México está a punto de escribir un capítulo histórico al ser liderado por su primera Presidenta. Este hito no tendrá un impacto profundo si no se coloca la educación en el centro del proyecto nacional. Sin una inversión decidida en este sector, no habrá progreso social, económico ni cultural duradero. Durante décadas, investigadores, profesionales de la educación y organizaciones de la sociedad civil han señalado las fallas estructurales de nuestro sistema educativo. Los esfuerzos han sido insuficientes para superar las deficiencias acumuladas, y las propuestas para solucionarlas son numerosas.
Los avances logrados han sido truncados por ciclos políticos que priorizan la novedad sobre la continuidad. Cada administración reinventa la rueda, dejando de lado logros anteriores. La educación sigue siendo víctima de decisiones que responden a coyunturas políticas más que a una visión de largo plazo. Es momento de decirlo con claridad: la educación es la clave para un México más competitivo a nivel nacional y global, pero también el puente para cerrar las enormes brechas de desigualdad. Cada peso invertido en educación es una apuesta por el futuro de millones de mexicanas y mexicanos, y por la estabilidad de nuestra nación.
En esta nueva administración, la educación puede ser una herramienta clave para alcanzar la igualdad de género, como lo establece el Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 de la Agenda 2030. Hoy, más que nunca, es crucial reconocer los desafíos específicos que enfrentan niñas y mujeres en su acceso y permanencia en el sistema educativo. Estos obstáculos, presentes desde las primeras etapas escolares, limitan su capacidad de alcanzar su potencial, especialmente en zonas rurales e indígenas.
Colocar la educación en el centro de la agenda de la primera Presidenta significa asegurar la implementación de políticas que aborden las desigualdades de género de manera integral, garantizando que todas las niñas tengan acceso a una educación de calidad, segura e inclusiva.
Es imperativo promover una educación con perspectiva de género que no solo prepare a las mujeres para ser parte activa del mercado laboral, sino que también les permita desarrollar pensamiento crítico y habilidades para la vida. De esta manera, se les darán herramientas para romper ciclos de pobreza y violencia. La igualdad de género en la educación impacta directamente en otros ODS, como la reducción de la pobreza (ODS 1), el crecimiento económico inclusivo (ODS 8), y la paz y justicia (ODS 16). Solo a través de una educación que ponga en el centro a las niñas y mujeres, México podrá construir una sociedad más justa y equitativa, alineada con los principios de la Agenda 2030.
La historia la construimos en conjunto, y el legado de la primera Presidenta puede ser uno de verdadera transformación si sitúa a la educación en el lugar que le corresponde: como el motor central del desarrollo nacional. Este no sería solo un acto de justicia, sino un compromiso genuino con las futuras generaciones que sueñan con un país más próspero y en paz.
El país entero agradecerá a su primera Presidenta si, bajo su liderazgo, no solo avanzamos en cifras económicas, sino también en la calidad de vida de nuestra gente. Esto solo será posible con una educación robusta, inclusiva y accesible para todas y todos.
La autora es presidenta ejecutiva de Mexicanos Primero.