El jueves pasado el presidente Biden organizó la cumbre virtual sobre el medio ambiente, con la participación de 40 líderes mundiales en ocasión del Día de la Tierra. Para marcar su regreso al Acuerdo de París sobre Cambio Climático y en contraste con su antecesor Trump, se comprometió a reducir a la mitad las emisiones de efecto invernadero antes de 2030 e invitó al resto del mundo a unirse a la iniciativa, con apoyo del papa Francisco, Bill Gates, Greta Thunberg –la joven activista sueca– y el Dalai Lama.
Más allá del espectáculo de refrendo y aumento de los compromisos de rescate del planeta, hubo algunas realidades muy significativas. El domingo amanecimos leyendo la noticia de que Singapur –ese pequeño, avanzado país-ciudad del Este asiático hiperurbanizado– había inaugurado su primer gran parque solar flotante en el mar, Electrek, con capacidad de generar 5MW en los estrechos de Johor, entre Singapur y Malasia. Lograrlo en estanques flotantes en tierra es una gran obra; construirlo en el mar fue toda una odisea, considerando las limitaciones de rutas navieras. Una lección de creatividad con fines de seguridad nacional.
Al dirigirse a la cumbre climática Biden advirtió con razón que “el tiempo es corto” para atender “la crisis existencial de nuestro tiempo” y que la nueva meta de EU los coloca en la ruta hacia cero emisiones netas en 2050. “En particular, las mayores economías del mundo debemos de acelerar el paso”, convocó en su discurso inaugural y justificó: el cambio hacia energías limpias permitirá “crear millones de buenos empleos sindicalizados”, por lo que los países que actúen en correspondencia “cosecharán enormes beneficios del boom que viene”.
Concluyó destacando que se trata de un “imperativo moral, de un imperativo económico en un momento de peligros, pero también de extraordinarias posibilidades”. Para subrayar su convicción, la administración Biden ha delineado un nuevo plan que duplicará el monto de apoyos que EU otorga a países en desarrollo que luchan por adaptarse y mitigar los daños causados por las sequías, incendios forestales, inundaciones y otros impactos climáticos.
Otros países desarrollados y emergentes y el sector privado deberían de reencauzar sus programas fuera de las fuentes fósiles hacia energías limpias. “El momento demanda urgencia –las buenas ideas y las buenas intenciones no son suficientes–”, advirtió Biden. “Necesitamos que el financiamiento esté ahí –público y privado–”. Recordó a los grandes banqueros, que ya están reaccionando en EU y Europa en esa dirección.
Tras del discurso inaugural de Biden fue interesante presentar el largo desfile de líderes mundiales y personajes notables comprometidos con la armonía entre el hombre y la naturaleza. Xi Jinping recordó que China siempre ha estado comprometido con el Acuerdo de París, y recordó lo que ya había asegurado a Kerry –el enviado ambiental de Biden en Shanghái– que China iniciará el declive de sus emisiones antes que todas las mayores economías del mundo.
La procesión incluyó a Boris Johnson, primer ministro británico, Yosihide Suga, nuevo PM japonés –quien dio la sorpresa de anunciar un 46 por ciento de reducción de emisiones para 2030 basada en niveles de 2013– y Corea del Sur que anunció la cancelación en el extranjero de nuevos proyectos carboníferos. La ocasión sirvió también para que países como Canadá, que habían estado arrastrando los pies por sus proyectos de carbón e hidrocarburos, elevara de 40 a 45 por ciento su compromiso de reducir sus emisiones contaminantes para 2030.
EU buscan recuperar credibilidad tras de la desastrosa regresión de Trump, pero Biden ha querido, por convicción propia, ir más allá y presume de haber influido para que Canadá, Argentina, Japón y GB elevaran sus compromisos y se acercaran a los niveles europeos. La meta de EU no alcanza la de la Unión Europea y menos la del Reino Unido (68 por ciento en 2030). Sin embargo, tiene un impacto doble muy importante: es la mayor en términos absolutos dado su 12 por ciento en las emisiones contaminantes globales y “cada tonelada de reducción alcanzada tiene un efecto multiplicador muy grande en el resto de los países del mundo,” según declaró al Guardian de Londres un vocero de la Casa Blanca.
Lo importante para EU, la UE y China es que se ha creado un momentum que habrá de extenderse a la cumbre del G-20 y la de cambio climático de Glasgow en el segundo semestre de 2021.
También es importante que en estos tres casos –y en muchas otras naciones de Asia-Pacifico– existe la convicción creciente de que hay que avanzar en muy diversos frentes para promover la energía verde y la atención a los recursos hidráulicos.
Los EU de Biden son una buena muestra. Pretenden que, a partir del nuevo programa de inversión en infraestructura, la red eléctrica funcione 100 por ciento con fuentes limpias para el año 2035. Buscan también la expansión acelerada del uso de automóviles y vehículos públicos eléctricos mediante una gran expansión de la red de estaciones de abastecimiento en todo el territorio. Se están quedando cortos de hacerlos obligatorios en todo el país –como lo buscan la mayor parte de los países europeos, China, Singapur, Corea del Sur y Vietnam– no obstante la presión de una docena de entidades federativas –incluyendo a California y NY– para que así fuera.
Debe advertirse que una cosa son los ‘compromisos’ y otra las efectivas ‘contribuciones nacionalmente determinadas’ (CND) en el Acuerdo de París. El acuerdo mantiene un mecanismo ratchet a través del cual cada país debe endurecer su meta cada cinco años para mantener el alza en el calentamiento por debajo de los 2° C. AL 31 de diciembre de 2020 todos los países debieron haber hecho lo propio, pero la mayor parte no lo ha hecho con la excusa del Covid-19, incluyendo a EU y China. Oficialmente tendrán que hacerlo pronto, igual que otros países que han estado evidenciando evoluciones inversas –sobre todo por el uso de carbón, combustóleo y gasolinas de mala calidad– según informes extraoficiales sobre Canadá, Indonesia, India, Egipto, Rusia, Brasil y México.
Habría que subrayar también que lo que resulta clave no son los compromisos, sino las realidades ambientales, determinadas por las políticas, programas, acciones y recursos efectivos que aplican los naciones al cumplimiento de sus metas –que son voluntarias no obligatorias y para las que no hay sanciones por incumplimiento, hasta el momento, aunque ya están en el debate global.
Frente a este panorama de buenos deseos, realidades y amenazas inminentes, es muy triste ver que en México hemos puesto a un lado en la esfera gubernamental el debate del tema y que, en aras de una plausible defensa nacional de soberanía y seguridad energética, estemos posponiendo o soslayando nuestros compromisos y deberes ecológicos.
El discurso presidencial del jueves pasado, en ocasión de la cumbre ambiental, fue omiso y de realismo mágico. Desperdiciamos la oportunidad para insertarnos en el nuevo orden global tecnológico, industrial y laboral y en la nueva matriz energética-ambiental, para enfrentar la crisis existencial y el imperativo moral de nuestros tiempos.
Según The Guardian de Londres (22-4-21), un portavoz del gobierno chino definió bien la cumbre del jueves en el marco de la lucha por liderazgos mundiales. “No se trata del retorno del rey al Acuerdo de París, sino del regreso a clases de quien se había ido de pinta”. El gobierno de México se escudó en las antihistóricas ocurrencias de Trump para dirimir su dilema ambiental. ¿No habrá llegado la hora de afirmar el interés de las presentes y futuras generaciones de mexicanos por la Madre Tierra?