Las múltiples razones que impulsan la relocalización de empresas en el periodo pospandemia abren una enorme posibilidad para México en el reacomodo internacional que la tendencia del “nearshoring” impone. Como sucedió en épocas del TLCAN, las ventajas geográficas y la pertenencia al T-MEC otorgan a nuestro país una posición inmejorable para atraer inversiones, no solo de empresas estadounidenses, sino también de Asia y Europa.
Este es el contexto en el que el reciente estudio publicado por el Instituto para el Desarrollo Industrial y la Transformación Digital (INADI) plantea a través de una importante pregunta: ¿Cómo utilizar la innovación como herramienta estratégica para atraer inversiones? El estudio plantea siete líneas de acción que pueden operar no solo para ese objetivo, sino para cualquier otro plan que persiga convertir la innovación en una palanca de crecimiento económico en un país.
Un primer escalón exige una política nacional de innovación que requiere respaldo oficial al más alto nivel, posicionando la innovación en el centro de la agenda, no como política de gobierno, sino de Estado, que trascienda gobiernos temporales y tenga sostenibilidad en el tiempo. Claro, el estudio plantea algo que en México hemos olvidado en los últimos tiempos, la necesidad de que esta política se consulte a los distintos actores académicos, económicos y políticos, para que cuente con un consenso mínimo que garantice su respaldo futuro.
En segunda instancia, se necesita enfocar la innovación a misiones estratégicas. Esta visión implica un cambio de perspectiva, sacando a la innovación de ser una partida más del presupuesto para alinearla con las prioridades nacionales, esto es, con las necesidades reales y concretas de la gente y del país. De modo interesante, el reporte establece que debemos conceptualizar a la innovación como una poderosa herramienta para apoyar la industrialización de México y proveer de soluciones a problemas nacionales como la inseguridad, la pobreza, insuficiencia alimentaria o la necesidad de incrementar la oferta de energías renovables, entre muchas otras.
Como tercera línea de acción, el INADI propone algo muy simple, pero que ha sido controvertido en esta administración, consistente en asumir que la innovación no se guía por ideologías, sino por soluciones que mejoren la calidad de vida de las personas; que contribuyan al crecimiento económico y el desarrollo social inclusivo del país. En esa lógica es indispensable promover una cultura de la innovación y el emprendimiento desde temprana edad dentro del sistema educativo y hasta la educación superior, que permeé en la sociedad.
Otro importante vector es que para lograr que la innovación sea un factor de atracción de inversiones, es necesario adoptar un enfoque sistémico, creando las condiciones para atraer inversiones mediante el fortalecimiento de un ecosistema de innovación. Esto implica transitar hacia una visión holística, no segmentada, en la que los actores que forman parte del ecosistema de innovación compartan valores y objetivos, se comuniquen de forma fluida y se complementen. Otros factores apuntan a la necesidad de alinear los apoyos financieros, crear clusters tecnológicos y generar capital humano con capacidades de este tipo.
Si nuestro país aplica la receta, seguramente podríamos avanzar del lugar 58 (entre 132 economías analizadas) en el ranking de innovación de la OMPI. Con ello, podríamos finalmente recuperar una brújula que costó mucho tiempo crear y que en estos tiempos luce desorientada.