En su inicio, La Escuela es Nuestra (LEEN) prometía resolver la histórica ausencia de financiamiento público para el mantenimiento y equipamiento de las escuelas públicas. Actualmente, el programa se presenta como un logro histórico, por contar con una inversión total de 84 mil millones de pesos desde su inicio en 2019. Sin embargo, su implementación está plagada de dificultades y contradicciones que erosionan su transparencia y ponen en duda sus efectos educativos y sociales. Tradicionalmente, la condición de los planteles escolares ha dependido principalmente del poder adquisitivo de las familias que mandan allí a sus hijos. Y en menor medida, de las gestiones que directivos escolares realizan frente a actores como empresas o con las autoridades de orden municipal o estatal. Esto genera importantes desigualdades entre escuelas públicas ubicadas en sectores de clase media y aquellas que se encuentran en zonas de alta marginación socioeconómica.
LEEN surgió para corregir esto. Tuvo en su concepto inicial la aspiración de hacerlo democratizando la vida escolar mediante la participación activa de familias en el cuidado de la infraestructura educativa. Sin embargo, estas intenciones positivas contrastan con las grandes opacidades y falencias que surgen de su diseño y operación. Diversas irregularidades identificadas en ejercicios de auditoría lo confirman. El principal problema tiene que ver con la rendición de cuentas. Las reglas de operación del programa vuelven muy difícil lograr un control riguroso sobre el destino final de los recursos. Además, el programa tuvo que modificar su estructura para atender a la continuidad de la jornada escolar ampliada con alimentación, tras la decisión del gobierno federal de desaparecer el programa Escuelas de Tiempo Completo.
Ante todas estas dificultades, es necesario cuestionar la real capacidad de LEEN para alcanzar sus aspiraciones de impacto social y educativo originales. La discrepancia entre los altos montos de inversión y la ausencia de resultados tangibles de mejora educativa sugieren que el programa requiere profundos ajustes para estar a la altura de las expectativas y necesidades actuales.
Pero, además, es necesario poner en evidencia lo insuficiente que resulta LEEN como respuesta a las deficiencias estructurales que el sistema educativo mexicano padece desde hace mucho tiempo. La mayoría de los edificios que albergan a las escuelas públicas en el país tienen largas décadas sin recibir un mantenimiento estructural adecuado. Eventos climáticos cada vez más extremos, obligan a repensar la arquitectura y el diseño de los tradicionales planteles escolares. La vulnerabilidad en el acceso a agua y electricidad; la ausencia de resiliencia frente a calor extremo o lluvias intensas son amenazas con las que debemos aprender a convivir de manera permanente.
La legítima aspiración de permitir a las familias participar en las decisiones importantes de la escuela no logrará surtir los efectos positivos deseados sin una mayor presencia del Estado. Es más difícil querer estudiar y enseñar en una escuela insegura. Cuesta más motivarse a aprender en un edificio que se cae a pedazos. Ajustar los defectos de LEEN es sólo un ingrediente en la receta que México necesita para traer más dignidad a las escuelas. Sólo la continuidad no basta. Será necesario más. Muchísimo más.
El autor es Director de Investigación en Mexicanos Primero.