Entrar a la barriada Kibera en la capital keniana, Nairobi, puede sentirse como retroceder en el tiempo. Hay pocos servicios modernos como agua potable, retretes en interiores o electricidad. Sin embargo, hay un elemento de indisputable evidencia de que el siglo XXI ya llegó: por donde se vea, hay gente enviando mensajes de texto a través de sus teléfonos.
A lo largo de la década pasada, los celulares llegaron hasta los sitios más pobres y remotos del mundo. Han penetrado áreas en las que las computadoras escasean y donde aún no llegan las líneas telefónicas y quizá nunca arriben. En pocas palabras, han transformado la manera de vivir de las personas más pobres del mundo, así como su manera de trabajar y conectarse con el mundo a su alrededor.
Debido a que la tecnología móvil ha llegado a tantas de las personas más pobres del mundo, tiene el potencial de ser una de las mayores fuerzas igualadoras que el planeta haya visto, sin embargo, también pudiera terminar siendo una forma más en que el mundo relega a mujeres y niñas.
Sí, los teléfonos móviles han superado barreras económicas y geográficas, como lo demuestran las personas enviando textos en Kibera. Pero cuando se trata de barreras de género, aún no han dado el salto. En países en desarrollo es mucho menos probable que las mujeres los posean en comparación con los varones. Además, cuando las mujeres carecen de acceso a un teléfono, también carecen de acceso al creciente número de servicios disponibles sólo a través de la tecnología móvil.
En comunidades sin una infraestructura tradicional de telecomunicaciones, los móviles a menudo son la única forma de lograr actividades básicas, desde hacer una llamada hasta transferir dinero. De hecho, los servicios se han vuelto tan ubicuos en países en desarrollo que, en algunos lugares, están superando el paso de servicios comparables en el mundo industrializado. Hoy día, resulta más fácil pagar la tarifa de un taxi con tecnología móvil en Nairobi que en la ciudad de Nueva York.
Facilitar el pago de un taxi es apenas una pequeña parte de la promesa que la tecnología ofrece. Está contribuyendo al combate de enfermedades y pobreza extrema al vincular a personas que viven en áreas remotas con servicios de salud, a cultivadores y sus productos con mercados, así como a servicios financieros con personas que nunca han puesto un pie en un banco.
El ascenso de dinero móvil en Bangladesh es un poderoso ejemplo tanto de las oportunidades como de los desafíos presentados. Durante la mayor parte de su historia, Bangladesh tuvo una economía de dinero en efectivo, lo cual significaba que la gente carecía con frecuencia de recursos para guardarlo o transferirlo de manera segura. Hoy, en parte debido a los móviles, más bangladesíes que nunca antes están conectados con servicios financieros.
La mayor empresa móvil de servicios financieros de Bangladesh, bKash, procesa casi 1.5 millones de transacciones por día; lo cual asciende a casi mil millones de dólares cada mes. (Este año, la Fundación Gates se convirtió en uno de sus inversionistas.)
No es una exageración afirmar que esta empresa está transformando la manera en que Bangladesh hace negocios. Pero, por supuesto, uno de los prerrequisitos para usar servicios como los de bKash es el acceso a un celular y es ahí donde yace el desafío.
Solamente 44 por ciento de las bangladesíes posee un teléfono, comparado con 72 por ciento de los hombres. Sólo 13 por ciento de las mujeres en el país usan dinero móvil, en comparación con 31 por ciento de los varones. Hasta que se haga algo para llevar esos niveles a una paridad, las mujeres seguirán siendo sistemáticamente excluidas de las vibrantes oportunidades económicas que el dinero móvil está llevando a esta sociedad; así, seguirán atascadas en una economía de dinero en efectivo conforme el mundo sigue adelante sin ellas.
Esta historia se repite una y otra vez. Cada día se están introduciendo fantásticas herramientas nuevas que puedan cambiar las vidas de las personas más pobres del mundo, pero no llegan a mujeres y niñas. El resultado imprevisto es que tecnologías que deberían estar cerrando la brecha del desarrollo están, en efecto, ensanchándola aún más.
Cuando internet estaba empezando a volverse popular en países ricos, la gente temía el creciente cisma digital entre ricos y pobres. En países pobres donde lo móvil es la máxima innovación, existe un cisma entre los sexos que es igualmente peligroso. Es por esto que reviste tanta importancia que nosotros empecemos a enfrentar en forma sistemática las desigualdades en tecnología móvil. Eso empieza con nosotros formulando preguntas sobre las barreras que yacen entre mujeres y la tenencia de un teléfono celular. ¿No pueden solventarlos? ¿No saben usarlos? ¿Les han negado permiso para obtener uno?
Algunas organizaciones están contribuyendo a reducir más el precio de teléfonos móviles. Otras trabajan para garantizar que todas las mujeres tengan la alfabetización –tecnológica y de otros tipos– que se necesita para usarlos. Otras se enfocan en alejar normas y conductas culturales que señalan que poseer un teléfono móvil es inapropiado para una mujer.
Estamos en una encrucijada. En una década a partir de ahora, la vida en los países en desarrollo dependerá incluso más marcadamente de innovaciones dependientes de aparatos móviles. ¿Terminarán las vidas de mujeres en esos países con mayor o menor igualdad a causa de éstos?
Twitter: @melindagates
En El Financiero
Superar el cisma móvil entre sexos
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