Un negocio es un quehacer con fines lucrativos.
Asilando algo casuístico, un negocio es una operación rentable de cierto grado de complejidad en la que intervienen procesos de venta, producción, distribución y entrega de determinados bienes y servicios, con el propósito de satisfacer varios clientes, en uno o varios mercados.
Cada negocio ocurre bajo ciertos términos y condiciones. Con ciertas garantías, yo te daré "x", en tal fecha, y tú me pagarás "z" en tal forma. El negocio supone un acuerdo de voluntades. Es decir, dos o más partes con capacidad legal para obligarse y posibilidad material para cumplir, que deciden comprometer ciertas cosas en beneficio mutuo.
El documento que refleja las condiciones de esos acuerdos suele recibir el nombre de contrato. Y la vida de un hombre o una mujer de negocios no tarda mucho en estar irremediablemente ligada al entendimiento, negociación y discusión de múltiples contratos.
¿En qué se debe enfocar el análisis de un emprendedor o un empresario al revisar un documento de este tipo? Aquí tres consejos para poner el ojo revisor en la sustancia:
1) Que firmen los que haga sentido que firmen.- Y no sólo me refiero a que –como dirían los abogados–los representantes legales de una persona moral acrediten sus poderes o que cada persona física acredite que es quien es. Agrega valor que aquellos sujetos que han sido protagonistas de las conversaciones que conllevaron al negocio firmen el documento (como testigos).
Una firma no sólo es la confirmación de una voluntad para obligarse, es la proyección de un deseo de comprometer ciertos resultados.
2) Privilegia una redacción comprensible para todos.- Sin limitar el uso puntual de los términos legales mínimos que se requieran, cada cláusula debe ser totalmente comprensible para quien decida leerla. La forma no debe eliminar que a cualquiera le quede claro quién está obligado a entregar qué, cuándo y cómo, así como quién está obligado a pagar qué, cuánto, cómo y cuándo.
Los contratos ambiguos, mal redactados o intencionalmente complicados son reflejo de personas u organizaciones que no se enfocan en el buen entendimiento de las cosas o que no privilegian que las cosas salgan bien.
3) Prevé el incumplimiento sin matar la viabilidad del negocio.- Los acuerdos se deben redactar previendo que serán cumplidos, pero con conciencia de que diversos factores pueden descarrilar los mejores propósitos. Procurar una protección mutua es deseable y razonable, siempre que no resulte en perjuicio del negocio mismo.
En un país donde recurrir al litigio ante tribunales suele ser caro, lento y poco funcional, se convierte en una habilidad empresarial plausible el balanceo de riesgos anticipables, el faseo óptimo de proyectos divisibles para evitar fallas catastróficas, al igual que el diseño de consecuencias implementables adecuadamente alineadas a los objetivos del negocio mismo.
Lo más relevante es mantener en la mente que un contrato no es un fin en sí mismo. Es un instrumento para documentar intenciones, obligaciones, responsabilidades o derechos. Es un documento que guía las acciones y omisiones esperadas en el tiempo, procurando resolver dudas y sortear conflictos.
Y es que, si bien para los abogados la función más elemental de un contrato es originar efectos jurídicos, para los empresarios la función más esencial de ese mismo documento es garantizar que cada negocio iniciado fluya a tiempo y razonablemente bien.