“Abusan de una posición dominante en términos de organización de competiciones de futbol, ya que sus poderes no están sujetos a ningún criterio que garantice que sean transparentes, objetivos, no discriminatorios y proporcionados cuando se produzcan posibles conflictos de intereses”.
Esta es la transcripción de una parte de la trascendental resolución dictada la pasada semana por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea en el controvertido caso de la Superliga de Europa que, agrupando a varios de los clubes de futbol más poderosos del mundo, en el 2021 lanzó un proyecto buscando autonomía para la organización de competiciones al margen de la UEFA y la FIFA.
En sí misma, la decisión del tribunal europeo no es un aval que respalde la legalidad de la Superliga, sino una restricción para evitar que los organismos rectores del futbol mundial y europeo sigan dictando reglas sin ningún nivel de equidad y transparencia, manteniendo un monopolio que ha marcado a este deporte desde hace décadas. La decisión ha sido recibida con amplios comunicados de celebración por parte de las directivas del Real Madrid y el Barcelona, identificados como los líderes del movimiento disidente.
En opinión de diversos analistas, y desde luego de los organismos implicados, la pérdida de control por las entidades que han organizado los torneos a nivel europeo podría generar un desorden que en el mediano plazo podría causar que el público dejara de disfrutar del futbol en la forma en la que se ha consumido en los últimos 50 años. Imaginemos que, en lugar de “la Champions”, existieran una serie de diversos torneos regionales que fraccionaran y debilitaran la atención del público.
El asunto, me parece, apareja dos serias reflexiones para nuestro medio. La primera es recordar la fuerza que en otras latitudes tienen las leyes de competencia, hasta el punto en el que industrias que tienen décadas de operar bajo ciertos parámetros, pueden ser “reinventadas” desde sus bases eliminando prácticas anticompetitivas que, de tan constantes, han dejado de ser percibidos sus efectos nocivos. En esa lógica, es un contrasentido que, siendo las instancias reguladoras de la competencia órganos de control de corporaciones dominantes, nuestro gobierno “de izquierda” esté considerando desaparecer a la Cofece.
El otro aspecto a considerar es la oportunidad de revisar, de una vez por todas, el marco jurídico de la Femexfut, que a lo largo de su existencia ha operado como ente independiente que dicta reglas e imparte justicia sin ningún tipo de restricción. A pesar de que el futbol es líder nacional en el gusto de los aficionados, la Federación ordena la práctica profesional de este deporte a conveniencia, pasando por encima de reglas laborales, derechos humanos, leyes de telecomunicaciones y otras, sin que autoridad alguna verifique su conducta.
Es posible que la llamada “Superliga” nunca llegue a consolidase como torneo alternativo en Europa, sin embargo, su gran aportación reside en haber abierto la caja de pandora para muchos deportes en los que las entidades organizadoras, muchas de carácter privado, han establecido costos piramidales insalvables que, pasados por la lupa de la ley, deben ser calificados como monopolios y sometidos al mismo escrutinio al que otros jugadores del mercado lo son.