Es más intuitivo mantener en control del rumbo de un negocio. Es menos complejo mantener alineado el desempeño de una organización. No es sencillo dominarte a ti mismo en todas las situaciones que involucran la vida de una empresa.
Dirigir exige a sus protagonistas un reto de triple partida: visión clara de las oportunidades vigentes en los mercados que sirven; capacidad óptima de ejecución frente a los laberintos de toda realidad; y balance emocional para navegar las oscilaciones extremas que cada día puede ofrecer.
En su definición más simple, dominar es conocer muy bien cierto tema o tener una destacada capacidad de hacer algo e implica, no sólo un grado de saber superlativo, sino un nivel de control superior de las situaciones que de ese algo se derivan. Si el algo eres tú mismo, el asunto se hace por demás interesante.
¿Qué debe pulir aquel directivo que aspira a autodominarse como un fin en sí mismo e independiente a lo que haga su compañía? Aquí tres habilidades para la reflexión:
1. Racionalizar los disparadores de tu actuar.- Las personas hacen lo que hacen porque son como son, le escuché decir en el IPADE al profesor Enrique Taracena hace muchos años. Y en ese ser, hay una ensalada muy particular de razones y emociones que encienden los motores de la iniciativa y la conducta. ¿Cuáles son las tuyas hoy?
En su versión positiva, puede ser una saludable ambición por crecer en diversas métricas: experiencia, prosperidad económica o reconocimiento gremial. En su versión negativa, puede ser el coraje, el deseo de probarte frente a alguien o el poder. Lo que es un hecho es que esas razones son múltiples, cambiantes y personalísimas.
2. Nutrir la autocontención inteligente.- Parafraseando a Taracena: las personas reaccionan como reaccionan porque son como son. No obstante, esa manera de reaccionar puede matizarse prudencialmente y debe administrarse contextualmente. Los arrebatos irreflexivos son la antítesis del dominio de una circunstancia.
Quien decide ejercer intencionadamente el gobierno de su individualidad parte por distinguir el ‘qué se piensa’ o el ‘cómo se siente’, del ‘qué se dice’ o ‘cómo reacciona’. Por ejemplo, reprimir calculadamente el exceso de pasión en una conversación o controlar y graduar el enojo que permites que terceros noten ante un problema determinado.
3. Reforzar la consistencia en la complejidad.- Cuando lo más te sale bien es sencillo mantenerte en la línea de tus deseos y responsabilidad. Los ánimos se mantienen positivos y, aunque la exigencia propia sea elevada, se tienen los incentivos para seguir en lo que has elegido.
El reto real es avivar el deseo de permanecer en el actuar predecidido cuando las cosas no están en óptimos: cuando se complica el escenario, se alargan los tiempos y se enmarañan las posibilidades de los resultados. El dominio de ti mismo se muestra no sólo en la buena elección de la línea de tus esfuerzos sino en el mantenerte persistentemente en esa línea de posibilidades elegidas.
Tener dominio de ti mismo requiere masterizar diversos algos a tal punto que goces tanto de la capacidad máxima de acción sobresaliente que la situación merezca, como de freno inteligente de ese grado mayor de posibilidad para graduar o eliminar tu despliegue si el contexto así lo dicta. Poder hacer algo no implica necesariamente hacerlo.
Quien se domina a sí mismo desmenuza sus sensaciones y medita sus acciones. Gobierna sus propósitos, su energía, sus reacciones, sus balances, sus recursos disponibles y la combinación posible de todos los elementos a su alcance para lograr la mejor versión de sí mismo.
¿Y si un día no puede?, preguntaría el inocente. Y el experimentado respondería: “al día siguiente lo vuelve a intentar”.