En un mundo donde el nivel educativo condiciona fuertemente el futuro económico, la integración social y el bienestar personal, alcanzar aprendizajes fundamentales es clave para el presente y futuro de los estudiantes en México. No lograr estos objetivos esenciales en áreas tan importantes como lectura, escritura y matemáticas restringe las oportunidades de niñas, niños y jóvenes, sobre todo en los contextos de mayor marginación. Y le roba al país la oportunidad de una prosperidad más amplia y compartida.
Durante años, la capacidad del Sistema Educativo Nacional de garantizar a sus estudiantes estos aprendizajes ha sido cuestionada. Los resultados de las distintas evaluaciones aplicadas en México han arrojado, siempre, persistentes desigualdades en el logro académico de los estudiantes. Esto empeoró con la pandemia de Covid, que generó afectaciones que a la fecha permanecen desatendidas. Y para empeorar el panorama, actualmente se carece de evaluaciones de alto rigor técnico que permitan comparar el logro académico actual con los instrumentos anteriores. Es decir, se navega prácticamente a ciegas.
Si se considera el aprendizaje como el elemento más importante del derecho humano a la educación, no lograr lo mínimo representa un atentado contra la libertad y la dignidad de cada persona. Saber leer, escribir y calcular son habilidades esenciales que permiten a los niños y niñas seguir aprendiendo de manera autónoma, interactuar con el mundo y tomar decisiones informadas. Sin estas capacidades, los estudiantes enfrentan barreras significativas no solo en su educación sino en casi todos los aspectos de su vida diaria como ciudadanos y trabajadores.
Lamentablemente, quedar atrapado en la pobreza de aprendizaje también implica perder potencial de desarrollo económico. Según estimaciones del economista Eric Hanushek (2022), debido a la pandemia los estudiantes en Estados Unidos tendrán un ingreso promedio entre dos y nueve por ciento más bajo durante toda su vida laboral. Estas consecuencias económicas a nivel individual, también tienen efectos negativos a nivel colectivo.
Según datos del Banco Mundial, a nivel global, los estudiantes perdieron casi un año de educación presencial producto de la pandemia. En México, esta situación se extendió por 18 meses. Sin una política nacional robusta, basada en datos reales y rigurosos sobre las necesidades de aprendizaje de los estudiantes en el país y con financiamiento extraordinario, lo razonable es esperar consecuencias mucho más severas que aquellas que Hanushek describe para el vecino del norte.
Aunque el efecto de los entornos culturales y socioeconómicos de los estudiantes tienen una correlación directa con la forma en la que se producen los resultados de aprendizaje, la escuela es el único lugar en el cual la inercia de la marginación y la exclusión puede romperse. Pero para que eso pase se requieren políticas que compensen las desigualdades de origen que perjudican a la mayoría de los estudiantes y que acompañen a maestras y maestros en el gran reto de construir aprendizajes de excelencia en la adversidad.
El próximo debate presidencial ofrecerá a las candidatas y al candidato la oportunidad de entrar en un tema que durante el primer foro de intercambio de ideas y propuestas decidieron pasar por alto. Aunque los ataques y las descalificaciones sean inevitables cuando la política se construye sobre la polarización, aún existe espacio para soñar con una discusión más seria respecto a los problemas más urgentes que enfrenta México. Aunque la inseguridad, la corrupción y la salud sean actualmente grandes focos de preocupación, la educación es parte fundamental de cualquier esfuerzo por construir un país más seguro, honesto y sano. El costo de no lograr aprendizajes fundamentales no tiene porque ser una condena para toda una generación.