Informamos que el pasado 1 de julio de 2020, sin misa de cuerpo presente ni esquela, la moral y las buenas costumbres murieron de "muerte natural" en la nueva Ley Federal de Protección a la Propiedad Industrial. Aquejadas por muchas décadas a cuestas, la proliferación de redes sociales plagadas de exabruptos y una desmesura en la interpretación de la libertad de expresión, por fin, sobrevino el deceso.
El asunto pasa por las implicaciones que la decisión tiene en diversas formas y frentes. La justificación no puede simplemente expresarse como la obviedad de lo que se vuelve anacrónico y debe por ese solo hecho ser eliminado de la ley, como pasa con los delitos de estupro o el homicidio en duelo del Código penal.
En el contexto del campo de las marcas y las patentes, la moral y las buenas costumbres constituyeron desde hace más de un siglo de regulación de estas materias, los parámetros para conceder o negar registros a determinadas expresiones, o invenciones, que claramente merecían el reproche por ser ofensivas, o éticamente reprobables para la generalidad de las personas de una comunidad.
Bajo este umbral legal es que, múltiples marcas que constituían expresiones groseras, ofensivas, o de simple "mal gusto" fueron negadas, evitando con ello el uso comercial que propiciaba un aval oficial para su diseminación. Del mismo modo, invenciones relacionadas a artículos sexuales o de ingeniería genética, encontraron en este principio un obstáculo insalvable. Es cierto, en forma progresiva, la objeción por contrariar a la moral fue perdiendo sustancia, particularmente ante la enorme disparidad de criterios que desde la sociedad emergieron. Dependiendo de la ubicación, la edad, la escolaridad y otras variables, la determinación de un rasero "de lo moral" se volvió inescrutable. Aún así, es claro que existen expresiones que resultan francamente odiosas e inaceptables, para las que hoy no existirá restricción legal y se convertirán en marcas registradas.
En el caso de patentes la nueva ley construye un nuevo concepto, que puede tener algunas virtudes pero que aún se encuentra en fase "de interpretación", al establecer como causal de rechazo una invención que sea contraria a la ética científica"; estamos tratando de averiguar que significa una expresión tan grandilocuente, pero por lo pronto, parecería que lo que para un científico podría tener justificación en términos de investigación, para un simple mortal puede ser aterrorizante. Casos de clonación como el de "Dolly", ponen en crisis cualquier marco normativo que deba dilucidar si es otorgable una patente que fomente la innovación en un campo tecnológico que nos conduce a nuevas fronteras de manipulación de la vida, o si debemos poner en pausa los afanes de progreso técnico, negando las patentes que pretenden monopolizar ese conocimiento. Son el tipo de casos donde la definición de "lo moral" pasa, de un tamiz teórico, a las enmarañadas paradojas de la bioética en el terreno de los hechos.
Habrá que constatar, ahora, los efectos contaminantes de la supresión de "lo moral" en esta influyente legislación, considerando que ha sido ésta una limitación transversal en nuestro sistema legal. El famoso parámetro de no ser "contrario a la moral o el derecho", para entender procedente cualquier acuerdo entre partes, empieza a ser cuestionado desde el lugar menos esperado: las curules de los legisladores. Parece ser que hoy, invocar lo moral, se ha vuelto profundamente inmoral.