Gestión de Negocios

‘Las Reglas del Dinero’ de Richard Templar

“La gente próspera tiende a comprender y hacer cosas que el resto de las personas ni entendemos, ni hacemos”: Richard Templar.

Nadie me lo recomendó. Hace lustros, en una de mis entonces disfrutadas visitas a Barnes & Nobel, me topé con el libro. Con un título que no podía ser más genérico y sin conocer al autor, el solo revisar el segundo párrafo de su introducción me invitó a digerirlo despacito.

“La gente próspera tiende a comprender y hacer cosas que el resto de las personas ni entendemos, ni hacemos. Desde estructuras de pensamiento hasta accionamientos específicos, esa gente se conduce con ciertas reglas en lo que a su riqueza se refiere y tales reglas son lo que los separa de los demás”.

Los 100 capítulos de The Rules of Money, de Richard Templar –seudónimo del Británico Richard Craze (1950-2006)– se convirtieron en un documento de consulta regular y que, dependiendo el año que lo releo– me resuenan ciertos conceptos más que otros.

El pasado fin de semana lo volví a hojear y, lejos de repasar algunas reglas técnicas, me enfoqué en algunos conceptos filosóficos que conviene recordar en cualquier etapa de la vida profesional:

1) Regla 7: entiende que la riqueza es una consecuencia, no un premio.- Y pone el dedo en la llaga al escribir que, en el mercado, “las personas tenemos que aceptar que el dinero es un pago que te es otorgado por tu pensamiento inteligente y cierto trabajo duro” (yo lo adjetivaría valioso).

Y remata con pragmatismo al explicar que no recibes dinero o produces patrimonio porque un comité haya evaluado que lo mereces. Es una consecuencia directa de tu habilidad para generarlo y para capturar el valor que agregas en determinados momentos o procesos.

2) Regla 9: decide para qué quieres el dinero.- Y claramente escribe que no hay respuestas buenas o malas, pero que sí es necesaria la claridad. Y el autor lo sintetiza en una oración: “Tenemos un sueño y necesitamos dinero para materializarlo”. Pero puntualiza: “el sueño viene primero”.

Aconseja ser específico. Determinar cierto número y, además de enfocarte en trabajar para el propósito, sugiere evaluar múltiples formas para llegar a ese objetivo progresivo. Y ejemplifica. Si aspiras a tener los fondos necesarios para atender a cualquier ser querido enfermo, empieza con una póliza de seguro médico privado.

3) Regla 30: aprende el arte de construir acuerdos (deal making).- “Los acuerdos de negocios son fabulosos”, escribe. “Hacen dinero”, continúa. “Desarrollar las habilidades necesarias te servirá una y otra vez”.

Me gusta su pragmatismo: “Tienes que ser audaz. Saber pedir más y saber negociar, dando lo que sí tienes para obtener lo que buscas”. Coincido. La habilidad para construir tratos que resulten mutuamente beneficiosos en situaciones diversas, no llega por generación espontánea. Hay que labrar el carácter y un conjunto de técnicas para distinta ocasión.

Nos relacionamos con el dinero de manera distinta. Algunos desde la escasez y otros desde la abundancia. Unos desde el miedo y otros desde la confianza. Para ciertas personas, hablar de riqueza es confortable y natural y para muchos es incómodo y forzado.

Lo que es ‘de todos’ es la capacidad para aprender la diferencia entre dinero y capital. Entre gasto e inversión. Y, sobre todo, distinguir cuando sólo gastamos más en el legítimo deseo de vivir mejor y cuando estamos construyendo un patrimonio que sostendrá cierto piso de bonanza en el futuro.

Sí. Hay reglas del dinero. Ignorarlas no es buena idea. Quizá por eso la regla que más conviene repasar es la 88: Aprende cuándo parar. Y es que, aunque para muchos nunca habrá un número suficiente, templar nos recuerda que hay que pasar tiempo con la familia, divertirse y disfrutar.

Bien te enseña el camino de la vida que el dinero sólo es un instrumento que sirve para vivir mejor y hacer bien a los demás.

COLUMNAS ANTERIORES

Entre la impaciencia funcional y la paciencia recomendable
Qué difícil es digerir en la empresa que nada es permanente

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.