Quien entiende que los negocios son una carrera perpetua de caja contra tiempo, nunca se sorprende de la velocidad con la que una compañía puede adaptarse a una nueva realidad política.
En momentos de cambio de gobierno, los dueños y directivos de negocios buscan decodificar qué de lo que se anticipa cambiar les puede afectar, qué les puede potencialmente beneficiar y qué, aunque se modifique, permanecerá neutro para su operación.
Y es que, con independencia de las filias o fobias hacia un gobernante, la empresa suele estar tan enfocada en mantenerse competitiva y rentable en sus distintas actividades, como en buscar o mantener una interacción funcional con las distintas autoridades que inciden en las regulaciones que debe cumplir y en las autorizaciones que lo obligan a obtener.
Ante el anuncio de múltiples reformas de gran calado horizontal y vertical en México, ¿qué conviene mantener en mente cuando se hable de sus posibles efectos en las empresas y sus inversiones? Aquí tres consideraciones para la reflexión:
1) Las empresas votan con los pies.- Si lo que ven les gusta, se quedan y crecen. Si el entorno les infunde temor sobre el futuro, imprimen cautela en sus decisiones y se frenan. Y si de plano algo ya no les hace sentido, deciden irse y se enfocan en aquello en lo que ven más potencial favorable.
Todo lo anterior de manera tácita y silenciosa. Meditada y, desde luego, calculando los tiempos y costos de cada decisión. Recordemos, las empresas están diseñadas para mercadear sus nuevos proyectos, no sus salidas de mercados o jurisdicciones.
2) Toda nueva regulación es un mensaje a la IP.- A quedarse y crecer o a pensar en nuevos horizontes. No hay desregulación que pase desapercibida por los jugadores relevantes, ni sobreregulación que no frene la dinámica de un sector.
Los gobernantes deben recordar que el sector privado lee los actos, no los discursos. Y reacciona a los efectos de una nueva normatividad concreta, no al razonamiento teórico de un político determinado. Por eso se suele decir: “dime qué dice la nueva norma y te diré como ajustaré mi inversión”.
3) La expectativa es tan relevante como la normatividad.- No todos los decisores leen la letra chica de un nuevo decreto. No todos los directores reaccionan igual a una nueva ley o criterio burocrático. Pero todos se construyen una cierta expectativa favorable o desfavorable de lo que el clima de negocios les proyecta.
Si el conjunto de reformas discutidas y, en su momento aprobadas, desconfiguran la imagen nacional e internacional del país como un lugar óptimo para invertir, le complicarán enormemente la vida a aquel que quiera vender los positivos de un nicho específico.
Cada compañía traza los márgenes de su recuadro de confort operativo. Cada negocio gestiona su confianza o sus temores de manera distinta. Y cada junta directiva lee sus respectivas oportunidades o riesgos de forma diferente. Todos, sin embargo, tienen el hábito de buscar anticipar la realidad futura.
Las empresas están enfocadas en servir a sus clientes y crecer. Y lo hacen sin dilación ni retraso hasta que la conversación política los distrae. Y no porque escuchen los noticieros 24/7, sino porque son los propios clientes o inversionistas los que empiezan a preguntar qué puede pasar si tal o cual cambio sucede. Si el gobierno prohíbe tal cosa o inhibe algo que hoy es útil o resuelve.
Y en lo que acabamos viendo que cambia en México para quedar igual, qué empeora notoriamente o qué pudiera resultar favorable en una realidad que se manifestará con más brusquedad que consideración, quizá valga recordar lo que suelen decir en la sierra de Chihuahua: “antes como antes y ahora como ahora”. Y por ello, cada quien ajustará lo que tenga que ajustar.