Mauricio Jalife

Pifias jurídicas del nuevo logo del gobierno CDMX

Mauricio Jalife escribe sobre el logo del nuevo Gobierno de la capital y los problemas que ha atravesado, desde la concepción de la convocatoria hasta la controversia por un posible plagio.

En el controvertido asunto del nuevo emblema del gobierno de la Ciudad de México, es necesario pronunciarse sobre los hechos que se han venido acumulando y que cada vez más apuntan hacia el desastre. Como bien reza el adagio popular, son menos disculpables los errores, que las decisiones que se toman para ocultarlos. El asunto no es menor. El emblema que se diseña, o se elige, para representar a la capital de los mexicanos, lo menos que se espera es que provenga de un proceso transparente y apegado a derecho. En este caso, los vicios técnicos y los dislates políticos en que se incurrió en su elección, siguen generando críticas y cuestionamientos.

La primera falla es de origen, desde la redacción de las bases del concurso que generó la asignación al diseño de Israel Hernández Ruíz como el emblema ganador, las cuales pueden calificarse como erráticas y contrarias a la ley. De hecho, por las omisiones de ese documento estaríamos en un escenario en el que el autor, pasados 5 años, recuperaría plenos derechos patrimoniales sobre la obra. La segunda gran falla consiste en la defensa, desorientada y antijurídica que el próximo gobierno de Claudia Sheinbaum hizo en voz de su secretario de Cultura José Alfonso Suárez del Real, quien salió a medios a argumentar que el emblema era diferente al antecedente del grupo musical Neural FX, dado que sus vectores tenían una inclinación diferente, y que, además, el logo del grupo musical no había sido registrado ante el IMPI, por lo que no se violaban sus derechos. Desde lo jurídico, cualquier pasante de derecho podría refutar contundentemente semejantes argumentos.

En primer lugar, es claro que las coincidencias existentes entre ambos diseños son, de tal manera evidentes, que no queda duda que el segundo se basa en el primero. Todos los elementos del diseño coinciden, llevando inevitablemente a la conclusión de que uno es imitación del otro. El segundo yerro garrafal de la defensa consiste en pretender ubicar la controversia en el campo de las marcas, cuando su clara naturaleza es de materia autoral. Antes que ser marcas, los diseños en cuestión son obras protegidas por el derecho de autor, cuya tutela normativa se brinda desde el acto de la creación, más allá de existir o no registros.

Con la decisión de mantener ese diseño, en lugar de pedir disculpas al autor original y migrar a uno nuevo, el gobierno de la Ciudad está legitimando el plagio, convirtiéndola en el escudo de la capital del país. Es, posiblemente, una calamidad que anticipa el sino de los nuevos tiempos: un logo robado.

La decisión final, que acaba por exhibir este proceso como un conjunto de torpezas, termina con la presentación de una solicitud de registro de marca a favor del supuesto "autor" del mismo, Israel Hernández, que incluye el emblema y la terminología: "Gobierno de la Ciudad de México". Esto es, un particular apoderándose del nombre de la ciudad. Más allá de la clara improcedencia de una solicitud de ese tipo, desde lo jurídico, hay que insistir, la vulneración de las formas y convertir al derecho en una intransigencia superable por el camino de la manipulación, es el peor mensaje que el nuevo gobierno debe dar. Como habitantes de esta ciudad, no nos merecemos tener un escudo surgido de la simulación y la ocurrencia.

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