Desde la independencia hasta nuestros días nuestra nación se ha enfrentado a grandes retos políticos y de desarrollo económico y social; pero también, en un territorio extenso y desigual, con gran diversidad cultural y con enormes contrastes económicos y sociales, a la necesidad de construir puentes y cerrar brechas entre sectores y regiones para alcanzar consensos y cohesión social entre las élites, las clases medias y las grandes mayorías, ansiosas de alivio y mejoría en su nivel de vida y bienestar, pero a la vez temerosas de lo que pueden implicar los cambios. Solo un liderazgo nacional fuerte, capaz de escuchar a toda la sociedad y con poder de convencimiento y negociación puede sacar a este país adelante y lograr avances sostenidos.
La hora actual -con 125 millones de habitantes no es excepción. Por el contrario, un México golpeado en las cuatro últimas décadas por una mediocre evolución de la economía, la desigualdad y la pobreza, la violencia, la corrupción y la impunidad, exige redoblar esfuerzos con el concurso de todos los agentes sociales en un contexto nacional desafiante -. Así lo hizo notar contundentemente la ciudadanía en julio de 2018 al llevar al poder a AMLO
Lo que se ha podido constatarse en los primeros 5 meses del nuevo gobierno es que esas aspiraciones de cambio están enmarcadas en resquemores, resistencias seculares, asignaturas pendientes y, más grave aún, se enfrentan a recursos presupuestales escasos para superar los obstáculos y avanzar – algunos de ellos auto-impuestos por el nuevo Gobierno, como es el caso de la resistencia a una reforma fiscal que genere más ingresos al estado para elevar la inversión pública, el empleo y el crecimiento a una tasa del 4%. A ello habría que añadir la incertidumbre y la curva de aprendizaje que tiene por delante cualquier nueva autoridad -particularmente cuando hay un cambio profundo en la esfera política y del poder- para desembocar en un buen gobierno, que ha estado ausente durante muchos años y que hasta ahora no ha dado señales de mejora, en diversas áreas de la vida pública.
Lo que a veces se minimiza también -no por menos evidente, menos amenazante- es que nos toca vivir un entorno global crecientemente complejo. Hemos llegado al fin de una era, surgida después de la 2ª Guerra Mundial, liderada en sus inicios por los EUA y la Unión Soviética; luego brevemente por los EUA acompañados por potencias regionales; y que ahora experimenta un enfrentamiento entre una potencia declinante, pero todavía muy poderosa económica y militarmente y una China emergente, a la que siguen de cerca la India y el resto de los países asiáticos.
El dragón oriental ha emprendido desde la llegada al poder de Deng Tsiao Ping en 1978 una revolución económica y tecnológica, que ahora está conduciendo a una nueva institucionalidad y una enorme infraestructura física global de comunicaciones y transportes a través de la Ruta de la Seda, formalmente denominada como "Un cinturón, una franja", que avanza a pasos agigantados y obliga a las regiones y a los países asiáticos, europeos, africanos, latinoamericanos - incluso a México, a repensar su desarrollo futuro y su lugar en el mundo.
El nuevo gobierno y los sucesivos gobiernos nacionales, provinciales (estatales) y locales de México tienen que enfrentarse con esos retos, particularmente en la hora que se emprenden grandes transformaciones como la que ahora busca en México el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, tras décadas de estancamiento económico y descomposición del tejido social y en medio de una revolución tecnológica productiva, del consumo y de la información y la comunicación que nos despierta temores y oportunidades, que globaliza y sacude nuestras bases tradicionales de vida y de consenso familiar, local, regional y nacional.
El Plan Nacional de Desarrollo debe atender estas realidades. Acaba de aparecer, tras un breve período de consulta nacional, en dos versiones una más formal y voluminosa de 243 páginas, que aparece en la Gaceta Parlamentaria tras de su aprobación por el legislativo y otra más reducida de la Oficina de la Presidencia de la República -de solo 64 páginas- no por más breve menos importante, ya que refleja bien el discurso presidencial en un estilo directo y simple, apegado a su actividad y habilidad diaria como comunicador.
Las brechas entre lo deseable -las metas- y las posibilidades de alcanzarlas parecen grandes, tanto en el ámbito nacional como en lo internacional. De ellas me ocuparé en mis próximas dos entregas.
Lo que sí quiero adelantar hoy es que en reunión del sábado pasado en el Centro Tepoztlán (presidido hoy por Clara Jusidman) sobre Los Dilemas de la Política Exterior de México, quedó claro en las reflexiones y el diálogo encabezado por Olga Pellicer, que el sector externo no ha recibido la atención que merece en el Plan Nacional de Desarrollo y en la visión estratégica y que hasta ahora –como lo recalca en su artículo de PROCESO del domingo pasado- el Plan sólo destaca en su versión breve, en las escasas páginas sobre el sector externo la pertenencia histórica y cultural de México a América Latina y el Caribe y los dilemas de nuestra ubicación en América del Norte, el TLCAN y el T-MEC y los flujos entre los tres países. Otras regiones como Europa, Asia y África no se mencionan; no hay referencias a los organismos multilaterales de los que México forma parte; "tampoco aparecen temas que hoy ocupan un lugar importante en la política internacional como el cambio climático, el terrorismo y la ciberseguridad". Solo temas "intermésticos" como los de la migración y las drogas reciben atención.
La versión amplia de 243 páginas, formulada por la Secretaría de Hacienda, sí toca algunos de estos temas globales, pero solo en la medida que afectan el cumplimiento de las metas los tres ejes básicos: social, económico y de seguridad.
No existe –como en propuestas para el futuro de México (Centro Tepoztlán)- un cuarto eje, el de política exterior. Sólo la referencia entre los 12 principios básicos a un 9º que confirma que "el respeto al derecho ajeno es la paz: no intervención; autodeterminación de los pueblos; relación con todos los países, basada en la cooperación para el desarrollo y la solución pacífica de conflictos mediante el diálogo; rechazo a la violencia y las guerras y respeto a los derechos humanos"
China brilla por su ausencia, a pesar de su gran importancia en la esfera global, la guerra económica que le ha declarado los EUA y su rol potencial en el enriquecimiento de la política exterior mexicana en el área comercial, de inversiones y tecnología y política, por supuesto.
No sorprenden demasiado estas ausencias dado el poco interés de AMLO por los temas internacionales y su convicción reiterada de que la mejor política exterior es una buena política nacional. Sin embargo, el momento actual y la cuarta transformación no podrán ser abordados con éxito sin una razonable definición del papel de México en el mundo durante este sexenio. El Plan de Desarrollo y las políticas y el discurso diario tienen graves omisiones y muy limitadas definiciones. Ojalá y se vayan superando a través de un Gabinete de Política Exterior.
Esperemos que se llame a opinar y se escuche al servicio exterior mexicano y a internacionalistas experimentados, públicos y privados. Hay muchos que están dispuestos a apoyarlo hoy en diversas batallas, pero se sienten marginados y faltos de un liderazgo que solo puede darlo un jefe de Estado y de Gobierno. La reciente creación del Consejo de Diplomacia Cultural por la Cancillería y la Secretaría de Cultura es un buen paso en esa dirección. La participación de AMLO en la Cumbre del G-20 en Japón sería otra importante señal.