Imagine una enfermedad que ha sido tan común durante tanto tiempo que en algunos países se cree que sus síntomas son una parte ordinaria de la vida. Imagine una enfermedad que contribuye a casi la mitad de las muertes de menores de cinco años y deja a muchos de quienes logran sobrevivir atrofiados y con daño cognitivo. Una enfermedad que hace que casi cualquier otra enfermedad sea más mortífera y peligrosa. Una enfermedad encontrada en naciones ricas y pobres, que mata millones cada año y despoja al mundo de inestimable potencial humano.
De hecho, técnicamente no estoy describiendo la enfermedad. Estoy hablando de la malnutrición. Incluso en un planeta sin carencia de desafíos, éste pudiera ser el problema más común y más desatendido de todos.
De una u otra forma, la malnutrición afecta a más de una de cada cuatro personas alrededor del mundo; eso equivale a más de 2 mil millones de personas en total. Sus víctimas están por todas partes. Las imágenes más familiares son de niños en las últimas etapas de la hambruna con vientres distendidos y extremidades delgadas como palos. Sin embargo, hay igualmente muchos adultos y niños que sufren déficit neurológico debido a falta de yodo o que están ciegos porque no consumieron suficiente vitamina A, o incluso excedidos de peso por comer demasiado de los alimentos equivocados. Algunas personas que padecen por malnutrición se ven saludables, pero deficiencias de micronutrientes les dificultan – o incluso les imposibilitan – aprender, trabajar o mantener a una familia.
Debido a que debilita a sus víctimas tanto en cuerpo como en mente, la malnutrición también es una de las causas subyacentes de pobreza, incidiendo sobre todo desde la asistencia a la escuela hasta la productividad fabril. La malnutrición empeora cada desafío de salud y desarrollo mundial, e incluso así el mundo destina a nutrición apenas 1 por ciento, aproximadamente, de la ayuda . lo cual prácticamente garantiza que este problema no desaparezca en el futuro cercano.
Sin embargo, hay algunas buenas noticias: A lo largo de sus muchos años de discreto trabajo sobre este problema, investigadores, profesionales del cuidado de la salud y trabajadores humanitarios han identificado maneras probadas de reducir la malnutrición. Quiero poner de relieve tres de ellas.
Primero, podemos empezar por abordar el hecho de que la malnutrición a menudo tiene tanto que ver con la calidad de la comida como con la cantidad de comida. Incluso en los sitios más pobres del mundo, la mayoría de la gente no está muriendo de inanición. Tienen un poco de comida – solo que no la indicada. En Tanzania, por ejemplo, una comida típica es el "ugali", un tazón de harina de maíz con vegetales hervidos. Sin embargo, pudiera no haber muchos vegetales en el tazón, o incluso mucha harina de maíz, y ésta pudiera ser la única comida disponible, día tras día. Debido a esto, muchos tanzanos sufren de deficiencia de micronutrientes como una falta de hierro, yodo o vitamina A. Esta es una de las razones de que más de 40 por ciento de los niños tanzanos presenten raquitismo.
Podemos mejorar sustancialmente la salud de millones de niños fortificando sus comidas con nutrientes esenciales, de la misma forma que muchos de nuestros cereales para el desayuno en países industrializados contienen vitaminas añadidas. Hierro, sal iodada y vitamina A pueden agregarse en su totalidad a la harina de maíz para que, de esta forma, un tazón de ugali siempre esté lleno de las vitaminas y minerales que los niños necesitan para sobrevivir y desarrollarse.
En segundo lugar, sabemos que el apoyo y la educación de agricultoras produce un dividendo doble: cuando se confiere el poder a las mujeres para tomar decisiones sobre qué cultivar y con qué alimentar a sus familias, ellas optan por cultivos nutritivos y alimentos saludables, al tiempo que la investigación ha demostrado que cuando ellas tienen la capacidad de elegir cómo gastan sus ingresos, tienen mayores probabilidades que los hombres de invertir en la salud y bienestar general de su familia. El Instituto Internacional de Investigación sobre Política Alimentaria estima que si los varones y las mujeres tuvieran el mismo estatus, habría 15 millones menos de niños malnutridos.
Detrás de estadísticas como la anterior están mujeres como Joyce, pequeña agricultora en la rural Tanzania y madre de cuatro niños. Joyce me dice que tener acceso a nuevas semillas, adaptadas específicamente para el clima del país, ayudaba a su familia a cultivar suficiente para comer durante un año en el que muchas cosechas fracasaron. Incluso tuvo un excedente que suministró ingresos adicionales, los cuales usó para pagar las cuotas escolares de sus hijos. Si queremos invertir en nuestros aliados más fuertes en contra de la malnutrición y la pobreza, es necesario que sigamos invirtiendo en mujeres como Joyce.
Una tercera solución que resulta crucial para prevenir la malnutrición es muy simple: dar el pecho. La leche materna sigue siendo la regla de oro para la nutrición infantil y es vital para garantizar que cada infante tenga un comienzo saludable. Sin nutrición apropiada durante los primeros dos años, el cerebro de los bebés nunca se desarrolla plenamente y el daño es irreparable.
Si bien amamantar es una de las mejores prácticas en todas partes, no se está realizando óptimamente casi en ninguna parte. En buena medida, eso se debe a que muchas familias y sistemas de salud por todo el mundo no entienden cabalmente sus beneficios; un obstáculo común es la percepción de que la fórmula infantil y otros alimentos suministran mejor nutrición. Incluso en Estados Unidos, invertimos 10 mil millones de dólares cada año atendiendo bebés que tienen problemas de salud causados por no haber sido suficientemente amamantados. En los países más pobres del mundo, dar el pecho pudiera salvar cientos de miles de vidas cada año y poner a millones de más niños en la senda hacia un futuro mejor. Nuestro desafío consiste en asegurarnos de que cada mujer conozca verdaderamente la mejor forma de alimentar a sus bebés. A los infantes se les debería dar el pecho justo después de haber nacido y hasta su segundo cumpleaños, añadiendo alimentos complementarios después de los primeros seis meses.
Durante la mayor parte de la historia, la humanidad fue obligada a aceptar simplemente el hecho de que no todos tendrían suficiente para comer; y debido a eso, se les negaría la oportunidad de vivir sus vidas de la mejor y más plena forma. Usted y yo tenemos la fortuna de vivir en una era en que aceptar lo inaceptable ya no es nuestra única opción. Sabemos cuáles son las soluciones . y sabemos que funcionan. Empecemos a ponerlas en práctica.
En El Financiero
El optimista impaciente: Tres soluciones para la malnutrición
© 2014 Bill & Melinda Gates Foundation Melinda GatesDistribuída por The New York Times Syndicate
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