Con gran orgullo, su primer director, Jorge Amigo Castañeda, nos mostraba las bondades del edificio que albergaría las instalaciones del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, en aquel lejano 10 de diciembre de 1993. El inmueble, ubicado sobre Periférico en el sur de la ciudad, representaba la culminación de años de esfuerzo para lograr dar a “las patentes y las marcas”, la moderna infraestructura que los nuevos tiempos exigían.
Hasta ese momento, el registro y defensa de los derechos de propiedad industrial era responsabilidad de la Dirección de Desarrollo Tecnológico de la Secretaría de Comercio. La creación del IMPI, como organismo descentralizado con personalidad y patrimonio propio, fue la respuesta institucional a la ‘nueva importancia’ que el inminente Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá le daba al tema. De manera casi inmediata el IMPI se convirtió en referente regional, representando lo que una oficina de propiedad industrial de un país en vías de desarrollo debería ser, no solo ocupada en incrementar la eficiencia del registro y los procedimientos contenciosos, sino orientada a generar los beneficios que el sistema produce como detonador de desarrollo.
En reconocimiento a la eficiencia del IMPI y para aprovechar su infraestructura, en 1997 le fue asignada la tramitación de las infracciones comerciales en materia de derechos de autor, con lo que se convirtió, prácticamente, en una oficina general de propiedad intelectual. Al propio tiempo, el Instituto impulsó la apertura de oficinas regionales en diversas zonas del país, como parte de un ambicioso plan para acercar sus servicios a empresas y usuarios de todos los puntos del territorio nacional.
Sin ninguna duda, el IMPI ha sido la pieza central del ecosistema de propiedad intelectual en el país, realizando una importante labor de arrastre de diversos jugadores que son indispensables en la producción de tecnología. La labor de asesoría que el instituto realiza es necesaria para incrementar el uso del sistema por parte de universidades y centros de investigación, y la función de vinculación es insustituible para alinear esfuerzos de la academia, la industria y el sector público.
El protagonismo que el IMPI ha tenido en estas tres décadas hoy hace que cualquier emprendedor nacional, como uno de los primeros pasos en la conformación de su empresa, registre su marca. A pesar de que los beneficios del sistema van mucho más allá, abrir la puerta de entrada a los que por primera vez se acercan al sistema tiene enorme valor. En otros rubros, como el de las denominaciones de origen, su liderazgo ha impulsado el crecimiento notable de industrias de productos como el tequila y el mezcal.
La posesión de activos intangibles valiosos es uno de los factores determinantes de generación de riqueza en la economía mundial. En ese tablero, contar con una robusta y eficiente oficina de propiedad intelectual es un imperativo para proteger y defender la cadena de la creatividad y la innovación. Desde la marca más simple hasta la invención más compleja de inteligencia artificial. Para eso sirve el IMPI.