible unificar modos. Es un ambiente que, en el mejor de los casos resulta neutro. Y es que, aún en las oficinas abiertas corporativas, en estricto sentido, nadie está es su oficina. No es tu mesa, es la mesa disponible. No es tu sala, es la sala asignada. Y no es tu escritorio, es el escritorio común.
Trabajar en coworking exige desarrollar el talento del ‘modo disposición de agradar’, como la habilidad para gravitar con discreción en el sitio según lo que el día te depare con tus vecinos de espacio.
Y sí. Quienes frecuentamos los espacios abiertos de trabajo aprendemos a vivir lo mejor del ambiente, al tiempo que entendemos que puede haber incomodidades casuísticas. Y tenemos la obligación de nutrir nuestra tolerancia a la externalidad indeseada y una clara técnica de encapsulamiento intelectual que nos haga rendir.
Bien dicen los que saben, que siempre puede haber un perfecto coworking con un vecino perfectamente incómodo.